La isla de Arriarán

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Alameda del Parque. / RR SS.
Fue referenciada por Miguel de Cervantes en el Quijote y se presupone localizada en Málaga, en lo que hoy sería la Alameda del Parque.

La isla de Arriarán fue referenciada por Miguel de Cervantes en el Quijote y se presupone localizada en Málaga, en lo que hoy sería la Alameda del Parque, por encima de la zona del Soho de Málaga actualmente. Esta ha dado nombre en la provincia de Málaga a muchas revistas culturales, asociaciones, editoriales, incluso algún concurso.

Antes en los s. XVII y XVIII, era una zona que quedaba extramuros: ir a una zona de nadie, lindando al mar, entre lo que era la antigua ciudad y el río Guadalmedina. 

Durante muchos años en la antigüedad y no solamente entonces, ha sido una zona conflictiva, ya que por allí, merodeaban en su tiempo, todo tipo de actividades ilícitas pero que hoy en día es centro cultural de la propia capital.

La isla de Arriarán mencionada en el Quijote es algo ficticio, ya que no es una isla como tal, pero a Miguel de Cervantes así le pareció, probablemente por su situación y ser un mundo aparte de la propia Málaga y de esta forma prometió su gobierno, tan falso como la propia isla.

En toda esa zona citada de extramuros había mesones, casas de juego, frecuentados por soldados, marineros, viajantes, llegados a la ciudad, lindando con la zona de almacenes del puerto, que no era ni mucho menos lo que podemos ver ahora.

Para los visitantes de hoy en día, hay que decir que la configuración de Málaga no es la que había en la antigüedad, ya que toda la zona que linda al mar hoy en día es terreno ganado al agua. 

La bahía de Málaga, para quien conozca la ciudad actual, llegaba hasta la Aduana, lo que hoy en día es el Parque y la Alameda del Parque. Todo el puerto y todo el Soho (el barrio de la cultura, actualmente con el Teatro del Soho como centro cultural), era agua hace unos siglos, donde atracaban las chalupas, procedentes de los barcos anclados en la propia bahía, refugio natural de temporales, que daba a Cortina del Muelle, donde rompía el mar y que tiene su propia palabra: rebalaje. En esta zona se pagaban los aranceles de los barcos que partía. Los había riesgos de ida, en los que el deudor sólo correría el riesgo en el viaje de ida, pagando sólo el principal y premios en la moneda estipulada a algún corresponsal o a la persona a quien fuera asignada la mercancía. O bien, riesgos de ida y vuelta, conocido por dos riesgos, riesgo completo o redondo, donde el pago se efectuaba, en la moneda o frutos contratados en el lugar de partida. Estos contratos de riesgos en el mar eran los comunes de la época con Europa.

Y es que los nombres que se mantienen son precisamente las barreras que separaban unos mundos de otros.

Al igual que se mantienen nombres como: Carpinteros, Zapateros, Canasteros, Especerías, Atarazanas (precisamente el lugar donde se construían y reparaban los barcos, como es lógico dando al mar, que puede hacer una idea al visitante del terreno ganado al mar), Ollerías y demás que daban nombre a los oficios que en esa calle en concreto se agrupaban y que por todo el centro de la ciudad proliferan. Ya que el comercio siempre ha sido una pieza fundamental de la ciudad, primera industrializada del país en el s. XIX, que a lo largo de los años ha sido relegada por la industria del turismo, que nos ha convertido en una ciudad de servicios. Pero esto da para otro artículo, de su conveniencia o no.

La isla de Arriarán en los grabados de la época formaba una península con la propia ciudad y de los asentamientos del s. XVI y XVII quedan pocas pruebas, ya que eran construcciones efímeras de poca solidez, por la pobreza y lo precario de sus construcciones, sin embargo, hay testimonios en los archivos de alguno de los personajes que lo poblaron. No pasando a la historia por sus hechos, pero sí por la jarana y el tipo de comercio que se realizaba.

La frontera se determinaba por el cauce del río Guadalmedina, que hasta el s. XX hacía sufrir a la ciudad inundaciones por las lluvias venidas del norte, que se acumulaban y al final en su desembocadura tomaba posiciones, inundando la planicie final de la ciudad arrasando todo lo que encontraba a su paso, incluyendo a nuestra isla, que era reconstruido una y otra vez.

Y es que Málaga es una ciudad para visitar, del modo que se quiera. La ciudad de los Museos. @mundiario 

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