Una fiesta muy especial llena de letras, números, diversión y fantasía

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La fiesta de las letras. / fotoconhistoria.com

Y así seguí un buen rato, conociendo y charlando con cada una de las letras. Y todas parecían querer cautivarme con sus cualidades. Como Sonia con sus sensuales curvas. O Tania, invitándome a deleitarme con el suave tacto de su tersa piel.

Una fiesta muy especial llena de letras, números, diversión y fantasía

La curiosidad me estaba matando. El ruido que salía de detrás de esa puerta parecía de una fiesta: murmullos, música, risas… Y yo, pensando que no me vendría mal una copa después del día tan horroroso que había tenido, no resistí la tentación de llamar al timbre.

Casi al instante la puerta se abrió, dejando escapar un dulce olor afrutado y una luz tan potente que por un instante me dejó prácticamente ciego. Mientras mis ojos se adaptaban al cambio del oscuro pasillo a la claridad de la bulliciosa estancia, una mano se posó sobre mi hombro empujándome suavemente hacia el interior de la sala, mientras la agradable voz de su dueña me decía:

— Adelante. Estábamos esperando por ti.

— ¿Por mí? Debe haber un error, porque yo no he sido invitado a ninguna fiesta. En realidad, llamé al timbre para ver si podía pasar un rato agradable aquí. — respondí mientras giraba la cabeza.

Lo que vi frente a mí, casi me hace perder el sentido.

Mi sorpresa fue tan mayúscula como la letra “A” que tenía en frente, sonriéndome amablemente y dejándome ver su expresión burlona al contemplar mi cara de asombro mientras la miraba de arriba a abajo, intentando buscar una explicación a lo que mis ojos estaban viendo.

—Tranquilo hombre — dijo ella mirándome fijamente a los ojos — Me llamo Ana, y soy la anfitriona de la fiesta. ¿Sabes?, es que también soy la más amable y amigable de todos. Y ahora por favor acompáñame, que te presento al resto del grupo. Todos tienen ganas de hablar contigo y conocerte mejor.

Sin más preámbulos se puso en marcha. Y yo la seguí, tratando de ordenar mis pensamientos. Pero pronto localizamos a Blanca — la casualidad quiso que se llamara como una buena amiga mía, que es bibliotecaria, lo que dibujó mi primera sonrisa de la noche — Nos estaba esperando con una bebida especialmente preparada para mí — según me confesó ella misma — Y acto seguido empezamos a charlar sobre cosas de las que ella sabía mucho, como la bondad, el bienestar o de cuánto se estaba perdiendo el uso del bolígrafo últimamente. Pero pronto intervino Ana para recordarme que aún había mucho que hacer, y tuvimos que despedirnos. No sin antes celebrar nuestro encuentro con un brindis, como merecía la ocasión.

Mi anfitriona me condujo hasta Cristina, con quien me hizo especial ilusión charlar, pues es la letra de mi mujer, mi hijo Carlos y mi padre — también Carlos — Por eso departimos largo rato sobre cosas como la comprensión, el cariño y los asuntos del corazón. Tan cálido y cercano estaba siendo el encuentro, que casi me caigo de un mareo que de repente me dio. Aunque quizá eso fuera debido a los efectos del sabroso caldo que ya casi había desaparecido de mi copa.

Poco a poco, mi amiga Ana me fue presentando una por una a cada letra del abecedario. Todas estaban muy contentas en la fiesta — de lo que hablé largamente con Felisa, mientras nos reíamos llenos de felicidad — Un sentimiento que se acrecentó aún más al conocer a Noemí, pues me hizo muchísima ilusión que se llamara como mi hija. Por eso me quedé con ella un buen rato conversando sobre la nobleza, el nacimiento y lo natural que resultaba darle a un hijo tanto amor. Pero cuando Ana oyó esta palabra se dio por aludida e intervino rápidamente.

— Venga vamos, que aún te quedan muchas más letras por conocer. ¡Y todas ellas quieren saludarte!

Me despedí pues cortesmente de ella y corrimos a saludar a Olga, que nos esperaba envuelta en un agradable olor a lavanda, observándonos fijamente con esos penetrantes ojos de color caoba. Aunque poco rato pude pasar con ella, pues Paula nos estaba esperando pacientemente sentada en el peldaño de una escalera. Al contrario que haría mi sobrina del mismo nombre — pensé mientras me acordaba de la pizpireta niña — Con ella quise hablar un poco más, pues es la letra que forma la palabra “papá”. Algo que llevo más de 30 años sin poder decir, y que tanta pena me produce al pensarlo. Sin embargo, prudente como ninguna, evitó en todo momento hacer alusión a ella. Cosa que agradecí enormemente.

Y así seguí un buen rato, conociendo y charlando con cada una de las letras. Y todas parecían querer cautivarme con sus cualidades. Como Sonia con sus sensuales curvas. O Tania, invitándome a deleitarme con el suave tacto de su tersa piel.

Poco a poco fue transcurriendo la velada. Animada por cada una de las letras que iba conociendo, y que me hacían sentir cada vez más a gusto e integrado en el extraño ambiente. Hasta que llegó el turno de conocer a Ximena, a quien encontré cabizbaja y huidiza. Al preguntarle por su actitud — pues mi ilusión por conocerla no era menor que con las demás — me contó que siempre se sentía así porque era la letra de la “xenofobia”. Y eso no le gustaba en absoluto. Pero, habiéndole confesado que a mí tampoco, también le dije que ella también era “xilófono”. Y que esta palabra la haría olvidar la otra. También le sugerí que se acercara a María, pues era muy amante de la música — ella misma me había dicho minutos antes que era muy melómana — Y seguro que harían muy buenas migas. La cara de Ximena cambió por completo y me regaló un sincero abrazo, que hizo muy feliz a Ana — pues sabía muy bien de los sufrimientos de su amiga.

Así, entre agradables conversaciones y algún flirteo — como los que me ofreció Flora, que parecía estar muy familiarizada con ellos — llegamos donde estaba Zulema, que no era especialmente zalamera, y no dudó en zafarse de nosotros indicándonos amablemente la zona donde estaba lo que parecía ser la barra de un bar.

Allí, sentados en sus taburetes y en perfecto orden, estaban los números del cero al nueve apoyados en la barra. Cada uno concentrado en sus cosas y sin hablar entre ellos. Por eso, ante el evidente contraste entre la algarabía de la zona de las letras y la quietud del sector de los números miré a Ana extrañado y con gesto inquisitorio.

— No te preocupes. Es normal. Son números. Se rigen por las estrictas leyes de las matemáticas y la lógica.

— ¡Es cierto! Ahora recuerdo que algo de eso me habían dicho Manuela, Natalia y Lorena. Ellas me hablaron de esas cosas, pero entonces no les presté mucha atención, la verdad.

— Sin embargo, ellos también quieren conocerte. Al fin y al cabo, están también en los libros. Y para todos nosotros es un placer conocer a quien nos lee y escribe. Es verdad que son muy rígidos y no saben expresar sus sentimientos. Si es que los tienen, que no lo tengo yo muy claro.  Pero no se lo tomes en cuenta, por favor.

— Tranquila Ana. ¿Por quién empezamos?

— ¡Vaya pregunta la tuya! Empezaremos por el cero, por supuesto. Y seguiremos el orden natural de los números. De lo contrario se sentirían terriblemente ofendidos. Recuerda: números, matemáticas, lógica… — me susurró, pues ya casi estábamos a su altura.

Cuando por fin llegamos ante el cero, éste hizo un leve movimiento al ser presentados e inmediatamente se volvió para seguir con lo que quiera que estuviera haciendo allí apoyado — pues yo no vi copas ni nada por el estilo en esa supuesta barra de bar. Sólo montones de papeles — El uno extendió su mano y apretó la mía dando sólo una sacudida. El dos hizo lo mismo, pero con un par de ellas, el tres agitó mi mano el tres veces, y así hicieron todos hasta el nueve. Agitando la mano tantas veces como indicaba su número. Y así sin más, hube de aceptar el agradecimiento y la amistad de estos inexpresivos caballeros.

Sin saber qué hacer o cómo actuar en esos momentos, me giré en busca de Ana. Pero ya no estaba allí. En su lugar vino Olga, trayendo consigo la oscuridad. Aunque pronto apareció Lucía, portando un luminoso rayo de luz que me guió de nuevo hacia la puerta, donde me esperaba Blanca para despedirme con un cálido beso y dejarme en compañía de Sonia, a quien seguí tras su sensual silueta hasta lo más profundo de mi más dulce sueño.

Al despertar recuerdo que lo primero que pensé fue: “esto seguro que ha sido cosa de Diana”. E inmediatamente cogí de la mesilla de noche el libro que había dejado allí el día anterior. Al abrirlo ya no sólo vi palabras, letras y números.

Sonreí a mis nuevas amigas y amigos. Esos que cada día me hacen amar, odiar, llorar, reír… ¡Sentir!

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