Kantay

Montaña de Huangshan en China. Wikipedia y Pixabay.
Montaña de Huangshan en China. / Wikipedia y Pixabay.

Existen otras realidades, otras imágenes y otros objetos más allá de los que nosotros conocemos porque estamos habituados a que aparezcan cotidianamente en nuestro mundo. Sin embargo, pueden existir otras cosas como plemaneros y calebopes, o incluso aves que nunca hubiéramos imaginado. De eso se trata este cuento. ¡Que lo disfruten!

"Mientras haya una persona que se la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad".

Paul Auster.

Esta historia que voy a contarte viajó desde muy lejos: desde el país de las flechas pasando por el río Crandiano, dando vueltas por los senderos de topacio, cruzó la puerta de la Ciudad Magenta, galopó por las montañas nevadas de Brembura, atravesó en verano los viñedos de Tierra Madí, se embarcó en los mares de Argenta, arribó a Puerto Celeste, ahí la escuchó el fogonero que se la contó a la dama que cobra por contar estrellas, que se la contó a la hija del alcalde de Villa Sol, que se la contó al pez alabastrino que canta en la fuente de la Princesa Marbella, que se la contó al pájaro sibilino, que se la cantó al caballero del escudo de fuego, que se la contó al hombre que vino de Randaskar, que una mañana llegó a mi tienda y me la contó a mí.

Existió una vez un pájaro de enormes dimensiones, que medía lo de cinco montañas juntas, pero en la tierra de Kantay nunca se había visto, nunca se había oído, nunca se había conocido. Se sabía de los retruenses que eran una especie de calebopes con ojos de estrellas y patas de nube. Se tenía registro en algunas pinturas de percéteros muy antiguos con piel iridiscente; incluso en los libros de ornitología se tenían grabados muy detallados de los trascáritas con dientes de plemanero y alas de cristal rojizo. Pero nunca, ni en los tiempos del rey Salebre, se había visto un ave como ésta.

Desde entonces Clameo y la gente de Kantay se han acostumbrado a ver con más frecuencia a estas aves de metal

Una mañana Clameo llevó a pastar a sus rebaños a los campos de Benzur, y en el camino encontró a un joven tirado. Clameo se asustó y se acercó a verlo. Tocó sus manos y estaban frías, se pegó a su pecho para escuchar el corazón y éste no latía. Después de varios intentos de encontrar restos de vida en aquel cuerpo no pudo hallar nada. Observó al joven y empezó a descubrir ciertas diferencias en él  con la gente de Kantay. En primer lugar era mucho más alto, en segundo vestía una ropa muy distinta: era ligera, de un material que no existía en la región y, en tercer lugar, el color de su piel distaba mucho del azafranado de los kantayenses. Aquel cuerpo tenía más bien la piel marrón. En estas meditaciones estaba Clameo cuando empezó a escuchar un zumbido que provenía del cuerpo del joven. Asustado, se levantó y se apartó poco a poco pero sin dejar de mirarlo. Conforme avanzaba en el cielo se escuchaban zumbidos muchísimo más fuertes y con horror descubrió a un ave metálica que se acercaba cada vez más. Parecía que con sus alas iba a cortar todo lo que encontraba a su paso, las alas giraban vertiginosamente en círculos y tenía una enorme cruz roja pintada cerca de los ojos que eran de vidrio. Clameo estaba aterrorizado y pensó que aquella ave pronto estaría sobre el cuerpo y lo devoraría. Para evitarlo, Clameo sacó de una bolsa de manta varios puños de trifel con que alimentaba a sus aves y los comenzó a esparcir alrededor del joven con la esperanza de que el ave de metal no lo devorara. Presa de un miedo cerval mientras esparcía los granos también rezaba y pedía a los dioses que aquel pájaro enorme no se llevara el cuerpo.

Pero el ave se paró a unos metros cerca y de un costado salieron dos personas de piel marrón con unas telas para llevarse el cuerpo. Le explicaron a Clameo que venían por el joven, que lo habían localizado por rastreo satelital, que no temiera. Entonces Clameo entendió que aquello no era un pájaro, sino un transporte, que el hecho de que en Kantay no se hubiera visto nunca algo parecido no significaba que no existiera.

Desde entonces Clameo y la gente de Kantay se han acostumbrado a ver con más frecuencia a estas aves de metal que a veces surcan el cielo púrpura en busca de cuerpos marrones que se aventuran a explorar tierras desconocidas y se accidentan; los kantayenses ya no se asustan cuando algún helicóptero vuela muy bajo ni esparcen trifel por el suelo. Saben que más allá de su país existen realidades a veces incomprensibles, ignotas, pero verdaderas. @mundiario

 

 

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