José Luis Zerón y el dolor de la memoria en su nuevo poemario Espacio transitorio

josé luis
Espacio transitorio. Portada./ Huerga y Fierro

"No hay plegaria para los excluidos. No hay esperanza para los excluidos. No hay jardines ni dinteles generosos para los excluidos", escribe el poeta en su nuevo trabajo.

José Luis Zerón y el dolor de la memoria en su nuevo poemario Espacio transitorio

La lectura de este poemario se intercala en una revisión que estaba haciendo de la obra de T.S. Eliot y, aunque quizá ande desacertado, uno no puede dejar de buscar correspondencias entre los dos autores.

Publicado por Huerga & Fierro, Espacio transitorio es un poemario duro donde las visiones apocalípticas redundan en una concepción fatalista de la existencia.Y con "fatalista" no solo quiero enfatizar el carácter severo de algunos textos, sino la naturaleza etimológica del adjetivo: "fatum".

A diferencia de otros poemarios de José Luis, quizá sea este en el que el autor quiere dejar constancia de su lugar en el mundo, de su perspectiva de las cosas, moviéndose entre un paisaje crepuscular y ese otro, tan productivo en cuanto a símbolos y sugerencias, como es el de la ciudad: "Al otro lado está la noche/ y la agonía de los famélico en los campos devastados" (pág. 32).

Lo novedoso radica ahí, en ese estar dentro y fuera de la ciudad, en asumir el destino doliente, no escéptico, de la propia vida que se va consumiendo. Los símbolos en torno al paisaje siguen una tradición afianzada en otras obras, pero ahora se añade una plegaria, una súplica, una invocación, donde esos mismos símbolos en torno al paisaje y su devenir se extinguen para acometer la ardua tarea de la defensa de los oprimidos, marginados y excluidos socialmente: "El niño que escarba en los contenedores de basura nunca se pregunta de dónde venimos ni adónde vamos" (pág. 69)

Ese contraste entre lo telúrico y los leprosorios en que se convierten muchas de nuestras calles y plazas producen esa visión apocalíptica del existir. Y, aunque no hay renuncia a la luz, al fervor de los vegetales, a la eclosión de las criaturas en los caminos o en los sotos, el pesimismo y la nostalgia de que la vida pasa demasiado deprisa suscitan mi particular punto de vista sobre una obra que es hipnótica y adictiva desde el comienzo: "Reniega del odio y di árbol/ y di hojarasca en el asfalto ensangrentado" (pág. 23)

El barroquismo de algunos versos contrasta también con la levedad de otros más descriptivos; descriptivos de realidades sociales descarnadas. La repetición lapidaria de algunas sentencias entre las estrofas añaden percusión a unos poemas llenos de resonancias oscuras y trágicas, un recurso manriqueño en el que el ritmo y la musicalidad se hilvanan para expresar temas de reflexión moral.

La propia estructura del libro y la adhesión de José Luis a unos versos en los que lo alegórico y lo concreto se confunden con intención remiten a esos poemas largos y herméticos de T.S. Eliot, donde hay algo que queda, que atrapa, que seduce, que no te deja indiferente, que remite a poemarios anteriores o a versos que, de repente, aparecen en otro lugar, cohesionando el conjunto y cerrando el círculo.

Ese pesimismo sujeto con inteligencia a una defensa de valores judeocristianos entronca con una iconografía pagana de lo que vive y de lo que muere: "Ellos, los otros, los que habitan un perpetuo descenso, elevan inútilmente sus plegarias hacia distancias ilusorias./ Ellos se acercan y nosotros los alejamos de nuestro campo visual./ No podemos acomodarlos en nuestra desconfianza,/ no podemos darles cobijo en nuestro falso bienestar." (pág. 39).

No puedo estar más de acuerdo con las palabras de Jordi Doce en su prólogo a la obra: " José Luis Zerón nos da con Espacio transitorio su libro más íntimo y despojado, el retrato fidedigno de una temporada en el infierno que ahora, gracias a la fuerza transmutatoria de la poesía, su carácter salvífico, es capaz de iluminarnos" (pág. 12)

Hay sinceridad, anti-moda y ese respeto a la tradición de los simbolistas en este libro que vuelve a anticiparnos una próxima obra que, posiblemente, sin renunciar a su poética, vuelva a mantenernos en vilo, a reconciliarnos con la realidad que José Luis Zerón describe desde el infierno.

Pero a veces es necesario conocer el desastre para mirar a la luz. Sí, en efecto, como si Espacio transitorio fuese un ejercicio de purgación, el preámbulo para adentrarnos en la razón de amar, una forma de seguir buscándole un sentido a la vida. Aunque sea inútil y malvadamente irónico.

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