Jorie Graham reflexiona sobre la enfermedad en su nuevo poemario Deprisa

Deprisa, de Jorie Graham./ Bartleby
Deprisa, de Jorie Graham. / Bartleby
Los enfermos, con sus amaneceres y ocasos, inspiran los versos del nuevo poemario de Jorie Graham, Deprisa
Jorie Graham reflexiona sobre la enfermedad en su nuevo poemario Deprisa

La enfermedad se convierte en uno de los temas fundamentales del nuevo poemario de Jorie Graham, Deprisa. Publicada por Bartleby Editores, la nueva obra de Jorie Graham sigue siendo fiel a esas cualidades que definen a un creador como genuino, al margen de influencias e interferencias varias. Deprisa, ya en el título, previene de lo que será subyugante en su interior.

¿En qué consiste lo subyugante? En reconocer que ser consciente de la caducidad de nuestra vida puede ser tan temerario como inspirador y que, a veces, el olvido es la mejor forma de sobrevivir, el olvido que surge de la contemplación del entorno natural.

Parece que, en la poesía de Deprisa, todo lo que se percibe y emociona perteneciese al detalle, a la concreción del objeto, a las partículas, no a la peripecia, o a un argumento, o a la anécdota.

Para Graham, el sobrecogimiento se produce cuando lo particular se convierte en motivo de elegía. Porque los referentes y los tópicos dejan de ser -en su poesía- objetos y cosas concretas para tornarse en lo subatómico, en el accidente, en la propiedad.

Jorie Graham. / El blog de los llobes

Jorie Graham. / El blog de los llobes

El más mínimo detalle, el estímulo que dura apenas un segundo, un reflejo, las briznas, un aullido, las lascas, por ejemplo, son el testimonio de una idea que es clara en toda su poesía: que el sujeto no es más que una prolongación de ese crisol de referencias mínimas: “Nos inunda el humo de los residuos que quema el vecino. No olvides registrar mi exilio. Este exilio. Mujer Número Informe Médico 39124112. Me ofrezco en sacrificio. Para que puedas verme (…) guijarros en el río”. (pág. 27)

Y eso que es fascinante también produce vértigo: ser es ser con el mundo. Y, en ese fluir, las citas, los rótulos, las onomatopeyas, los neologismos, las palabras compuestas, los hipérbatos o las frases inconexas participan de ese maremágnum en el que el sujeto no es más que otro objeto que va a la deriva: “Confía en mí. Por qué. Porque lo hice con mis manos. Lo hice con estas manos. No es algo personal. Así que debes darte prisa. O no lo soportarás, no. Cuántas luces deben ver ellos brillando mientras sea el planeta tierra y aún nos quede algo de combustible (…)” (pág. 39).

Y no importa la existencia de ti o de mí, importa el hecho de fluir, de suceder, de acontecer y es la mejor defensa contra el progreso de la enfermedad. Quizá es una de esas obsesiones que caracterizan a este nuevo poemario; la reivindicación de la ausencia de los padres.

La enfermedad es concebida entonces como una forma de estar, una forma de no importar, porque se trata de acontecer, no de amar o de desear, sino de confluir en la misma realidad en la que los átomos o las galaxias parecen incluirnos. No, no, incluirnos no. Fundirnos: “En pie junto a tu cuerpo te acabas de ir./ Cuánto de ti se ha ido acaso se ha ido todo/ a la vez. (…) / Viste el arándano, la nube rosa, la mañana plateada crecer como si desollara la noche, /ese animal, hasta que el día irrumpió en carne viva y sangrando”. (pág. 65)

Por cierto, la traducción de Rubén Martín y Antonio F. Rodríguez me parece memorable. @mundiario

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