Jay Mclnerney, injerencia en la pérdida y la soledad

Portada. Al caer la luz, de Jay Mclnerney. Libros del Asteroide, 2017.
Portada. Al caer la luz, de Jay Mclnerney. Libros del Asteroide, 2017.

Al caer la luz nos retrotrae a la década de los 80 y a un estilo de vida domesticado por el afán irredento de riqueza. El amor se erige como único salvoconducto.

Jay Mclnerney, injerencia en la pérdida y la soledad

ESE LUGAR SIN NOMBRE. En la compleja actitud vital no deja de ser un asombroso enigma andar viviendo sin vivir. A saber, esa delirante postmodernidad cuyos intermitentes rótulos de neón reflejados sobre nuestros rostros, se convierten en el revelado analógico de un mundo fronterizo que da paso al inconmensurable mundo digital. Finalizó el siglo XX y con él la melancólica sensación que el tiempo se desgañita para exhortarnos de su propia inclemencia. Pareciera que no quisiera ser cómplice de sí mismo y en un duelo insensato pero asertivo susurra nuestra decadencia. Nos enfrentamos al ufano precipicio. A un solo paso de la caída libre. En cierta manera nos abandonamos.

Errabundo es el tránsito porque el dolor nos paraliza y consume. Nos inventamos cuántas veces sean innecesarias para evitarlo y no sostener el verdadero combate. Que no es otro que sencillamente acompasar nuestra existencia al latido, escuchándolo. En 1987 Luis Martín Santos reflexionaba de esta manera: “Es claro que el nuevo intelectual no será ya un heredero, sino un superviviente, que es algo muy distinto. Mientras que el heredero se legitima en sus raíces, el superviviente tendrá por toda fortuna los restos salvados de un naufragio y no podrá contar con estructuras culturales de fundamentación. Sólo tendrá a su disposición detritus, verdaderos basureros históricos, kjiokkenmoedding, desperdicios de consumos anteriores”. Independientemente de la triste consumación del ser humano como capital sustituible en el siglo XXI, el hallazgo intelectual no es otro que el de siempre, pensarnos hasta detectar lo esencial.

AL CAER LA LUZ – Libros del Asteroide, 2017. Traducción de Mariano Antolín Rato-. Un inicio realmente estimulante y desconcertante, en letra cursiva, cuyo autor es Jeff Pierce, escritor de cierto renombre tras la publicación de su opera prima, amigo de Russell Calloway y Corrine Makepeace, pareja protagonista de la novela, sitúa al lector en los ejes vertebrales de la narración durante 1987. A través de los cuarenta y siete capítulos que la integran, conocemos los miedos y ambiciones de este matrimonio de treintañeros, con cinco años de vida conyugal y otros más de noviazgo. Representan el matrimonio ideal, sublimado por sus numerosos conocidos y reforzado por la fidelidad que se profesan. Sus respectivas ocupaciones –miembro destacado en la estructura de una importante editorial neoyorquina y corredora de Bolsa- concitan expectativas y desavenencias. Todas ellas impregnadas e insertas en la alocada y depredadora atmósfera que culminó el 20 de octubre de ese año bautizado como el Lunes negro.

Esta extraña alianza sustentada en el amor que tratan de favorecer y consolidar, no deja de tener su fondo de lindeza. “La economía estaba en baja forma, se acumulaban  los inventarios, el PIB iba a la baja, pero el índice seguía subiendo como la espuma. Era una especio de hipnosis masiva. Castillos en el aire. (..) Wall Street estaba como una moto. Eran como si todos fueran hasta las cejas de cocaína”. El índice bursátil Dow Jones cayó en picado, recordando el Martes negro de 1929. Como telón de fondo, una galería de personajes secundarios, pero marcadamente definitorios de una época inflada por la oportunidad y el oportunismo ciego aparecen y desaparecen.

Los diálogos son un verdadero regocijo por la ironía, el desparpajo, la sutileza y elegancia con que profundiza en los temas que van trascendiendo en el hilo argumental. La interpenetración de estos con la historia troncal, la enriquece hasta el punto de hacernos considerar el submundo individual que se diluye en la componenda social. Recorremos Nueva York en un itinerario cambiante desde las zonas adineradas a las marginales, trufado de nuevos establecimientos que sustituyen a los señeros en consonancia con los nuevos tiempos regidos por la inspiración etílica y la pose de maniquí. La cocaína y heroína son heridas punzantes por las que se desangra la soledad de los habitantes de la gran ciudad norteamericana. El hastío o la exclusión refuerzan la locura artificial del veneno que enciende las venas, hasta inflamarlas al rojo vivo de la desesperación o del hartazgo.  

JAY MCLNERNEY,  LA MIRADA DE CRISTAL. El autor norteamericano escruta no solo la esfera íntima de los personajes principales y su relación marital. Vincula el deterioro de esta a ese embotamiento de los sentidos contrapuestos entre deseo y carencia. La debilidad ante un mundo plagado de tentaciones insustanciales, atañe a ese perfil psicológico donde la mentira campea a sus anchas como moneda de cambio para aceptarse. Los mundos financiero y editorial se identifican. Mientras el primero se hincha hasta contener una burbuja a punto de estallar, el segundo se decanta por la literatura escaparatista. La estética huera impera en una especie de onanismo público. Como señala Harold Stone, director editorial de Corbin, Dern and Company, “La gente ya no lee libros”.

Jerry Kleinfeld, responsable de las finanzas de la empresa editorial, completa el desalentador panorama cultural secuestrado por el económico, “Ya nadie paga por nada, he ahí el puto problema. Están endeudados hasta las cejas. Créditos puente, bonos basura, lo que sea. El dinero está ahí fuera. El dinero es barato. Los bancos eran antes como niñas de colegio de monjas, uno no conseguía nada sin una licencia de matrimonio, y ahora tiene luces rojas encima de la puerta”. Publicada en Estados Unidos en 1992, Al caer la luz  junto a La buena vida -2005 y de publicación inminente en esta editorial- y Bright, Precious Days -2015-, cierra el círculo de las novelas que se edifican sobre episodios traumáticos de la historia de Nueva York: el crac económico que fulminó la volatilidad de los años 80, los atentados de 2001 y la crisis financiera que se desencadenó en 2008.

El autor de Luces de neón, miembro de lo que los críticos de su país denominaron como brat pack, retrata en esta historia de amor el hundimiento de los ideales y valores que, como un paisaje de cartón piedra se desploma en los primeros forcejeos emocionales y materiales. En el Upper East Side la culminación de la codicia rasga impunemente a los harapientos que acuden a los comedores de caridad que atiende Corrine. El destino asimétrico, la purga de cierta culpabilidad y la bancarrota de los sentimientos, actuarán como impulsores de una nueva oportunidad para este dúo que alejados de lo superfluo no desecharán.

La pérdida y la soledad se constituyen en lección magistral para el incierto futuro al que se enfrentan. Libros del Asteroide es tenaz y perseverante en su atinado y selectivo criterio de edición de esta y otras publicaciones que integran su interesantísimo inventario de títulos. Como señala Luis Solano, su editor, “el catálogo de una editorial no deja de ser otra cosa que una lista de recomendaciones para unos amigos imaginarios. Por eso es tan difícil elegir un libro frente a otro”. Los lectores celebramos este ideario que redunda con honda satisfacción en quienes amamos los libros y la lectura. Ese solaz territorio de silencio íntimo, que sus obras insuflan mientras se degustan con apetencia y gozo. @mundiario

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