Inventores de palabras, creadores del lenguaje

Hablar. / Pixabay
Hablar. / Pixabay

Todos lo somos, claro que en unos casos con más fundamento que en otros, porque la lengua surge del pueblo.

Inventores de palabras, creadores del lenguaje

El lenguaje se crea en la calle y la RAE “oficializa” palabras en función de la generalización de su uso. El origen de esos vocablos, que nacen tímidamente, es muy diverso.

Los grandes escritores son creadores de palabras por derecho propio, cuando recurren a esta herramienta tras no encontrar en el diccionario el vocablo adecuado para expresar lo que pretenden. Recordemos la tertulia que describe Camilo José de Cela en La Colmena, en la que uno de los contertulios, presentado como inventor de palabras, hacía referencia con orgullo  a su última creación: “bizcotur”, “persona que sobre ser bisojo y mal encarado, mira con aviesa intención”.

Los periodistas populares, con tirón entre sus seguidores, son inventores de palabras que se imponen con facilidad. Recuerdo a José María García, popularísimo periodista deportivo, que extendió el uso de “gilicorner”, “juntaletras” y “abrazafarolas”, por citar sólo algunas.

Jiménez Losantos popularizó la expresión “maricomplejines” para calificar a Mariano Rajoy. Sin embargo “bebelejías”, también obra suya durante la pandemia, no parece que haya tenido mucho recorrido.

Algunos activistas de movimientos políticos han tenido cierto éxito –iba a decir como inventores de palabras, pero sería menospreciar a Cela y otros ilustres escritores- al implantar el uso de “machirulo”, “feminazi” o “escrache”, que ya aparece en el DRAE. Otros “inventos”, de la misma procedencia, han tenido corta vida y sólo como chunga: portavoza, por ejemplo.

Luego están las modas lingüísticas suscitadas por políticos, economistas y comentaristas, entre otros, como es el caso de “sostenibilidad” -proceso que puede mantenerse por si mismo-, que se aplica sin sentido en muchas ocasiones, fíjense en tertulias, telediarios y prensa. Todo es, o tiene que ser, sostenible: ¿es adecuado hablar de empresa o vivienda sostenible, por ejemplo?

No podemos olvidar la esnobista costumbre de españolizar  palabras de otros idiomas, y utilizarlas directamente, en muchos casos de forma innecesaria, como es el caso de “customizar”, para expresar la adaptación de algo –un vestido, por ejemplo- a las preferencias personales; o “fake news”, para no usar mentira.

Añadamos inventos basados en la ignorancia: líbido, por lo correcto, libido; futil por fútil; elit por élite o elite; estadío por estadio; motu propio, en vez de motu proprio; a grosso modo, en vez de grosso modo.

Lo más reciente es “topar” –embestir, chocar o tropezar -, que las ministras Calviño y Ribera han puesto en el candelero con motivo de su sano propósito de limitar el precio de la energía.

Encochar, ayer lo oí en televisión, palabra muy utilizada en el ámbito del transporte, que no figura en el DRAE. Pero todo se andará, como sucedió con almóndiga y otras, aunque todavía no con cocreta.

Naturalmente, estos inventos, con frecuencia, dificultan y hacen vulgar la comunicación, ya complicada por la existencia de 7.000 lenguas diferentes, surgidas de la soberbia humana descrita en la Biblia con la construcción de la Torre de Babel.

Por cierto: ¿Sería diferente el mundo si todos habláramos la misma lengua?

¿Ustedes qué opinan? @mundiario

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