Hyeonseo Lee y su odisea hacia la libertad

La coreana Hyeonseo Lee
La coreana Hyeonseo Lee

En Corea del Norte no existe el concepto de los derechos individuales. La mayoría de la gente huye porque pasa hambre, no porque añore la libertad.

Hyeonseo Lee y su odisea hacia la libertad

En La chica de los siete nombres, la norcoreana Hyeonseo Lee - con la ayuda de David John - nos cuenta la extenuante odisea que le supuso huir de su país. En su historia, no elude los detalles exclusivamente personales, pero la mayoría de las vicisitudes que vamos conociendo tienen que ver con el determinante hecho de haber nacido en un país que condiciona las vidas desde su inhumana opresión, desde su desvariado adoctrinamiento. Con un estilo sencillo pero contundente, nos hace vivir la incertidumbre, el dolor, los infinitos reveses, los dificilísimos dilemas, pero también la fuerza indesmayable, la voluntad resolutiva, liberadora, frente a la atracción de la parálisis asfixiante. Es este uno de esos libros completos, enriquecidos, que añaden, a la visión general de un entorno hostil, la narración de la peripecia personal, el dramatismo de una vida condicionada por una estructura social adversa.

El exilio que Hyeonseo elige se inicia cuando aún no ha cumplido los dieciocho años. Ella proviene de un entorno relativamente privilegiado, pues en ese país comunista hay una clara distinción de clases. La categoría social la determina el llamado songbun de cada familia. La suya goza de ciertas ventajas, como la de poder viajar dentro del país, una relativa libertad de movimiento que a otras clases les está vedada. Hyeonseo vive en un pueblo del norte cuyo río lo separa de China. Muchos intentan cruzar esa frontera y muchas veces se ven flotar sus cadáveres a modo de advertencia. Sin embargo, una noche, ella logra traspasar sus gélidas aguas en una aventura de la que nunca hubiera podido predecir sus tremendas consecuencias.

Pero salir de Corea del Norte no es la definitiva salvación. China ya está entrando en el capitalismo. Su rigidez comunista se ha destensado parcialmente. Es un país relativamente moderno pero al que no le interesa asilar a los prófugos norcoreanos. Hyeonseo inicia así un arriesgadísimo periplo en el que lo más importante para salvarse es ocultar su identidad. De ahí, los sucesivos nombres que tendrá que adoptar. Pronto tendrá que aprender mandarín. Tiene que aceptar urgentemente trabajos para sobrevivir. A punto está de caer en redes de prostitución.

La narración nos conduce por momentos de gran tensión, de suspense. Su vida, sin quererlo, se ha convertido en una continua aventura. Sin embargo, cuando tiene la oportunidad de casarse con un joven de buena familia, huye sin remisión. Casarse con él, con un joven soso al que no ama en absoluto, al amparo de una rígida y absorbente familia, no es una buena meta que haya merecido tantos riesgos.

Hyeonseo no se fía de nadie. Una vez, se confía a una compañera y recibe la visita de la policía, pudiendo escapar gracias a que el perfecto conocimiento del mandarín y de sus signos la exime de ser sospechosa de norcoreana. Gran parte de lo que gana tiene que dedicarlo a hacer frente a extorsiones; o a pagar a intermediarios, cuando decide finalmente pedir asilo en Corea del Sur.

 A las dificultades de su estancia en China se añade el dolor por los catorce años de separación de su familia. Finalmente, Hyeonseo convence a su madre para que salga del país y, tras superar muchos peligros, se reencuentran en la orilla china, frente a su pueblo norcoreano. Su hermano ha traspasado la frontera únicamente para verla, pero, ante las posibles represalias, se ve obligado a no volver, abandonando así  dolorosamente la relación con su novia. Los tres juntos inician un larguísimo viaje a Corea del Sur, dando un necesario rodeo por Laos. Los contratiempos que sufren son constantes: las detenciones,los continuos sobornos a la policía y a esos abyectos seres, los intermediarios, que se aprovechan de su enorme vulnerabilidad.

Uno de los momentos más emocionantes del libro es cuando Hyeonseo, que está en la capital de Laos, esperando a que liberen a su madre y a su hermano de la cárcel en la que han caído, encuentra a un australiano de cincuenta años que se ofrece a ayudarla. Ella se extraña. De sus experiencias, no puede extraer otra idea del ser humano que la de que es casi siempre egoísta y despreciable. Sabe que muchos de ellos son malvados, pues se contentan con destruir vidas para beneficio propio. Ante este hombre, Dirk, piensa qué favor sexual le va a pedir. Pero confía en su mirada y no se equivoca. Recibe de él todo el dinero que, en principio, necesita para solucionar la situación de su familia (luego necesitará más, siempre más, pues los obstáculos se multiplican). En internet se puede ver el reencuentro con ese hombre al cabo de los años:

Unos emotivos segundos que muestran la exaltación que produce la más inmensa gratitud y la pudorosa felicidad de quien ha sido enormemente bienhechor.

 

Después de innumerables vicisitudes, Hyeonseo llega a Corea del Sur con su madre y su hermano. Tampoco es fácil vivir en ese país: “Tras más de sesenta años de división ya no éramos el mismo pueblo.” Los norcoreanos ocupan puestos mal pagados y no están bien considerados. A los nuevos asilados se les da un curso intensivo para que aprendan a sobrevivir, pues muchos descubren que la libertad – “la verdadera, cuando tu vida es lo que tú haces con ella, cuando las elecciones son tuyas”– puede resultar aterradora. Corea del Norte es un estado paternal que provee a todos, aunque casi siempre con grave insuficiencia. La cualidad más importante allí es la lealtad, no la educación. Por su parte, el pueblo surcoreano, según los estudios, debido a la extrema competitividad en la que viven sus habitantes, es el más infeliz del mundo desarrollado. El 80% de los estudiantes accede a la universidad. Corea del Sur, en una generación, ha pasado del subdesarrollo a la decimocuarta posición en la economía mundial.

En Corea del Norte no existe el concepto de los derechos individuales. La mayoría de la gente huye porque pasa hambre, no porque añore la libertad. Si el pueblo norcoreano tuviera conciencia de sus limitaciones habría una mayor posibilidad de rebelión. Nos cuenta Hyeonseo: “Una de las tragedias de Corea del Norte es que todo el mundo lleva una máscara, que se pone cuando le conviene”. “Cuanta más gente conoces, más fácil es que te critiquen o te denuncien”. “Mi padre me enseñó a amar al Gran Líder, lo que se debía a su gran sentido de la cautela.” “Los norcoreanos que no se han marchado nunca carecen de pensamiento crítico porque no tienen nada con qué compararse.” “Me avergüenza reconocer que yo consideraba la homosexualidad como un fenómeno puramente extranjero. Los envían a campos de trabajo. Solo cuando uno está fuera empieza a saber estas cosas. “

En teoría, el sistema comunista pretende evitar que nadie se desvíe hacia una vida egoísta e individualizada, pero en la práctica está implantado un “sálvese quien pueda” que incluye la familiaridad con los trapicheos, los sobornos, el contrabando. La escolarización no tiene, en realidad, nada de gratuito. Hay que hacer donaciones. La bondad de los ciudadanos hacia el desconocido es poco habitual, ayudar resulta arriesgado. En un país que le resulta extraño, la madre de Hyeonseo añora el suyo, a su familia, a pesar de todo el horror. He aquí otro de los grandes dilemas que salpican esta historia. Ella quiere volver, pero ello supondría separarse de por vida de su hija. Ya se sabe: no son nada fáciles los tránsitos. Finalmente, decide quedarse. Hyeonseo que había tenido como novio a Kim, un surcoreano de muy buena posición, finalmente renuncia a él. Sabe que nunca sería aceptada por su familia. Después conoce a un estadounidense, Brian, con el que se casará. A su madre y a su hermano les cuesta muchísimo aceptarlo. Tantos años de adoctrinamiento, de infundir el odio y el falso desprestigio a todo lo extranjero, especialmente a Estados Unidos, no se pueden borrar fácilmente.

Al fin, Hyeonseo encuentra una estabilidad y le cuenta su peripecia al mundo. Primero en una emotiva charla que da en California y que podemos escuchar y ver en este enlace; y luego mediante este libro que nos atrapa con su sobrecogedora historia y nos alecciona sobre cómo el ser humano difiere según las imposiciones de la sociedad que le haya tocado en suerte, especialmente de aquellas más restrictivas e intimidantes de lo individual, que alientan  direcciones éticamente anómalas y condenan a sus ciudadanos a obcecarse en una asumida indiferencia.

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