Los hijos del volcán, de Jordi Enrique Soler

Portada de Los hijos del volcán. / Alfaguara
Portada de Los hijos del volcán. / Alfaguara
 La prosa narrativa mágica dibuja en la atmósfera el laberinto en el que se desenvuelven los personajes más extraños.
Los hijos del volcán, de Jordi Enrique Soler

Basta leer las abrumadoras de crónicas y reseñas que ha recibido, por el momento, la última novela de Jordi Enrique Soler, Los hijos del volcán, para que los posibles lectores y lectoras se conviertan en una realidad para conseguir un ejemplar del esplendor de esta maravillosa aventura literaria.

El afortunado lector o lectora ya tiene el libro entre las manos y bastan las primeras páginas leídas para sentirse apresado por la trama de ficción, que de inmediato puede, sin artilugios,  lograr que una parte de la narración se convierta en realidad.

La prosa narrativa mágica, de bordadora, dibuja en la atmósfera el laberinto en el que se desenvuelven los personajes más extraños. Su absorbente protagonista Tikú, hijo del capataz de la plantación cafetera La Portuguesa, percibe en los adentros de su mente una fuerza sobrenatural extraña y brutal que marcará toda su vida en las diferentes circunstancia que van a donde la muerte es fruto de un destino artificioso marca el pulso frente a la miseria y lucha por la supervivencia de un pueblo, que no ha dejado de padecer esa miserable existencia desde la explotación como esclavo, desde que llegaron los conquistadores españoles.

Son los mismos siglos de ayer y hoy. Una historia que transcurre entre un pueblo y la montaña. No es una montaña mágica como la de Thomas Mann distanciada en todo una de otra. Aquí esa montaña es un volcán que se mueve  y se subleva sobre todo lo imaginario de una geografía real en la que los hijos de esa tierra siempre vienen padeciendo la violencia, pero también la ternura y la imperiosa necesidad de exponer los extremos  de la envolvente figura del y el protagonismo que desarrolla el personaje llamado Tikú.

Un universo, como la lava que al contrario que marca la madre naturaleza no discurre resbalando hacia la llanura, sino al contrario, se eleva hacia la propia boca del volcán para provocar una revolución que resultará imposible, derrotada y poseída del desencanto de  entre lo mítico y la violencia.-Creación envolvente creadora de altas temperaturas cierta solidaridad la lectura que convierte su contenido en compás literario difícil de igualar a estas alturas de la novela en España. Tendríamos que retroceder a las perenes calidad creativa de El llano en llamas y pedro Páramo, obras de inolvidable Juan Rulfo (16 de mayo de 1917Apulco, Jalisco, México Fallecimiento       7 de enero de 1986). Majestad literaria.

Enrique Vila-Matas escribe que «De vez en cuando encontramos un libro que nos atrapa y nos transporta, que nos hace sentir y pensar, que nos sacude y nos entusiasma como una descarga eléctrica. A mí me pasó esta semana, y el libro se llama Los rojos de ultramar.». Son las grandes sorpresas que la creatividad literaria tiene el placer para los buenos lectores de darnos esta imperiosa sorpresa como un toque de atención para los creadores literarios a los que les recuerda el compromiso real con la palabra escrita que posee extraños sofocos. También posiblemente, envidia. Alabados sean los dioses benévolos que no están enfermos sino al tanto de la realidad. Esto resulta ser Los hijos del volcán. @mundiario

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