Las hermanas Bunner, de Edith Wharton: la fragilidad de una inocencia enfermiza

Brooklyn Bridge, New York City ca. 1910./ alpoma.net
Brooklyn Bridge, New York City ca. 1910./ alpoma.net

Nada está exento de lo imprevisible, ni siquiera la norma victoriana a la que obedecen dos hermanas que han consagrado sus vidas a hacerse compañía.

Las hermanas Bunner, de Edith Wharton: la fragilidad de una inocencia enfermiza

La desgracia por un azar convierte la belleza en un síntoma de enfermiza debilidad y es quizá esa certeza, tan fascinante como terrible para cualquier lector, la que articula muchas de las tramas de Wharton.

Quizá no sea su mejor relato, pero esa constante temática de la inmadurez sentimental convierte a Las hermanas Bunner en la evidencia de que el paso de los años puede conducirnos todavía a la elección apresurada y desesperada de opciones fatales en nuestras biografías.

Que dos hermanas, confiadas en una convivencia monacal y enclaustrada, acaben rompiendo ese idilio, donde la devoción y el respeto que se profesan roza la morbosidad, no solo es un tópico literario, sino una evidencia de que, en ocasiones, la represión personal por adoptar convencionalismos conservadores afianza el fracaso y la frustración. Fracaso y frustración, entre otros, enemigos de una sociedad que, ajustada a los valores judeocristianos, cree que la eternidad solo es posible si se reside en el recelo hacia el progreso.

El enamoramiento de una de las hermanas y el interés que persigue el afortunado pretendiente nos describen el derrumbe emocional de una sociedad de sólidos principios éticos, principios que solo sobreviven bajo la investidura de las apariencias, mientras esos mismos principios se pudren en el interior de espíritus que alguna vez aspiraron a tomar sus propias decisiones, pero que nunca lo hicieron.

  Ann Eliza y Evelina Bunner regentan una modesta mercería en un barrio humilde de Nueva York.  Las primeras páginas de la novela son una exquisita degustación de lo que puede significar una descripción como reflejo de esa frágil consistencia de las cosas, donde su perfección y encanto superficiales no evitan la erosión y el declive de los materiales con los que se construyen  sociedad y mundo.

Un día, con motivo de su cumpleaños, Ann Eliza le regala a su hermana un reloj. Este objeto será el causante de un cambio en sus vidas. La llegada a casa  de un humilde vendedor y reparador de mecanos y relojes trastocará esa serena armonía en la que las dos hermanas han inspirado su vida, ajenas al mundanal ruido, involucradas en la frugalidad y en el ahorro, como si no existiese para ellas otra cosa más arriesgada que la espera de la muerte.

Edith Wharton redescubre en la psicología femenina de las dos mujeres una clase de disciplinada obediencia a las normas y a los consejos de los ancestros que, paulatinamente, se va transformando en una corrosiva enfermedad donde el apego a las convenciones acaba por diluirse, donde el caos puede emerger en las cosas más sencillas, en los perfiles y actitudes más delicados. Y nada queda después de ese desastre, sino la conciencia de que “ser humano” también implica asumir que alguna vez el honor y el respeto también pueden ser mancillados. Que no hay una verdad absoluta a la que agarrarse para permanecer al margen de una realidad donde el mal también gusta de mentes infantiles y prosaicas.

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