La habitación de Jacob, de Virginia Woolf, fragmentos para una ausencia

Virginia Woolf./ Twitter
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La única redención es la escritura, la miserable ofrenda que el escritor puede hacer para que los ausentes regresen.

La habitación de Jacob, de Virginia Woolf, fragmentos para una ausencia

Virginia Woolf escribió La habitación de Jacob con la intención de recuperar a un hermano perdido.

Una de las razones que motivan la escritura de la autora inglesa es la ausencia del otro. De alguna manera, esa ausencia no es más que una premonición de la que será la suya y que, desde Los años, ya se puede rastrear en sus memorias y en sus cartas.

La habitación de Jacob es un relato donde el personaje está ausente desde el principio. En ningún momento, se escribe sobre la muerte, pero la muerte está involucrada en la propia estructura de la novela. La elipsis, las secuencias interrumpidas, la brevedad de los fragmentos, la elocuencia y sutilidad de los diálogos, los interiores de las casas y la simbología decadente de la arquitectura de Grecia y Londres bastan para entender que Jacob no es un personaje, sino la encarnación de alguien que fue, la representación de lo que significa perder a alguien respecto a otra persona.

La habitación es el mundo que se deja y también lo son los zapatos, los muebles, la ropa, una cama. La soledad de las cosas es la soledad que sobrevive y se queda para vivirla.

La descripción melancólica de un Londres, que Virginia Woolf ubica bajo los parámetros de un costumbrismo, convierte la ciudad en un escenario donde la aristocracia, las rutinas, las confidencias, unas cartas, la propia habitación de Jacob, completamente vacía al final de la novela, construyen al personaje.

Al margen del carácter innovador de la narración, parece que Virginia tuviese miedo de mostrarnos al personaje en carne y hueso. Ese recelo radica en provocar en nosotros y en ella misma cierta inconsistencia descriptiva en torno a Jacob, sin otro fin que respetar la ausencia, declararla como un estar ahí que no puede completarse jamás, y, en esa negación de lo evidente, reside la plenitud del desaparecido.

Los diálogos inacabados, personajes y voces que aparecen brevemente para desaparecer, el paisaje de las ruinas griegas, descripciones de un paisaje que agoniza en el mar, el tránsito de Londres como trasfondo de la vida de Jacob, por ejemplo, son algunos de esos estímulos que acercan esta narrativa a un ejercicio más bien poético en el que el hilo argumental prácticamente no existe.

La omisión es lo que hace explícito al personaje, al hermano, al espacio donde concluye la novela, la concreción de un vacío que es inspirador y que sigue fluyendo más allá de la última línea. @mundiario

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