Habitación 300: Dejarme llevar es literalmente el sentido de mi vida

Vieja casa sureña.
Vieja casa sureña.

Yo quise ponerte precio de oro y a ti te basta un litro de gasoil, o más, no sé, quizá no me valgan todos los contenciosos para derribarte de mi pena. / Relato literario

Habitación 300: Dejarme llevar es literalmente el sentido de mi vida

Los recuerdos más fuertes, los que te atrapan, nunca volverán. No obstante, no mueren si tú no mueres, sino que se reafirman en todo tortuosamente. Hay algo que te los muestra y los hace crecer, así tapen el sol y las ventanas, de modo que, en el oscuro, puedes danzar, contorsionarte o permanecer, pero el recuerdo no será reflejado.

De este modo, aquello a lo que llaman trauma─ que no puedes alterar─, se habitúa a ti desde fuera y te carcome por dentro, mas, al querer agarrarlo, destella rabia y se reubica con sorna.

Porque no puedes superarlo tú sola. Y, si lo dices, se multiplica, se propaga. Se transforma en violencia sutil que se jacta de no dejar marca sino un tremendo silencio.

Todas las respuestas penden del silencio. Nadie las señalará, sino que expirarán por el desuso.

Después, con el tiempo, surgirán cuestionamientos a todo tabú y peligrosidad; es justo ahí cuando tu vida será miserable, ya que, lo que fue crucial en su momento, ahora es una nimiedad risible. Que, sin embargo, te reduce al tamaño de una canica arrojada al destino.

No, querido, no espero más de ti, ni he sabido más que cambiarte de zapatos y rezar por alguien diferente a ti, pero en las mismas botas. Eres ahora la dentellada de las mofas, no eres quien solías ser, porque eres uno más. Yo quise ponerte precio de oro y a ti te basta un litro de gasoil, o más, no sé, quizá no me valgan todos los contenciosos para derribarte de mi pena. Porque no es ni mi deshonra ni la tuya: es lo que tú sientas. Es tu mentira, tu tétrica mirada e impasividad ofensiva. O sea, es un cúmulo de aplausos del séptimo de caballería cuando La Paula escapó de casa buscando un precipicio sin fondo, no lo había, no había ningún habitante de tu país observándome. Con ironía de la vida, pedí ayuda y recibí castigo. Con ironía de la vida, escribí tu nombre. Cuando, con impotencia o con todo el cariño, tú morabas algún sofá. @mundiario
   

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