El grito de la mariposa, de Enrique Ortego

Ilustración del libro El grito de la mariposa. / Mundiario
Ilustración del libro El grito de la mariposa. / Mundiario
El grito de la mariposa se puede leer como una obra de ficción, pero no lo es. Es sobre todo un ensayo concienzudo apoyado en numerosas entrevistas e innumerables documentos.
El grito de la mariposa, de Enrique Ortego

Mientras en España cualquier persona medianamente formada podría ubicar en un mapa, sin mayor problema, algunos países latinoamericanos como Cuba, Argentina, Brasil o México, y referirse a ellos con alguna información, en el caso de las naciones centroamericanas no sucede lo mismo. Honduras, El Salvador, Guatemala, Costa Rica y Nicaragua, son países chiquitos que resultan desconocidos y enigmáticos, con la excepción tal vez de Nicaragua, por su revolución sandinista en los años 80 y, ahora, por la tiranía que Daniel Ortega ejerce sobre su población.

En Nicaragua, en aquellos 80, tuve la suerte de conocer a Enrique Ortego cuando él ejercía de periodista y trabajaba como editor de Pensamiento Propio, una prestigiosa revista centroamericana que publicaba la “Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales” (CRIES), dirigida por el jesuita y teólogo de la liberación Xavier Gorostiaga. Enrique era una de esas más bien pocas personas auténticas que te encuentras por la vida, de las que piensan lo que dicen y lo que hacen, y de las que hacen y dicen lo que piensan. Lo recuerdo serio, incluso un poco seco, como buen aragonés, pero en él se adivinaba un corazón de los no caben en el pecho que le llevaba a ejercer una solidaridad con los oprimidos a prueba de bombas.

Le perdí la pista durante años hasta que un núcleo de amigos comunes, capitaneados por Luis Suárez-Carreño, organizó una reunión de antiguos “internacionalistas de Nicaragua” que se celebró simultáneamente en Managua y en Madrid. Enrique regaló al grupo una colección de reportajes suyos y de otras personas sobre Nicaragua escritos en las décadas de los 80 y 90 que conservo como un tesoro, y reanudamos entonces el contacto. Me contó del libro El grito de la mariposa que estaba a punto de editar y leí un borrador que me dejó maravillado. Enrique andaba entonces, según me escribió, por el norte de Nicaragua, en Jinotega (El Cuá, Pantasma, Abisinia y Wiwilí) documentando una incipiente situación de protesta contra el gobierno de Daniel Ortega, pero antes había colaborado con diversos medios guatemaltecos y había participado en la elaboración del “Informe de Recuperación de la Memoria Histórica” del Arzobispado de Guatemala, lo que le había permitido conocer mejor la crueldad de la institución militar de aquel país y la de los jefes que la comandaban y acceder también a información sobre las “cloacas del Estado” que permanecían activas y acantonadas en el “Estado Mayor Presidencial”.

El grito de la mariposa es, en lo esencial, una obra de investigación sobre el asesinato, en 1990, de Myrna Mack, una antropóloga guatemalteca a quien Enrique había conocido personalmente cuando ambos investigaban sobre las poblaciones indígenas desplazadas internamente y escondidas en las montañas de su propio país, huyendo de las masacres del ejército. 

El móvil de aquel crimen, que nadie tenga duda alguna, fue el compromiso de Myrna con el sufrimiento de aquellos desplazados indígenas civiles, tal vez un millón de personas, refugiadas en lugares inhóspitos de la serranía, como el Quiché, las montañas de los Cuchumatanes o Cobán. Pero, en el informe que la Policía envió al Ministerio de Gobernación, se concluía  ignominiosamente que el móvil podía haber sido el robo. Se trababa así de ocultar a los verdaderos autores del crimen y sus motivaciones políticas.

Hubo que esperar trece años, hasta 2003, para que se condenase a prisión a un teniente coronel como autor intelectual del crimen, un personaje que, sin duda, “tapaba” a otros militares de mayor graduación, y quien fue puesto en libertad después de un recurso de alzada, aquel mismo año. Sin embargo, cuando la Corte Suprema de Justicia revisó el caso, ordenó de nuevo la captura del sujeto, pero éste ya se había esfumado. Enrique debió sentirse obligado a contar todo lo que había investigado para reivindicar y dignificar el nombre de Myrna.

Siendo el asesinato de Myrna el tema central del libro, la obra va mucho más allá, pues describe y analiza, desde el mejor periodismo de investigación, el contexto de aquellos años -los 80 y primeros 90- en los que, aunque habían finalizado las dictaduras militares tan cruentas y que tanto terror produjeron en aquel país, todavía no se habían firmado los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla (URNG) y se continuaban cometiendo crímenes impunemente desde las cloacas del Estado.

El grito de la mariposa se puede leer como una obra de ficción, pero no lo es. Es sobre todo un ensayo concienzudo apoyado en numerosas entrevistas e innumerables documentos, que nos permite acercarnos a aquella realidad, la guatemalteca, de la mano de un buen conocedor del país y de la región; no obstante, la calidad literaria de Ortego puede engañarnos y hacernos creer que se trata de una novela. Ojalá lo fuera, ojalá se tratase de una obra de ficción y nada más.

 Por esa razón, por tratarse de un ensayo disfrazado de novela, puede parecer una obra exhaustiva, con multitud de detalles y no pocas historias colaterales que distraen la atención sobre la trama principal, el asesinado de Myrta Mack. Pero, precisamente, esa exhaustividad es uno de los puntos fuertes de la obra si se la considera como lo que es: un documento histórico narrado de forma muy amena. El objetivo de Ortego, la reivindicación del nombre de Myrna Mack, queda de sobra cumplido. Pero la obra nos acerca además a una realidad poco conocida y bastante más increíble que las historias de Macondo de García Márquez. Y lo hace con una prosa que da gusto leer. El grito de la mariposa es una gran obra, de la misma manera que Enrique Ortego era una gran persona. @mundiario

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