Ian Mcwean y Graham Swift, dos grandes novelistas ingleses actuales

Ian Mcwean y Graham Swift
Ian Mcwean y Graham Swift.

Los escritores Ian Mcwean y Graham Swift se toman en serio la responsabilidad de revivir y actualizar, con calidad, la tantas veces enterrada novela.

Ian Mcwean y Graham Swift, dos grandes novelistas ingleses actuales

Últimamente, he leído dos excelentes novelas escritas por dos escritores británicos, de esas que a uno le renuevan la fe en ese género, y que le impiden suscribir esa frase tan conocida de Josep Pla: “Considero que un hombre que después de los 40 aún lee novelas es un puro cretino”, a pesar de que tanto me atraigan esas otras vertientes literarias que no se fundamentan en la ficción. Al primer autor, Ian Mcwean, ya lo conocía. Me entusiasmó con Sábado, y luego pude corroborar, con La Ley del menor, su renovada capacidad para indagar exhaustivamente en los conflictos psicológicos y sociales. Hace unas semanas me lancé a leer Cáscara de nuez, su recién aparecida novela. Ahora, felizmente, he descubierto a otro autor de su generación, a Graham Swift. Y lo mejor es que lo he hecho a través de una novela, La luz del día, que no es la más bendecida por la crítica, pero que, aún así, me ha deslumbrado. Me queda así la maravillosa expectativa de seguir por su obra más valorada: El país del agua.

La última obra de Mcwean, Cáscara de nuez, es un libro denso – como todos los suyos  -, de prosa compacta. Contiene en ese apelmazado espacio en la que se comprime la acción, gracias a su inmensa perspicacia, observaciones luminosas, críticas coherentes, versiones antropológicas del mundo. En su intriga, es una novela negra, pero es mucho más, es una crítica de algunas versiones de la humanidad a través de un tono irónico, de un humor nacido de la perplejidad, de un conato de indignación controlada por el inacabable deseo de observación, de interés por unos sucesos que condenan a sus protagonistas. 

El argumento es sencillo. El enfoque es muy original, y es que Mcwean no se repite en sus novelas y procura no repetir a otros. El narrador es el feto que está viviendo en el vientre de su madre los últimos días antes de su aparición en el mundo de los nacidos. Desde ese habitáculo protegido, se entera de todo lo que pasa fuera. Siente cómo es ninguneado en todo momento por su madre y por su amante, que es el hermano de su padre. Hay en sus comentarios lucidez, animadversiones y simpatías, consideraciones morales, percepciones únicas debidas al insólito emplazamiento desde el que nacen. Hay intriga, un asesinato y una siempre finísima apreciación de los laberintos, de los callejones sin salida en los que incurren unos seres humanos movidos por la pasión egoísta, siempre obtusos y precipitados en la persecución de sus deseos.

Con La luz del día, me he iniciado en la prosa de Graham Swift, que me ha parecido de una originalidad y de una riquísima ligereza admirables. Está compuesta por frases cortas que devienen en un ritmo sincopado, que es, sin embargo, creador de atmósferas precisas. Emplea el tono justo, ni muy enfático ni tampoco displicente, con descripciones hechas de pequeñas pinceladas que van sucediéndose, interrumpidas, ampliándose y conformando unos retratos incisivos.

La historia se desarrolla de forma fragmentaria, con párrafos cortos y capítulos también muy reducidos y numerosos, lo que le permite al autor llevarnos y traernos por el tiempo de su historia, hacia atrás o más lejos, en desorden continuo, pues el narrador se nos muestra sumergido en una divagación que busca las claves para acceder a la verdad de sus sentimientos.

Como Ian Mcwean en Cáscara de nuez, Graham Swift también parte de una historia que pertenecería al género negro, pero aquí, aunque haya también un asesinato, todo lo sabemos desde un primer momento, por lo que la intriga se desplaza del curso de la acción a la rememoración inquisitiva de unos hechos, de unos personajes, de unas decisiones, desde la certeza de lo definitivamente insondable de la condición humana pero desde la resolución de obtener una máxima aproximación a sus secretos.  Todo ello con una prosa contenida pero, a la vez, desbordante de significados, desde una imaginación que no se acerca a la fantasía sino que explica desde nuevos ángulos las capas ocultas de la realidad.

Swift se nos muestra suavemente irónico, exquisitamente distante en apariencia, pero implicado en definir cada innumerable prisma de la situación. Es detallista, pero no disperso a pesar de que la dispersión es el modo de pensar del narrador, y es que nos hallamos ante un novelista que domina su trabajo hasta permitirse forjar un doble nivel en su narración, de tal manera que lo sentimos sobrevolar, oculto, a su narrador, siempre desde una concepción literaria que está varios escalones por encima de la novelística rutinaria.  

Ian Mcwean y Graham Swift son dos escritores que se toman en serio la responsabilidad de revivir y actualizar, con calidad, la tantas veces enterrada novela, y los recalcitrantes lectores nos alegramos de que no se apague ninguna de las fuentes de nuestro placer. 

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