El arriero de La Providence, de George Simenon

Portada. El arriero de La Providence. Georges Simenon. Editorial Acantilado.
Portada de El arriero de La Providence, de Georges Simenon. / Editorial Acantilado

¿Cómo ha podido llegar el cadáver de esta mujer al establo de caballos de una gabarra?  

El arriero de La Providence, de George Simenon

El arriero de La Providence, buscando su látigo para espabilar a los caballos que tiran de la gabarra, entre la paja del  establo, donde duerme entre sus dos animales, se queda frío al descubrir un rostro humano. Y que para más seguridad alumbra con un farol. Cierto, el cadáver de una mujer: “En una cuadra con sus pendientes de perla, su pulsera de diseño  y sus zapatos de ante blanco”. Un suceso que lo alteraría todo. El primer interrogante que se le presenta  a Maigret mientras carga su pipa que  golpea con parsimonia, es el mismo al de toda la policía y vecindad del canal: ¿Cómo había llegado el cadáver de la mujer al establo de los caballos? Esa criatura exquisita? “¿Qué se la había perdido aquí a esta mujer extraña que, según se comenta, viene del yate Soutbern Cross, una elegante embarcación que nadie ha visto antes en los canales de la región?

La clase literaria de Georges Simenon transforma a la novela policíaca y logra elevar la calidad de un contenido sencillo al pedestal desde donde atrapar y absorber el interés más exigente del lector

Todo un inquietante ejercicio de investigación de muy fino corte literario narrado con el arte propio del maestro. La lluvia es continua, cuando no niebla y poco sol, entre canales que como dedos del río Marne discurren por caminos paralelos a los nuestro. El sabueso va buscando donde aferrarse, parando en las tabernas de las orillas con ojos escrutadores y oídos despiertos, mientras con disimulo, observa desde un silencio que parece advertirle al lector que toda atención es poca para poder  seguir tan  magistral narración a través de las aguas del canal lateral del Marne, para destapar el misterio de la enigmática mujer que navegaba en el lujoso yate, el Southern Cross.

Los habitantes del lugar nunca lo habían visto surcar por los cauces de esta región. Los especiales personajes a bordo, los cuales, naturalmente, les resultan sospechosos a nuestro comisario, eso sí, con la mayor discreción hasta poder ir recopilando datos, detalles y huellas en todo los lugares que va recorriendo en bicicleta. ¿Un caso más en la vida de ficción del género policíaco de este clásico creador George Simenon? ¿Pero de verdad es un caso más? Creo que no, los personajes, esos que dibuja maravillosamente son diferentes. Menudo cuarteto componen los pasajeros de la coqueta embarcación con una tripulación de lujo compuesta por el bebedor insaciable de  güisqui Sir Walter Lampson, coronel retirado de la Armada de las Indias. El matrimonio, junto a Willy Marco, amante de la fallecida, y Gloria Negretti, viuda de un diputado chileno y amante de Lampson, todo un cuarteto cuyo protagonismo ofrece una variedad nada usual en el cotidiano vivir.

Todo un inquietante ejercicio de investigación de muy fino corte literario narrado con el arte propio del maestro

Y con estos elementos, el buen oído y embriagador estilo cinematográfico de nuestro investigador, da vida real a los  pocos milagros, pero de mucho misterio, volcado en dejar claro esta extraña muerte de tan importante señora. Encontrada en un maloliente establo donde tiene su descanso un fornido y huraño hombre de pocas palabras, pero con manifiestas muestras de cariño a sus caballos y la fidelidad a su trabajo, donde la ternura brota fruto de la magia.

La clase literaria de Georges Simenon transforma a la novela policíaca y logra elevar la calidad de un contenido sencillo al pedestal desde donde atrapar y absorber el interés más exigente del lector. Porque en esta historia, como todas las suyas, el factor humano, esos perfiles tan  cuidadamente descritos, mostrando una hondura extrema, especialmente en el comportamiento y complejidad misteriosa de ese hombre   hosco y de pocas palabras que ama en silencio a sus caballos, frente el despótico lujo y egoísta actitud de un importante personaje embutido en la grandeza con la que en tiempo pasado había gobernado y disfrutado. @mundiario

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