La fiesta en el Club de Tenis

No hay cura sino alimento para la melancolía.
No hay cura sino alimento para la melancolía.
"Nuestras puertas siempre estarán abiertas para ti, nunca te olvidaremos"- imaginé que le diría el último día de clase... / Relato literario.
La fiesta en el Club de Tenis

Lleva todo el día en mi cabeza: el cumpleaños de Julia. Tendríamos siete u ocho años y a las dos nos encantaba Doraemon. Recuerdo que por aquella época me pasaba la tarde del parque a las aldeas jugando con todos los niños, como si el mundo fuera feliz, sin ningún miedo.

Ella vivía en el edificio del Casino y su madre me invitó a merendar, ¡con la sorpresa de que en la tele empezaba Doraemon! Nos pusimos a brincar alrededor de la mesa como en la danza india de las lluvias. Volví a perder la noción del tiempo en mi pequeña felicidad y la madre de Julia llamó a mi casa, pero volví andando yo sola.

Sin embargo, esa felicidad que era como una antorcha en mi corazón serpenteaba, aunque no se apagaba porque me resistía a llorar por nada...

Ella, por supuesto, me invitó a su cumpleaños: su madre se lo dijo a mi madre. Pasaban los días en casa, sin mayor evasión que la de mis ceras de colores, mis dibujos japoneses, las zapatillas que eran barcos, la caja que convertí en guitarra y la eventual compañía de mi hermana.

Mi hermana, aquel fin de semana, quería pasear por San Vicente (todos los findes paseábamos). Aquella tarde, tuve ese dolor de barriga que me da (ahora sé que es ansiedad) y noté un cansancio con la vida.

"Mamá, no le compramos regalo"- lamenté. "Eso no va a importar, ¿no quieres ir?". Las pausas de mamá eran más retorcidas que las mías.

Aún me viene al recuerdo el pesar que sentí cuando pasamos en coche al borde del Club de Tenis, donde se celebraba la fiesta de Julia. En escasos segundos, mamá repitió el refrán: "si no quieres ir no vayas". "No, no tengo regalo"- repetí.

Al poco, su amiga Mariña me preguntó después de misa, musitando pero incisiva, por qué no fui al cumpleaños: "No lo sé"- le dije, pero noté que toda la atención se estaba desprendiendo de mí.

Al año siguiente, la profesora nos expresó que Julia se iría a otro colegio. "Nuestras puertas siempre estarán abiertas para ti, nunca te olvidaremos"- imaginé que le diría el último día de clase... Pero, al sonar el timbre, anduve perdida y cabizbaja hacia fuera, creyendo que ella ya no era mi amiga... @mundiario
    

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