Sobre la extraordinaria obra literaria de un gran pintor: Ramón Gaya

Uno de los autorretratos de Ramón Gaya
Uno de los autorretratos de Ramón Gaya

En sus palabras hay una permanente búsqueda de autenticidad, de atención, de vida no desperdiciada en una ceguera confortable. Él quiere entrar más hondo en las cosas.

Sobre la extraordinaria obra literaria de un gran pintor: Ramón Gaya

Tenían mucha razón esas recomendaciones, esa admirativa valoración que había escuchado tantas veces, y esos vislumbres que tuve hace dos años, viendo el magnífico documental sobre su persona que dieron en la 2 y que glosé en una artículo. Ramón Gaya es uno de esos escritores excelsos que deleitan al lector propicio con maravillosos juegos del lenguaje, con una lucidez hecha de verbales adentramientos.

Mi primer contacto con este autor que, en adelante, figurará entre mis favoritos, ha sido a través de la antología que preparase Trapiello para la editorial Pre-Textos. La componen los ensayos -preferentemente sobre la pintura-, los pequeños textos descriptivos de una ciudad, de un artista, en los que lo fundamental es la emoción que constituye su mirada siempre inédita, sus apuntes como diarista y también la poesía.  

Su estilo es la obcecada persecución de la definición que pretende escabullirse a los débiles de espíritu

Bien claro deja que su profundo comentario del arte no es del crítico: “Lo más patético del crítico de arte no es tanto que se equivoque y no entienda, sino que entiende de una cosa que…no comprende”. Lo que pretende es extraer de cada imagen un concepto alcanzado, inesperado. Acceder a las capas de realidad ocultas por una contemplación somera. Lo suyo no es buscar el dictamen implacable: “Todo lo que es no podemos juzgarlo así, tranquilamente, con nuestras… pobres y razonantes leyes, sino… vivirlo”.

En sus palabras hay una permanente búsqueda de autenticidad, de atención, de vida no desperdiciada en una ceguera confortable. Él quiere ir entrar más hondo en las cosas, superar ese indeseable “atontamiento” que a veces consigna esos diarios. Aspira a la búsqueda desde la mirada menos perezosa, desde los atisbos más elevados. Quiere instalarse en una lucidez que le permita una visión superior de aquello que alberga insinuaciones infinitas. Su proceso escritural es altamente poético. Es la búsqueda de lo sutilmente perceptible, una indagación que se concreta en esforzada búsqueda de las palabras, en sus significados descubiertos a través de las osadas preparaciones.

Su prosa es tan delicada, tan fina, contiene tanto un énfasis no engolado, que precisa de las comillas, de las cursivas, de los puntos suspensivos previos, como redoble de un tambor, a la dilucidación verbal definitiva, en pirueta lingüística no banal, sino entregada  al conocimiento. Su estilo es la obcecada persecución de la definición que pretende escabullirse a los débiles de espíritu, la ejecución de un yo, como ejercitante de una potente sensibilidad. De cualquier gesto extrae su originalidad, la sutileza con la que debe verse, para distinguirlo plenamente y erigirlo en rotunda muestra vital.

Su literatura se fundamenta en la continua búsqueda de la viveza de las cosas, la sutileza de lo palpitante, su oculto significado. Y abunda en esa idea de que el verdadero arte equivale a un ser vivo, a algo con lo que nos podemos relacionar con una reciprocidad estimulante: “En lugar de comprender y aceptar ese cuarteto como lo que verdaderamente es, como una simple criatura, como un ser vivo,”. Y abunda en esa concepción: “Vemos que siempre han existido, por un lado, las obras propiamente dichas, las obras de arte, de arte-artístico (algunas sumamente admirables y valiosas), y, por otros han existido… las criaturas”. Es el arte que se supera a sí mismo convirtiéndose en vida.

Por otro lado, estos magníficos textos seleccionados, también contienen otras consideraciones más personales, como cuando habla de su proceso creativo como pintor, en una idea que me gusta mucho: "Todavía no he podido hacer nada; ni siquiera un dibujo. Sin duda no puedo lograr ese vacío que se necesita para el trabajo, para el trabajo de creación; todo tira de mí, me reclama, me exige. Mientras estamos vivamente ocupados, habitados por el presente, no podemos…hacer”. Un hacer que es lo contrario del quehacer: “Ese poder de atención extrema, de concentración extrema, se debe, en parte a su muy decidida abstinencia creadora; porque, por extraño que pueda parecernos, en cuanto alguien cede a la tentación de… hacer, su facultad de ver, de comprender, de percibir, de recibir y adentrarse en la realidad, se debilita: el…quehacer se apodera de todo, lo vacía todo”.

Leer estas prosas extraordinarias es estar invitado a una fiesta de la inteligencia, un goce de la finura de la percepción

A veces, también baja a contemplar lo que no está tocado por la excelsitud del arte: “Creo en Dios, en la naturaleza, en la realidad, pero absolutamente nada en la sociedad – sea la que sea; y también creo en la persona, las personas, incluso creo en las gentes, y, sobre todo, me gustan las gentes, aunque espero muy poco de ellas, ya que su autenticidad parece entumecida desde hace siglos.”. O cuando nos habla de ese bien tan preciado de la soledad: “Cada vez más, quedarme solo es volver a encontrarme con alguien que siempre me acompaña, pero que únicamente aparece, reaparece, cuando no hay absolutamente nadie”.

Leer estas prosas extraordinarias (los sonetos incluidos en esta selección me dicen mucho menos) es estar invitado a una fiesta de la inteligencia, un goce de la finura de la percepción. Es asistir a un prodigio de resonante sensibilidad, de sobriedad intensa. @mundiario

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