Expresión de total rechazo a la legalidad psíquica imperante (I)

Martin Lutero, reformista en tiempos pasados.
Martin Lutero, reformista en tiempos pasados.

Pero, ¿hasta dónde se puede hablar? La opinión pública, el orden preestablecido, es un tosco gigante de escasez verbal. / Relato literario.

Expresión de total rechazo a la legalidad psíquica imperante (I)

Necesito hablar, y no con una psicóloga que me pregunta a qué me dedico y se pregunta por el precio de mi ropa, sino con la línea abierta del Estado de Derecho: creo y defiendo que la culpa de mi depresión la tiene el presidente de mi país (si por depresión se entiende el yugo de una sociedad patriarcal en la que mi devenir viene dado por los padres de mis ex compañeros de clase─ de eficiencia y honestidad inferiores a la mía y astucia mayor─ junto a la prohibición de todas las instituciones por haber sido una valiente chica leal a su generación, noción de la moral, ideales adquiridos mediante la educación e independiente al orden público de los tiempos vigentes).

El presidente de mi país proviene de una empresa llamada “partido político” que financia un empresariado al que no intereso, pues mi nivel adquisitivo es escaso, al tiempo que los detentores de tal economía conforman una aristocracia que emplea los medios de comunicación para promover un pensamiento único cuyo único objetivo es el rentable resultado de la economía que encabezan. Sin importarles qué historia anónima sufra por la lacra moral del comportamiento mercantilista, muera por la quiebra de su corazón en una avara sociedad capitalista, enferme porque su vida sentimental no tenga cabida en el consentimiento cultural, o empobrezca de espíritu al haber obedecido a un concepto de libertad que significa que todo vale.

Pero, ¿hasta dónde se puede hablar? La opinión pública, el orden preestablecido, es un tosco gigante de escasez verbal. Los números rojos suponen tal amenaza que los pensamientos permanecen contenidos en nuestras mentes sin ser expresados, siendo hasta contradichos en pos de un fajo de billetes.

Llega la Sanidad, tan debatida en el conflicto público, de la que impera una sección llamada Psiquiatría: el mayor experimento del sigo XX, el campo sanitario con mayor futuro en la investigación, pues dicen que el 90% del cerebro está inutilizado (sic).

Mi experiencia en el psicoanálisis me ha llevado a poder reírme de un licenciado en Medicina que ahora me escucha comiendo palomitas. Y es que auguro que cada día me identifica con un síndrome de su manual y me echa una paja. No deja de ser machista, un puto facha y aristócrata, aunque sabe lo que es bueno, por ejemplo creer en mí, por extensión nombrar culpables.

A pesar de mi entorno marginal, juro que no he conocido a ningún loco todavía. Por extensión, creo que todos se han vuelto locos en algún momento de sus vidas o sus jornadas…

Por otra parte, hay ciudadanos con suerte que se dedican a señalar locos: les basta con identificar una debilidad del prójimo con el que rivalizan para que la Autoridad le asigne un nuevo rol social y cargue de por vida con la riqueza del poderoso que lo sacó de en medio.

Llegamos a la presidencia, que a veces cree en Dios, otras en el Rey. Nunca le hablé de dios a mi psiquiatra, no le veo grandes virtudes al Borbón. Ni el rey ni el psiquiatra me parecen extraordinarios, sino la imagen publicitaria de un Estado cuya patria es la opresión.

Y en la opresión estamos: en situaciones, la ciudadanía ha de tragarse la empatía y el corazón para ganarse el pan, cuando lo que consiguen es ser pobres infelices conformes con coche y sexo asegurados. Nos miramos de reojo en los momentos de patria y fraternidad, mantenemos silencio cuando hay amor, miramos para otro lado cuando se colapsan un alma y sus huesos…

No tenemos los derechos que necesitamos. Podríamos adquirir bienes mejores en una sociedad justa y real, puesto que la monarquía y la religión, populistas, contradicen valores humanos universales, cierran las fronteras del sentido común.

Vivamos en una sociedad real en la que el diálogo sea conocimiento y no una definida enajenación mental, la cual se aduce a la rebelión, la pasión amorosa o la vacua esperanza que no viene en bolsa. @mundiario


   

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