Evelio Rosero, catarsis del lenguaje

Portada. Toño Ciruelo, de Evelio Rasero. Tusquets Editores. Colección andanzas
Portada. Toño Ciruelo, de Evelio Rasero. Tusquets Editores. Colección andanzas.2017.

Toño Ciruelo es un descenso infernal, radiografía de la maldad, pero contenida en un imaginario narrativo de tanta reciedumbre en su mordiente expresión, que nos abre al ser de las palabras.   

Evelio Rosero, catarsis del lenguaje

EL DENSO AMANECER DE LAS PALABRAS

La escritura comporta responsabilidad. No se trata de un principio ético. Ni tan siquiera moral. Deviene de la libérrima articulación expresiva para ampliar su razón de ser, que no es otra que la del pensamiento irracional que nos empuja a arañar la realidad para encontrarnos con la ficción y viceversa. En ese proceso convulso juega a favor la revelación de lo inesperado y de la radicalidad que experimenta encontrarnos ante un texto que desmerece el marco referencial o institucional y lo transgrede horadando el lenguaje desde la idea misma que contiene y que sin prevalecer lo acompaña. Esta actitud comporta no solo la incomprensión también la renuncia a ser leído por desatender los márgenes que limitan su quehacer. Louis-Ferdinand Céline vivifica este hacer y deshacer entre literatura y vida. Y si bien la anotación biográfica –deshonrado como “indignidad nacional” de Francia tras la pretensión de juicio por “alta traición” y posterior litigio con Dinamarca- nos hace recelar sobre su plano humano a tenor de su colaboración con el Régimen de Vichy y la autoría de panfletos antisemitas.

Habría que recordar la obra del periodista sevillano Manuel Chaves Nogales, La agonía de Francia en la que se hace exposición de los valores que encarnaba la república francesa y la deriva que supuso la asunción de los principios autoritarios del nazismo. Irremediablemente la literatura se eleva como globo huido de las manos de un niño en la que ponemos nuestra atención lectora. Quizás porque como señalaba el autor francés en su obra Viaje al fin de la noche, editada en 1932, “¡Es más difícil renunciar al amor que a la vida!”.

TOÑO CIRUELO

–Tusquets Editores. Colección andanzas. 2017- el propio nombre de la obra antecede la personalidad que desde un primer momento se hace figura enigmática y absorbente con sus execrables actos. Sobrevuela ese cielo cuya sombra va registrando su influjo maligno. Con un inicio de sólida consistencia, el poderoso lenguaje del autor moldea el perfil de un verdadero parásito social que entronca con la maldad hasta la más abyecta perversión. El hilo entre poesía y determinismo social parece converger en un confinamiento de la corrección, para facultar ese drama que acuña el texto de principio a fin. Se trata de una historia negra que participa de la expresión como pesadilla, pero insistiendo en la contradicción de atraparnos por la ascendencia del personaje, de orígenes privilegiados al ser un hijo de un senador, y su irrebatible concesión a las historias que hilvana y en las que deposita cierta dosis de maleficio con tintes de leyenda. Tan atractivas por su delirante ejecución como provocadoras en su proyección social.

El imaginario del autor prescinde de lindes que recluyan ese pensar en volandas y ese escribir desterrado. Heriberto Salgado –Eri- es el narrador que se ve bruscamente sorprendido por la irrupción de Antonio Ciruelo, tras 20 años sin noticias de su existencia. Durante ese tiempo ha construido, aunque de forma precaria, su trayectoria de escritor. Su consideración sobre aquel no deja lugar a dudas, “yo sé que la maldad que recorría las facciones de Ciruelo a sus catorce años me recorría en ese instante a mí, a mis cincuenta años. Lo odié más”. Sin embargo la fascinación labora con tal ascendencia sobre este, que por más que entienda la incertidumbre de esta relación incidental desde la etapa escolar en centros educativos religiosos, no logra desasirse de ella.

La curiosidad de su oficio lo zarandea entre la aversión y la atracción. A partir de ese momento la anotación de los hechos en el tiempo avanza y retrocede desde la escuela hasta el presente, pero siempre bajo la impetuosa narración de fuego que hace de Ciruelo un contador de historias irresistible. De hecho, la propia obra puede iniciarse desde cualquiera de los capítulos de los dos libros en los que se encuentra estructurado el texto, por su capacidad de abstracción en cuanto a lo narrado sesgadamente sin desmerecer el conjunto de la obra. Es decir, son capítulos con personalidad propia que pueden desentenderse del hilo argumental, constatando la recreación como satélites de una órbita mayor que les dota de sentido y dirección espacial. Esto que podría entenderse como un recurso literario más, ilustra ese caos con la viveza extemporánea del lenguaje sin tapujos estéticos y con la siniestra extensión de la mano que mece la cuna y el horror que presagia.

EVELIO ROSERO, LA DANZA DE LA IMAGINACIÓN

El escenario que nos presenta el autor colombiano, proviene de una intersección emocional: la disección literaria de la mente criminal que convive con naturalidad entre nosotros. “Toño Ciruelo es la conclusión como de cinco amigos que he tenido en mi vida. No es uno solo. Cinco amigos muy reales, muy cercanos a mí, de carne y hueso. Uno de ellos, no voy a decir su nombre, estudió conmigo y terminó convirtiéndose en un asesino”. A pesar de ello, la narración no es una aproximación a ese personaje real. Oscila entre la realidad de su país y ese inquietante y difuso lugar de miedo y desesperación que conlleva la violencia cotidiana. La interpretación de este paradigma no redime la necesidad de elevar el canto nihilista que exuda Toño Ciruelo.

Como un tangram define la silueta de este, incidiendo en la voracidad de su figura que todo lo arrastra hasta la perdición. Para ello aplica al lenguaje el relieve poético que lo dota de amplitud en el sentido profundo de lo narrado o recitado, “Me preocupa mucho la música de las palabras, la música total. Leo en voz alta. El ritmo sí es algo que fluye y es plenamente inconsciente (…) En el caso de Toño Ciruelo me acompañó la Novena Sinfonía de Bruckner, esa música casi funérea en Bruckner. Sergio Ramírez, en el discurso de entrega del premio Cervantes de este año 2018, afirma que “La lengua se hace primero en el oído (…) La poesía es inevitable en la sustancia de la prosa”. El autor de Los ejércitos revierte en la narración dramática, ese gusto inefable de la literatura por sobrevolar la realidad desde la imaginación sonada en el precipicio humano. @mundiario

 

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