La España caótica, el lodo de donde Berlanga sacaba oro

Exposición 'Berlangiano' en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. / Academia de Cine
Exposición 'Berlangiano' en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. / Academia de Cine
Berlanga siempre se ha reído en sus películas del fanatismo ideológico y de la España caótica, especialista en meter la pata, de ciudadanos chanchulleros, crispados y chapuceros.
La España caótica, el lodo de donde Berlanga sacaba oro

La Escopeta Nacional vuelve a los cines este viernes 18 de junio para conmemorar los cien años del nacimiento de Luis García Berlanga. Nacido en Valencia el 12 de junio de 1921 y fallecido en Pozuelo de Alarcón (Madrid) el 13 de noviembre de 2010, Berlanga fue - y es - uno de los directores y guionistas españoles que mejor ha sabido representar las singularidades políticas y sociales de España, con ironía y carácter burlesco. De hecho, para el Berlanga artista, la comedia era el género en el que mejor sabía confeccionar sus historias.

 “Creo que la forma cinematográfica más adecuada para profundizar en los conflictos del espíritu contemporáneo está en un género habitualmente menospreciado al que yo he dedicado mi trabajo durante años con mayor o menor fortuna: me estoy refiriendo a la comedia”, decía el propio director en su discurso de 1988, ‘El cine, sueño inexplicable’, cuando fue nombrado miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, creada el 12 de abril de 1752 y cuyo objetivo es fomentar la creatividad artística, así como el estudio, difusión y protección de las artes y del patrimonio cultural. La propia Real Academia alberga la exposición organizada por la Academia de Cine con la, también, colaboración de La Comunidad de Madrid, Visit València y Filmoteca Española, sobre la trayectoria cinematográfica de Luis García Berlanga que tendrá lugar del 9 de junio al 5 de septiembre de 2021.

Cartel de la exposición Berlanguiano. / Mundiario

Su primera película, Esa pareja feliz, se rodó en 1951 y fue estrenada en 1953 tras haber filmado algunos cortometrajes. Contó en la codirección con Juan Antonio Bardem, su compañero en el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, creado durante la dictadura franquista en 1947 y dedicado a la formación de futuros cineastas. La organización de tal rodaje les llevó a que cada uno rodase una secuencia de la película de manera independiente, algo que no tiene un reflejo negativo en el resultado final de esta comedia protagonizada por Fernando Fernán Gómez y Elvira Quintillá.

Tras este debut rodaron la archiconocida Bienvenido, Mister Marshall que, sin embargo, se estrenó antes que la anterior y que para el escritor Luis Alegre marca “el inicio del cine español moderno”. Un Alegre que el año pasado sacaba a la venta el libro ¡Hasta siempre, Mr. Berlanga!, en colaboración con el ilustrador El Marqués y editado por Random Cómics, en el que escribe y describe cosas como estas: “Sus películas (las de Berlanga) son historias de sueños rotos, relatos de desencantos individuales y colectivos protagonizados por pobre diablos atropellados por la vida. Sus personajes favoritos eran “los tontos de capirote”, gente perdedora, fracasada, inútil, monigotes en manos de las circunstancias, el poder o su propia torpeza, criaturas condenadas a las que él daba un toque de humanidad inconfundible. En su cine, los héroes o la gente brillante están fuera de lugar. Como personajes le inspiraban muy poco y no le divertían nada”.

Portada libro ¡Hasta siempre, Mister Berlanga!. / Mundiario

Francisco Franco vio la película en sesión privada antes de su estreno y las crónicas indican que el caudillo dijo tras su visionado: “Hay que apoyarla”.

Plácido (1961), candidata al Óscar a la mejor película de habla no inglesa en 1961, El verdugo (1963); la trilogía de la familia Leguiniche: La escopeta nacional (1978); Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982), La vaquilla (1985)  o Todos a la cárcel (1993) son algunas de las películas más famosas de este director que amaba el cine, no solo como arte, sino como experiencia. “Ver una película era como una ceremonia, un rito en el que te envolvía la magia y la frustrante realidad cotidiana desaparecía”, confesó.

Luis García Berlanga y Amparo Soler Leal, en una pausa del rodaje de La escopeta nacional. / Colección García Berlanga.

Luis García Berlanga y Amparo Soler Leal, en una pausa del rodaje de La escopeta nacional. / Colección García Berlanga.

“Ante una vida agria, incómoda y triste, el hombre quiere aturdirse, desorbitarse, despistarse, porque su humanidad le viene estrecha. El individuo, sometido a una constante frustración cotidiana, agobiado por sus obligaciones, por el ambiente laboral y familiar, pagando con el estrés el alto precio de la bancarrota emocional y el desmoronamiento del ánimo, encuentra, sin embargo, en la ceremonia colectiva de la sesión cinematográfica una forma de terapia particular. Sentado en la butaca que le sirve de pasaporte desde las tinieblas al iluminado universo de lo real imaginario, establece una forma de aventura con la pantalla. Puede sentir que la mirada de invitación a sofisticados placeres de Brigitte Bardot va dirigida expresamente a él, nota en sus labios el sabor de carmín del beso de Marilyn Monroe, comparte la gallardía de Errol Flynn, el encanto y la seducción de Clark Gable. Vuela por los aires, navega por los siete mares, cruza el espacio exterior. Aún sabiendo que su emoción es conjunta a la del resto de los espectadores en la sala, los matices son, sin embargo, propios y aislados. De un fenómeno de catarsis social extrae un beneficio individual, la perfecta fusión entre la realidad y el deseo”, dijo en su mítico discurso de 1988 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Una ceremonia que cada día, desgraciadamente, va perdiendo adeptos frente a la soledad del sofá y la televisión.


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Berlanga no era un engolado, aunque le llamasen pijo en sus primeros años como director, sabía bien en lo que consistía el oficio: “(el cine es una) fábrica de sueños que, no lo olvidemos, se inventó simplemente como juguete recreativo”. Es más, si conseguía entretener al público y además pasar desapercibido, fruto de su timidez, mejor que mejor. Lo primero lo consiguió, lo segundo no.

Y sobre su género mágico, la comedia, opinaba que “aprendemos más sobre el carácter verdadero de los conflictos del hombre en una película de Buster Keaton enfrentándose a la agresión continua de la calamidad, en una comedia de Howard Hawks diseccionando la hipocresía puritana, en una fantasía de Fellini invitando a bailar a los fantasmas de la razón, que en algún grandilocuente drama lleno de falsa trascendencia, diálogos ampulosos y situaciones afectadas. Cuando en tiempos venideros se quiera escribir la Historia del siglo XX, saber cómo éramos, cuáles eran nuestras debilidades y grandezas, nuestra actitud compleja hacia la pavorosa y maravillosa vida, habrá que contemplar las comedias realizadas en este tiempo para conocer nuestro más ajustado retrato.”

Berlanga siempre se ha reído en sus películas del fanatismo ideológico y de la España caótica, especialista en meter la pata, de ciudadanos chanchulleros, crispados y chapuceros. Ese es el lodo de donde Berlanga sacaba oro. Por supuesto que hubo y hay otra España, más deslumbrante, honrosa y ejemplar, pero quizá esa no haga reír tanto. Incluso el propio Berlanga tenía una visión poco favorecedora de sí mismo si atendemos a algunas de las palabras que Paco Umbral le dedicó en una de sus columnas en El País, en 1977: “(Berlanga) siempre presume de estar más enfermo que nadie, de ser más torpe que nadie, de saber menos que nadie, de ligar menos que nadie…”. Eran amigos, por cierto.

Carmen Caffarel ayuda a Luis García Berlanga a introducir su legado en la caja 1034 de la Caja de las Letras. / Sonia Pérez Marco. / Instituto Cervantes

Carmen Caffarel ayuda a Luis García Berlanga a introducir su legado en la caja 1034 de la Caja de las Letras. / Sonia Pérez Marco. / Instituto Cervantes

En mayo del 2008, dos años antes de su fallecimiento, Berlanga entregaba al Instituto Cervantes su legado personal, que fue depositado en la caja fuerte número 1.034, la cual no debía abrirse hasta el 12 de junio de 2021, fecha en que se cumplió el centenario de su nacimiento.

La expectativa ha hecho que la caja se abriese dos días antes de lo previsto. La susodicha contenía '¡Viva Rusia!', el guion de la cuarta parte de la trilogía nacional escrita por el propio Berlanga, su hijo Jorge, Manuel Hidalgo y Rafael Azcona, este último con quien alumbró gran parte de sus historias llevadas al cine, un ejemplar del libro Berlanga, contra el poder y la gloria. Escenas de una vida, una biografía del cineasta, escrita por Antonio Gómez Rufo (ediciones Temas de Hoy, Barcelona 1990), y el número 465 de la revista francesa L’Avant-scène cinema dedicada a la película El verdugo (Le bourreau), con fecha de octubre de 1997.

El Instituto Cervantes ha organizado más de 1.000 actividades sobre él en numerosos centros, la mayoría ciclos y proyecciones de películas (subtituladas en una quincena de lenguas), pero también coloquios, entrevistas, homenajes, talleres, etc.

Cabe preguntarse si algún director español se atreverá a llevar el guión de ¡Viva Rusia! a la gran pantalla o si, por la contra, las historias berlanguianas políticamente incorrectas ya no tiene cabida en la España del siglo XXI. @opinionadas

 

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