La esclarecedora biografía de Vicente Aleixandre, escrita por Emilio Calderón

El poeta y Premio Nobel Vicente Aleixandre
El poeta y Premio Nobel Vicente Aleixandre

Aleixandre representa al poeta sabio, al hombre severo, muy sobrio en su dolor, que clama su desazón vital desde una voz sigilosa.

La esclarecedora biografía de Vicente Aleixandre, escrita por Emilio Calderón

Aleixandre representa al poeta sabio, al hombre severo, muy sobrio en su dolor, que clama su desazón vital desde una voz sigilosa.

La biografía de Vicente Aleixandre que ha escrito Emilio Calderón es la merecida reivindicación de uno de los mejores poetas españoles del siglo XX. Los aficionados a la poesía  conocemos la obra de este sevillano de origen, su larga y nunca rutinaria trayectoria poética, su continua búsqueda de las claves para expresar lo más fidedignamente posible aquello que se acerca o se funde con lo inexpresable. Sabemos también del ejercicio de su magisterio a través de los años, de su hospitalidad, de su generosidad. Apenas se conoce de él una mala palabra, una envidia. Aleixandre representa al poeta sabio, al hombre severo, muy sobrio en su dolor, que clama su desazón vital desde una voz sigilosa, que se alza sobre el plano de la cotidianidad y solo afecta a las alturas con las que está enlazada.

Cabe pues, desde la incredulidad, acometer la lectura de este libro con la expectativa de hurgar en algunas contradicciones, en algunos pecados. No soportamos la excelencia en los demás, a no ser que pensemos que se esté reflejando en nosotros parte de una luz recíproca. Terminada su lectura, no hay descubrimiento de ninguna mezquindad clara, no hay más mácula que la inherente al roce humano con la vida. Se podrá decir que Aleixandre tenía una gran preocupación por dar una determinada imagen de sí mismo, lo que siempre es sospechoso de hipocresía, pero no hay que confundir esas formas que superficialmente se arroga, esa pose, con una firme constancia en la benignidad de la actitud propia. A Aleixandre cabe juzgarlo como él juzgaba a los demás, con esa feliz benevolencia.

Seguro es que hay un ser más íntimo que seguimos desconociendo, pero también es cierto que el poeta dejó un numeroso rastro de la calidad de sus relaciones en una extensísima correspondencia. Lo que se le dice a un amigo no siempre es todo lo que se siente, pero también es verdad que hay un enorme número de coincidencias en las expresiones de afecto, de gratitud hacia ese hombre que hacía de su generosidad y de su delicadeza una presencia real hecha para iluminar, reacia a las abruptas intransigencias.

El mayor descubrimiento que nos ofrece esta biografía es la gran capacidad de apasionamiento amatorio que movió a Aleixandre durante muchísimos años de su vida. Junto a la numerosa amistad, convivía la intimidad más honda, más erótica. Los seres amados – primero mujeres y luego mayoritariamente hombres – fueron desfilando por su vida como una forma natural de personificar un continuo estado enamoradizo.

En un principio, Aleixandre es un ávido lector de novelas y desprecia la poesía a la que considera un juego forzado de la palabra. Pero, con diecinueve años compra las Páginas escogidas de Machado y accede a una revelación. Sus primeros poemas los publica bajo pseudónimo, por el miedo a las críticas. De momento, su hacer poético, que compagina con su trabajo en la Compañía de Ferrocarriles, lo vive como algo extensamente secreto. Su enfermedad, que avanza y obliga, finalmente, a la extirpación de su riñón derecho y a largos periodos de reposo, hace que tenga que abandonar su trabajo para siempre y pueda dedicarse íntegramente a la poesía. Antes, en 1922, una de sus amantes le contagia una gonorrea. Consecuencia de ella, padecerá una definitiva y ligera cojera.

Aleixandre inicia su carrera poética con la publicación de Ámbito, en la revista Litoral. Por otra parte, apenas interrumpe la sucesión de enamoramientos, que no son solo capricho, sino, en cada ocasión, apasionamiento sin reservas, encadenamiento: “Amo con frenesí, con inmenso deseo de sacrificio, de dedicación, de dar mi sangre y mi vida. Me moriría por esta criatura”. El amor termina en sufrimiento, en fracaso, del que se cura reemprendiéndolo en otro ser. Como dice Emilio Calderón, con relación a él: “Amar, a la postre, es un acto de desesperación, una ilusión, un reflejo en el azogue que es la vida”. Aleixandre “no es el hombre que aparenta ser”. Una cosa es el orden visible y otra su anarquía interior. Dice el poeta: “Para nada quisiera la serenidad si no me sintiera tan lleno de pasión”.

Capítulo aparte merece su amistad con el gran poeta oriolano, en el que el autor defiende: “El amor sublimado que Aleixandre sintió por Miguel Hernández”, que no la pasión amorosa que otros le imputan. El tono tan cariñoso, tan íntimo, de las cartas que el poeta sevillano le escribiera al oriolano, no era distinto de las que le dirigiera a otros amigos, con los que resultaba imposible cualquier acercamiento de tipo carnal. No era raro que Aleixandre se “enamorara” de un hombre al que veía como “un alma libre que miraba con claridad a los hombres”. Como ejemplo de su alto grado de amistad, se nos refiere el episodio en el que Miguel Hernández acude a Madrid cargado con un saco de naranjas para entregárselas a su amigo; o cuando carga con él, enfermo, en una carretilla para trasladarlo desde Velintonia a su casa provisional de la calle Españoleto, de su tío Agustín, durante la guerra. Después del trágico final, Aleixandre, siempre fiel, se encargó de reivindicar la poesía de su amigo.

Durante los años de guerra, Vicente Aleixandre padeció el acoso del bando republicano. A pesar de haberse significado en sus poemas  a favor de la causa democrática, su condición de señorito de buen vivir y su familia burguesa, conservadora, pudiente, podían más a la hora de ser examinado en aquellos tiempos convulsos. Su casa de Velintonia fue saqueada. Fue detenido durante veinticuatro horas y liberado gracias a la intervención de Pablo Neruda y  Manuel Altolaguirre. El poeta vivió de rentas toda su vida, con servicio doméstico, con jardinero, con numerosos inmuebles de su propiedad y de su hermana. José Antonio Muñoz Rojas cuenta cómo le chocaba que el servicio se dirigiera a él como “el señorito Vicente”.  Pero su posición política entonces estaba clara: “La II República supone para él una bocanada de aire fresco, una explosión de humanización”. Otra cosa es que, después de los agravios padecidos, de los irracionales excesos, su idea tuviese que cambiar, su decepción fuera grande. Quería defender la legalidad vigente, pero no le gustaban los radicalismos.

Una vez acabada la guerra, es el nuevo régimen el que lo castiga por sus colaboraciones con la causa republicana y prohíbe su nombre, relegando su figura al ostracismo. Este silencio dura cinco largos años. No obstante, en el año 39 encabeza sus cartas con el obligatorio lema de “Año de la victoria”, y llama asesinos rojos a quienes fueron a buscarle a su casa. Emilio Calderón se pregunta: “¿Cuándo es sincero Aleixandre, antes o ahora?” La explicación sería el miedo. No se siente a salvo y quiere reconstruir su personalidad política. Se declaraba un liberal de izquierdas y ahora, tal vez, no le importe aceptar un nuevo régimen que para él es menos peligroso, con el que su existir burgués estará mejor visto.

Aunque no colabore con el régimen, sí que aceptará algunos de sus honores, como  cuando es elegido académico en 1949. El régimen franquista ha comprobado “que la poesía de Aleixandre es, por temática y lenguaje, inocua en materia política”. Pero, a partir de 1959, ya más seguro de su situación, empezará a firmar peticiones a favor de los presos políticos y de los exiliados.

Su poesía es la de la comunicación. Y él mismo era un hombre atento a los demás, sediento de conversaciones iluminadoras. Aleixandre “reclama la atención de las mayorías discretas y las sitúa en el pedestal que otros reservan a los héroes”. Cuando se le pregunta por sus héroes preferidos, responde que Benina, de Misericordia, la novela de Galdós; o bien los trabajadores del tercer mundo.

Como dijo Cernuda: “Aleixandre es quizá el único poeta de su generación cuya obra ha ido creciendo y desarrollándose a través de los años, sin repetición, ni acabamiento.” Su poesía está íntimamente ligada a su vida, una vida aparentemente muy estable, con escasa diversidad de experiencias en un hombre que apenas pudo viajar, que vivía prácticamente confinado en sus casa, pero que disfrutó de un gran despliegue de relaciones que él supo concitar, y de un riquísimo mundo interior que supo descubrir a través de su poesía. De su etapa final, de sus dos últimos libros, dice Bousoño que alcanza una sabiduría recóndita, sibilina, misteriosa. Antes, atravesó otras etapas en las que reflejó los muy distintos enfoques que fue desarrollando, con los que pretendió acercarse a la esencia de la vida. En 1977 se le concede el premio Nobel de Literatura, por la valía de su obra, pero tal vez también como representante de una generación única de poetas.

Como señaló Cernuda, este poeta poseía el don para resolver problemas, aunar voluntades y activar el diálogo. Para Gimferrer: “Fue para muchos, durante décadas, la encarnación viva de la dignidad del hombre en la palabra”. Hablaba el poeta de sus primeros años de dedicación completa a la poesía: “Horas de soledad, horas de creación, horas de meditación. La soledad y la meditación, me trajeron un sentimiento nuevo, una perspectiva que no he perdido jamás: la de la solidaridad con los hombres. Desde entonces he proclamado siempre que la poesía es comunicación…”

Considero una obligación enfrentarse a una biografía amable con una suficiente suspicacia. El ser humano es contradicción, vida naturalmente imperfecta, sometimiento dispar a las grandes pruebas. Nada me molesta más que una hagiografía, que la veneración por un hombre. Pero pienso que necesitamos la admiración, y que Vicente Aleixandre era, en muchos aspectos, un hombre virtuoso, un hombre profundo por el que puede sentirse una lícita simpatía, como la que no oculta Emilio Calderón en esta obra sutil, tan celosamente pormenorizada. @mundiario

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