Jesús G. Maestro: "La envidia es la forma más siniestra de admiración"

Jesús G. Maestro./  JUAN PLAZA.
Jesús G. Maestro./ Juan Plaza
El autor de Crítica de la razón literaria y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo aboga por una enseñanza pública, gratuita y de calidad.
Jesús G. Maestro: "La envidia es la forma más siniestra de admiración"

Entrevisto a Jesús G. Maestro, autor de Crítica de la razón literaria y catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo. Comparte libremente sus clases y ponencias en YouTube, ya que aboga por una enseñanza pública, gratuita y de calidad.

- ¿Cómo consiguió usted llegar a catedrático sin ocupar cargos de gestión en la Universidad ni bailarle el agua a los resortes de poder? Y, ¿cómo le ha perjudicado en su carrera el hecho de ser políticamente incorrecto?

- Cómo he conseguido llegar a donde he llegado sin ocupar cargos de gestión es algo que ignoro. Sólo sé que no he ocupado jamás cargos de gestión en la Universidad, salvo durante unos meses, hace muchísimos años, la secretaría de la comisión de doctorado de mi Universidad, cargo que los colegas que se entretienen en valorar méritos en instituciones oficiales consideraron como totalmente irrelevante. El hecho de haber ocupado cargos de gestión ―útiles, en este caso―, de forma totalmente desinteresada, como director de publicaciones de varias editoriales, durante décadas, fue algo que algunos colegas siempre consideraron también irrelevante, excepto cuando se dirigían a mí para que les gestionase la publicación de sus propios libros. Los cargos administrativos son un veneno para la actividad docente.

En una Universidad los profesores tienen que dedicarse exclusivamente a dar clase, que es lo realmente importante para ellos y para los alumnos, y jamás desempeñar cargos administrativos o de gestión, funciones que debe ejercer el personal de administración y servicios. Cuando un profesor mezcla su vida profesional con la actividad burocrática, se ha perdido como docente. Se me dirá que no, se me dirá que es mentira. Pues yo digo que es verdad. Que digan lo que quieran. Lo cierto es que los cargos tienen grandes ventajas, y por eso la gente los quiere: en primer lugar, son un pequeño sobresueldo, muy codiciado desde la ambición humana más miserable; en segundo lugar, eximen al profesor de impartir un buen número de clases, con lo que reduce su carga docente; y en tercer lugar, permiten al profesorado mediocre disimular sus deficiencias académicas, y alcanzar a través de la actividad administrativa la ilusión de que sirve para algo. Considerar que los cargos de gestión suponen ejercer algún poder es no tener ni idea de lo que verdaderamente es el poder. La gestión una forma de autoengaño, que naturalmente hace feliz a mucha gente. En realidad, todo está ya gestionado, y el supuesto gestor no es más que un criado que obedece. Por otro lado, me habla de los «resortes del poder». Ocurre que yo también formo parte del poder, no soy ajeno a él en absoluto. Yo también dispongo de mis propios resortes, ámbitos y medios de poder académico. Y nada desestimables, por cierto. Llevo ejerciendo el poder en el mundo académico desde hace casi tres décadas.

En relación a la segunda pregunta, le confieso que a mí no ha habido nunca nada que me perjudicara en mi carrera académica. Nada. Los obstáculos están para vencerlos, para hacerse fuerte y crecer con ellos, no para dejarse perjudicar ni por sus agentes ni por sus consecuencias, sino para convertirlos en un éxito profesional, académico y curricular. Desde que entré en la Universidad, como estudiante, en 1985, y más tarde como profesor, por oposición, en 1994, en una Universidad diferente de aquella en la que cursé mis estudios ―que conste que no soy hijo de la endogamia―, siempre he conseguido todo lo que quise. Antes de cumplir los 50 años, he visto cumplidos todos mis objetivos personales y profesionales. La cátedra no estaba entre ellos, vino después, como puede venir cualquier cosa irrelevante y pasajera. Si mi posible éxito ha perjudicado a otros, ellos sabrán por qué. Yo lo ignoro. La envidia es la forma más siniestra de admiración. Yo nunca experimenté ese sentimiento. No he tenido ni razones ni motivos. No tengo a nadie a quien envidiar. Lo siento.
 

- La Universidad se ha convertido en un vertedero o estercolero de la política y, sin embargo, las ideologías son la cárcel de las ideas, ¿se puede  hacer ahora una tesis doctoral en literatura sin que te impongan un enfoque sectario, nacionalista, victimista y de ideología de género? 

- Sí, realmente sí. Se puede hacer perfectamente. Con inteligencia, se puede hacer casi todo. Otra cosa es que haya gente capaz de hacerla. Y de disponer de la necesaria inteligencia. Sé incluso de profesores que han dirigido tesis doctorales contrarias a sus convicciones ideológicas. No son casos en absoluto frecuentes, pero puedo citar más de un ejemplo. Posible es, pero lo fácil es hacer lo que hace todo el mundo. Y así ocurre. Si por un lado hay constantes mensajes de autoayuda y de tonterías varias, del tipo «sólo los peces muertos siguen el curso de la corriente», por otro lado, todo el mundo, tanto en la Universidad como fuera de ella, sigue habitualmente el curso de la corriente. Los trabajos originales siempre se han contado con los dedos de una mano, hoy, ayer y hace décadas o siglos. Hoy no hay más libertad de la que había en la España del Siglo de Oro, ni menos de la que podía haber en el París de 1789. Simplemente hay una libertad «diferente». La libertad no crece ni se amplia con el paso del tiempo o el curso de la Historia, sino que simplemente se transforma, cambia o se disfraza según momentos y lugares. Fíjese en lo que ocurre con la literatura. Si la libertad es lo que los demás nos dejan hacer, la literatura es lo que a lo largo de la Historia la política y la religión nos han permitido escribir. O tal vez lo que no han podido censurar. Acaso la literatura es esa construcción humana que los enemigos de la razón ―que son los enemigos de la libertad― no han podido evitar. Ni destruir. Si hoy la literatura no se atreve a cuestionar la democracia, por ejemplo, como sistema político, no es porque la democracia lo prohíba, sino porque no hay autores lo suficientemente inteligentes como para escribir una novela que cuestione la democracia como régimen. Es algo que ocurrirá tarde o temprano, y acaso la novela más original del siglo XXI sea aquella que cuestione, por vez primera en la Historia de la Literatura ―que no de la política ni de la filosofía―, la idea de democracia.


- Si yo, como profesor de instituto, quisiera que mis alumnos de secundaria alcanzasen los resultados académicos que la inspección educativa desea, debería hacer exámenes de primaria. ¿Son también los estudiantes universitarios cada vez más infantiles y menos autónomos?

- He dicho muchas veces que el éxito de la formación universitaria es un autodidactismo encubierto. Si muchos jóvenes pensaran con atención lo que supone la Universidad, no se matricularían en ninguna. La Universidad de nuestro tiempo, la que resulta de la reforma de Bolonia, que es un modelo de Universidad estadounidense propio de otra época y de otra geografía, aunque se la considera moderna y vanguardista, no sirve para resolver ningún problema del presente. Plantea falsos problemas, que exigen soluciones también falsas. Es una Universidad extemporánea: pretende formar a empresarios en una geografía, la Occidental, que se queda sin empresas, sin recursos y sin natalidad. Los sistemas educativos occidentales están diseñados para hacer fracasar al ser humano. En cuanto los más jóvenes se den cuenta de esto, y no tardarán en percibirlo, evitarán la Universidad, y se enfrentarán a la educación que reciben para encararse con la vida directamente, con otros medios y recursos, mucho más útiles de los que ofrecen la Universidad y la enseñanza secundaria. Es cuestión de tiempo. Una sociedad que no genera natalidad, ni riqueza económica, no tiene futuro. Nuestras sociedades occidentales llevan más de dos décadas perdiendo natalidad y perdiendo, cada vez más, poder adquisitivo. Los nacidos en el primer cuarto del siglo XXI se enfrentarán antes de morir a un conflicto político y social, sospecho que también bélico, o al menos muy violento, de consecuencias impredecibles, en el que no habrá tiempo, ni razones, para pensar en la Universidad.

Creo que la literatura merece un conocimiento racional, crítico y científico, del que habitualmente carece, en manos, como está, de gente que confunde la literatura con un consolador o con una terapia de grupo.


- Es usted uno de teóricos literarios más eminentes de España y además tiene la generosidad de compartir sus ponencias en un canal de YouTube. Por su proyección mediática y capacidad de divulgación, ¿se ve como una suerte de Marcel Reich-Ranicki español?

- En el caso de que algo así fuera cierto, ser un eminente teórico de la literatura es lo mismo, es decir, tiene las mismas consecuencias, que ser un buen presidente de comunidad de vecinos o un buen anticuario, por ejemplo. Sin duda es mucho más importante ser un buen padre, o una buena madre, ser un buen conversador o jardinero, o ser, sobre todo, una buena persona. Sí es cierto que comparto o difundo, de forma abierta, libre y gratuita, todas mis clases en Internet, y que doy muchas más clases de las que me corresponde impartir por la nómina que cobro. Lo hago porque me gusta, no mi trabajo, sino el contenido de mi trabajo, la literatura, porque me gusta impartir docencia y porque me da la gana de dar clases gratuitamente, y las difundo en Internet, seguramente porque considero que el conocimiento de la literatura hace a las personas más inteligentes que vivir ignorando lo que la literatura es. Y porque creo que la literatura merece un conocimiento racional, crítico y científico, del que habitualmente carece, en manos, como está, de gente que confunde la literatura con un consolador o con una terapia de grupo. Soy partidario, desde luego, de una educación abierta y libre, gratuita y pública, y por supuesto de calidad. Por esta razón no la exijo (no pierdo el tiempo), sino que la ejerzo, y la ejerzo de forma abierta y sin trabas. Siempre me han hecho mucha gracia los profesores que trabajan en centros españoles de enseñanza pública o estatal y envían a sus hijos a estudiar a colegios o universidades privados (sic) del extranjero. ¿Marcel Reich-Ranicki? Yo no tengo absolutamente nada que ver con ese señor, por fortuna para mí, y sin duda también por fortuna para él. Él cobra por lo que hace: yo hago lo que me da la gana.


- ¿Qué críticos literarios le influyeron más al escribir su libro Crítica de la razón literaria o, en otras palabras, cuáles han sido sus teóricos de referencia?

- Hay que ser muy humilde y muy sincero al responder a una pregunta así. Y no es fácil resultar humilde, si se pretende ser sincero, desde el momento en que me pregunta concretamente por «teóricos de referencia». Mire yo le voy a ser sincero, y que sea lo que Dios quiera. Si yo hubiera tenido en mi mente «teóricos de referencia», jamás habría escrito ni una sola página de la Crítica de la razón literaria. Me habría limitado en mis clases, libros o conferencias a repetir, citar o recitar, lo que han escrito o dicho esos teóricos de la literatura, a los que me bastaría tomar como autores de referencia. Y ya está. Mis mejores profesores de Universidad (no hablaremos hoy de los peores) se pasaban los años dándoselas de originales solamente porque habían introducido en España tal o cual corriente interpretativa procedente del extranjero, inventada por formalistas rusos, morfólogos alemanes, glosemáticos daneses, neoformalistas checos, nuevos críticos estadounidenses o estructuralistas franceses. Su «originalidad» consistía en traducir o importar teorías literarias del extranjero, que, con frecuencia, no explicaban nada. Pero les hacía felices eso de contar en España lo que hacía 20, 30 o 40 años se había hecho en Francia, por ejemplo. Cuando terminé la carrera, me di cuenta de que ni una sola de las teorías literarias que me habían enseñado disponía de una teoría convincente sobre la ficción literaria, ni de una definición ―ni buen, ni mala, ni regular― de literatura, ni de una teoría de los géneros literarios (porque todo era Platón, y Aristóteles, y Hegel... y más de lo mismo... y nada nuevo...). Nadie se planteaba, ni de lejos, una teoría sobre la genealogía o el origen de la literatura (este era un tema invisible), y hablar de Literatura Comparada resultaba una contradicción absoluta, porque tras proclamar que todas las literaturas eran iguales, ¿qué se podía comparar? Ahí terminaba toda la comparatística. ¿Qué teóricos de referencia quiere que tenga? ¿Terry Eagleton, que dice que la literatura no se puede definir? ¿Derrida, que escribe libros para decir que toda escritura es un engaño? ¿Roland Barthes, que en plena época de los derechos de autor y de las leyes del copyright nos dice que «el autor ha muerto»? ¿Qué tomadura de pelo es ésta? ¿Hans-Robert Jauss, que es un Lutero de finales del siglo XX, es decir, con 500 años de retraso, cuya tesis anuncia que el sentido del texto lo da el lector? Menudo descubrimiento... ¿Itamar Even-Zohar, que nos habla de una teoría de polisistemas desde la cual nadie ha hecho jamás una interpretación de una obra literaria de referencia, porque realmente es del todo imposible usar eso para interpretar ni siquiera un soneto? En realidad, la Crítica de la razón literaria se escribió, precisamente, contra casi todos estos teóricos de la literatura. Y le soy más sincero: si he de darle el nombre de una persona que influyó decisivamente en mi formación literaria, le diré que esta persona es Emilio Nieto Costas, mi profesor de literatura en el bachillerato. Fue, sin duda, el mejor profesor de literatura que tuve en toda mi vida. Sin él, la Crítica de la razón literaria no se habría escrito jamás. Todos los profesores que tuve en la Universidad, juntos, no le llegaron a la suela del zapato. Si esto parece una exageración, yo no tengo la culpa de haber tenido en el bachillerato uno de los mejores profesores de literatura que he conocido jamás.


- ¿La obra de novelistas de éxito popular como Stephen King debe ser estudiada en las universidades y tomada en serio por los críticos literarios?

- No lo sé, porque no sé quién es ese señor.

- ¿Cree que sobrevalora Harold Bloom la obra de Shakespeare? 

Sobrevalorar implica valorar. Bloom no valora ni sobrevalora a Shakespeare: simplemente lo utiliza como reclamo comercial para escribir libros inanes y venderlos, gracias a la infraestructura académica, mercantil y globalista de la industria estadounidense y anglosajona. Para no quedar como ignorantes, quienes verdaderamente lo son se afanan por declarar su admiración por Shakespeare, la obra de Bloom y toda esta parafernalia. Si, además, se profesan los ideales de la posmodernidad, estamos en condiciones de explotar las afirmaciones de Bloom en el contexto de polémicas ideológicas, políticas y periodísticas, de modo que todo vale, lo que dicen los amigos de Bloom y lo que dicen sus enemigos o adversarios ideológicos. Todo eso es un montaje en el que poco o nada importa realmente la literatura. Sólo queda la propaganda, que, como dice Roca Barea, es una forma de gestionar la mentira. Internet convierte a cualquier adversario en un publicista. He dicho miles de veces que Shakespeare es un gran mito en la Historia de la Literatura, y que equipararlo con Cervantes es algo que sólo hace quien no ha leído ni a uno ni a otro autor. Shakespeare no es ni siquiera un poeta, sino un sonetista. No trabajó otra estrofa fuera de su teatro. Compárese con un Lope de Vega, y Shakespeare es un ácaro al lado del Fénix. Por otro lado, el inglés no escribió ni una sola novela en su vida, ni un relato breve. Al menos, Borges escribió cuentos. Y con esto y poco más, el argentino creyó casi ser un inglés, cuando no fue otra cosa en toda su vida sino un hispano que, disfrazado de anglosajón, jugaba a ser británico. Prefiero a Gabriel García Márquez, jamás se avergonzó de ser quien fue, y fue en muchos aspectos el mejor escritor de todos ellos. Cervantes escribió, entre múltiples y decisivas otras literarias, una novela, el Quijote, en el que está ―escrito en español― el genoma de la literatura universal. Después del Quijote, toda obra literaria no puede ser más que una imitación o una curiosa perífrasis de la literatura cervantina. Jamás volverá a escribirse un libro así. La literatura, aunque no lo parece, exige muchísimo al ser humano, y no hay ya posibilidad de que una civilización engendre a un nuevo Cervantes. A su lado, Shakespeare es un puro teatro. El Siglo de Oro español es un estado excepcionalmente superlativo en la inteligencia histórica de la Humanidad. De ahí salieron Cervantes y el Quijote. Entre otros muchos «cráneos privilegiados».

Éste es el mundo que viene: un mundo en el que no habita la literatura. Ni la inteligencia, sino las emociones de un ser humano que no sabe explicarse lo que siente. 

- ¿Entendió Anatomía de la crítica de Northrop Frye y, de ser así, podría resumirme en unas frases su principal tesis?

 - Es un libro de ocurrencias. Escrito por una buena persona, sin duda, pero un libro de ocurrencias, al fin y al cabo. Después de leerlo sabes lo mismo que antes: nada. Los libros de ocurrencias constituyen un género muy frecuente en la crítica literaria de lengua inglesa. Son como una conversación monológica o de un único hablante. También en Francia, desde una época muy temprana se da esto: su exponente más destacado es, sin duda, Montaigne, que pasa por ser el inventor del ensayo, como si Plutarco de Queronea fuese marciano, o Pedro Mejía y Pedro Sánchez de Acre hubieran sido personajes de ficción, y no escritores españoles. También los libros de ocurrencias abundan en nuestra lengua. Borges en esto era un maestro, un prestidigitador, un gran bromista.

El arco y la lira de Octavio Paz es otro ejemplo magnífico. Logra llenar páginas y páginas de prosa que suena muy bien, pero que no dice absolutamente nada. Es como una decorosa jitanjáfora. Pura eufonía. Son libros llenos de ocurrencias muy simpáticas, que constituyen un excelente simulacro de sabiduría eufónica. Decir que se ha leído un libro de Emilio Lledó, por ejemplo, es algo que siempre causa impresión. Un admirable placebo de sabiduría. Yo leí Anatomía de la crítica de Frye como recuerdo haber leído la biografía de Dios ―en funciones de «espíritu absoluto»― que escribió Hegel, bajo el bombástico título de Fenomenología del espíritu. Pero debo de confesar que el estilo epistolar, de conversación de ascensor y charla de sobremesa familiar, de Frye me relajaba más. Después de leer a Frye sólo me apetecía tocar al piano el Lago de Como. Es buena música de fondo para leer libros de ocurrencias. Con todo, prefiero leer a Cervantes, y después trabajar cualquier pieza de Turina y, sobre todo, de Falla, en particular, la Fantasía bética. El mundo académico anglosajón no ha construido jamás una teoría literaria sistemática y global. Tampoco lo han hecho los alemanes, que sí han construido un montón de filosofías incompatibles con la realidad, derivadas del idealismo luterano y kantiano. Y no lo harán jamás, ni unos ni otros. Porque no pueden hacerlo. No tienen una literatura lo suficientemente fuerte para soportar por sí sola una teoría literaria sistemática y global, y no disponen ya de recursos humanos dispuestos a llevarla a cabo.

La cultura anglosajona, como tras ella la germana, ha reemplazado los estudios literarios por los estudios culturales, simplemente porque no sabe qué hacer con la literatura. No comprende la ficción, al igual que hacen los teólogos y los filósofos. Se toman la ficción en serio, como Platón, quien nunca comprendió la literatura, y pretendió resolver desde su filosofía idealista y su política utópica y aberrante los problemas literarios, suprimiendo de raíz la poética, mediante la expulsión de la poesía de su proyecto de Estado imposible, en realidad una República espeluznante. ¿Se imaginan un mundo sin literatura? Pues ese es el mundo que viene, un mundo en el que la cultura ha expulsado a la literatura de la Universidad. Un mundo en el que los actuales supermercados de libros ―de libros que no dicen nada, porque sólo hablan de autoayuda y ocurrencias, es decir, de cómo fracasar más rápidamente engañándose a uno mismo― han borrado de nuestras ciudades la presencia que hasta hace poco tenían las librerías tradicionales, con las obras literarias de los buenos autores. Éste es el mundo que viene: un mundo que contiene el fracaso de la cultura anglosajona. Un mundo en el que no habita la literatura. Ni la inteligencia, sino las emociones de un ser humano que no sabe explicarse lo que siente. No me encontrarán en él. @mundiario 

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