Encuentro entre Rufina de Robledo y Ema

Guardé en mi biblioteca el libro de cuentos de Armando Murias Ibias, Cuando fuimos héroes, y a su lado, mi Ema, siguiendo el orden por editorial, en este caso, Velasco Ediciones. No tuve en cuenta que había ubicado ambos al lado del booknook que, como saben, alguna vez alguien me regaló y tiene el poder de que los personajes paseen por sus diminutos pasillos y se produzcan encuentros fuera del tiempo y del espacio.
Bajé la música y dejé el libro que estaba leyendo sobre mis piernas para poder escuchar. Eran dos mujeres de cierta edad, una hablaba un español con acento muy asturiano pero no muy actual; la otra, argentina hasta la médula, porteña tirando a cheta. La reconocí en seguida y me preocupé: ¿con quién se estaba metiendo ahora Ema? Ella siempre saliendo de la realidad e inventando personajes a quienes increpar para tirarles encima algo que no se animó a decirle al destinatario adecuado. A la española tardé en reconocerla, tuve que prestar atención a lo que hablaban:
—Rufina, querida, no sabés el gusto que me da encontrarte. Siempre fuiste mi personaje preferido de La Regenta. Sin la marquesa de Vegallana, eso habría sido un verdadero embole.
—Has llegado justo para el día de mi cumpleaños. Disculpa que no recuerde tu nombre…
—Soy Ema, la protagonista de la novela de Vicky Rego.
—Perdón, pero... ¿dónde se habrá metido mi criada?
Elevando la voz, pregunta:
—Dime: ¿A esta Emma la habíamos invitado? La mesa no debe superar los doce, ¿lo recuerdas? No será la Bovary, ¿no? Te dije que ni la contaras, esa no tiene arreglo. Muere por introducirse en nuestro mundo, pero es una perdedora. A la otra, la nuestra, Ana, todavía podemos rescatarla.
—No no, yo soy Ema, argentina, con una sola «m». No soy la Bovary. ¿Te referís a Ana Ozores? Tiene buena pasta, pero la pobre esta arruinada por la culpa y la formación religiosa.
—¿Se te ocurre enamorarte de ese donjuán de opereta, don Álvaro?
—De cuarta, mi querida. Gordo y viejo. Es que no había otro en todo Vetusta. ¿Álvaro se llamaba? Me recuerda a un amor mío, pero no, el mío era Andy.
—Presiento que eres de las mías. Mira, si no estás invitada y eres la número trece, echo a alguno de estos, te quiero a mi lado. Me dice mi criada que Jaime murió. ¿Sabes de quién te hablo? Jaime de Mora y Aragón, el actor ¿te acuerdas? Al que dirigió Vittorio De Sica.
—Inolvidable, no le hagas caso, siempre pretenden hacernos creer que murió algún amor que tuvimos. Enrique, mi marido, a quien Dios por suerte tiene en su gloria, pretendía convencerme de que Andy había muerto en un accidente automovilístico, ¿podés creer?
—¿Enrique era violento?
—Sí, alcohólico, machista y violento, en especial psicológicamente.
—Yo tuve uno que me hizo sentir Blanche DuBois, era tosco y bruto pero sincero de corazón. Fue premio Nobel. Tengo por ahí dedicada la primera edición de La colmena.
—Ah, pero… ¿me estás hablando de Camilo? ¡No te puedo creer que tu viste una historia con él! Nada que ver con mi Enrique. El mío tenía el cerebro cuadriculado. Era de esos abogados a los que no los sacás de las leyes. Por favor, Fina… ¿me permitís que te llame así?
— Claro que sí, Ema. Con una sola «m».
—¿En qué terminó la historia con Cela?
—En nada, yo vivo aventuras. Camilo me dejó arruinada y decrépita anímicamente. Eso pasa cuando en una relación uno es más fuerte que otro.
—Cuando Andy me dejó, haciéndose el que lo hacía por mi bien y el de mis hijos, perdí la identidad. Durante mucho tiempo no supe reconocer mis propias ideas.
—Por Dios, Ema, estuviste a punto de caer en la otra Emma.
—Y reaccioné a tiempo. Las historias que viví después fueron un flash que me embriagaron, pero no me perdieron.
—¡Si yo te contara! Si tú eres argentina, has conocido a Julio, seguramente…
—¿Cortázar? Obvio. Fue uno de mis referentes literarios. Me parece escucharlo cuando leía Rocamadour, con esa «R» arrastrada a lo francés.
—Bueno, aquí me tienes, yo soy la Maga.
—Me cuesta creerte, Fina.
—Mira, en esta foto estamos en una terraza de Montparnasse.
—Bueno, claro, eras mucho más joven. Ya me parecía que habías tenido otra vida fuera de Vetusta. Volvamos a ese tema.
—La invité a Ana. La sentaré a tu lado. Tenemos que actuar con prontitud para cambiar el final de esa novela de Clarín. Se lo merece. Y terminemos con el Magistral.
—¡No lo habrás invitado!
—¿Cómo se te puede ocurrir? Es el más maquiavélico de la novela. Quiero verlo muerto. Él debería haberse batido a duelo con Mesía, si estaba más celoso que Quintanar. ¿No lo crees?
—Quintanar por momentos me daba lástima y por otros odio. Se hizo el liberal aceptando que Ana tuviera un amante y cuando lo descubrió, el temor al qué dirán lo hizo batirse a duelo. El celoso era el cura.
— Ahora mismo le pido a mi fámula que retire a todos los invitados y nos quedamos nosotras hablando de nuestros amores, me falta contarte cómo le saqué a Burt (Lancaster) de la cabeza a Deborah Kerr.
—Te lo pido por favor.
—Tengo el mejor champagne y las mejores ostras para disfrutar este momento.
No pude escuchar más.
Pero las imaginé con atuendos del siglo XIX y aventuras de los sesenta y setenta. Me quedé preocupada por la pobre Ana Ozores, si estas dos no cambiaban el final de la historia.
No me atrevo a mover los libros de ese lugar. @mundiario
Armando Murias: «Las amargas lágrimas de doña Rufina de Robledo», en Armando Murias: Cuando fuimos héroes y otros cuentos, Oviedo: Velasco, 2021.
Vicky Rego: Ema, Oviedo: Velasco, 2022.