El hombre de dorado
A Arturo de Alba
Te vi desde arriba,
y unos nervios se habían estacionado,
ya no sé si en las manos
en el pecho
o en los ojos
que quisieron demostrarlo con su llanto;
pero lo contuve
porque no sabía
si el deseo de llorar
era por miedo
o por la alegría
de verte ahí,
haciéndonos parecer
que no te inmutas ante la muerte;
o porque representas el valor de toda sangre,
que cada uno a su manera da sus guerras.
Cada que tu pierna se inclinó
para poner la muleta elegante
se fueron desvaneciendo mis nervios;
te llenabas de aplausos
cada que dejabas descansar
al majestuoso toro,
y bien parado y con la mirada arriba
los recibías sin modestia,
porque bien sabes
que los que se juegan la vida ahí abajo
no tienen por qué esconder el rostro
después de unos pases buenos.
Volvías con el toro
que asistía
en cada cita a la pañoleta roja;
lo citabas con la mano izquierda
siempre con elegante postura,
tu pierna en ángulo perfecto
nos hacía gritar Ole
a la plaza entera
y la banda tocaba,
porque ser valiente y artista
no es cosa fácil
frente a tantos kilos de bravura.
Una y otra vez lo viste pasar,
ofreciéndole el rojo a los pitones nobles.
Cuando lo dejaste frente a ti,
te paraste inmutable,
preparaste espada
y después de la breve carrera
la estocada perfecta;
frente a ti se hincó el grandioso toro;
de pie aplaudimos
y sacamos los pañuelos blancos pidiendo oreja,
lo mismo que los habríamos sacado
para llorar,
si hubieras sido tú
el que se hincara ante el maravilloso
toro negro. @mundiario