Un editor llamado Marco Antonio Gabriel

Marco Antonio Gabriel. / Archivo personal
Marco Antonio Gabriel. / Archivo personal

Recuerdo la mujer desnuda en la portada de uno de los poemarios: Tornasol y fuego. El autor era Marco Antonio Gabriel. Al despedirse, repartió algunas tarjetas ofreciendo servicios editoriales. La guardé con celo de nunca perderla.

Un editor llamado Marco Antonio Gabriel

Nos habían reunido en un aula a cuatro grupos para escuchar a los poetas invitados. Habían sido estudiantes de la misma prepa, ahora volvían con libros y leían con autoridad. Fue la primera vez que yo vi a un poeta. La primera en escuchar poemas en voz de sus autores. Aún recuerdo versos sueltos. Recuerdo la mujer desnuda en la portada de uno de los poemarios: Tornasol y fuego. El autor era Marco Antonio Gabriel. Al despedirse, repartió algunas tarjetas ofreciendo servicios editoriales. La guardé con celo de nunca perderla.

Pasó un año o dos, no lo recuerdo. Un día saqué la tarjeta del cajón y marqué el número. Quedamos de vernos en su casa; una casona en el centro de la ciudad, con plantas en el patio, paredes anchas y un par de computadoras e impresoras. Yo tenía una cantidad de hojas escritas con poemas que me parecían grandiosos y un título que pensaba avasallador: Del amor, el desamor, la vida y otras cuestiones. Marco Antonio me haría los servicios editoriales, sería un tiraje pagado por mí, y por supuesto no llevaría su sello editorial.

Días más tarde, en una de las ocasiones en que me reunía con Marco para revisar los textos, me dijo: “estoy pensando hacer un taller de poesía, porque veo que mucha gente quiere escribir y no sabe hacer poemas”. Lo comprendí de golpe, ni mi título era avasallador y mis poemas (o textos) eran muy malos. Sin pensarlo, le dije que contara conmigo.

Comenzó el taller y ahí también una de las mejores épocas de mi vida. Jamás había disfrutado tanto de ir a recibir enseñanza. Esperaba el día del taller con gusto, trabajaba a conciencia en el poema que presentaría en la siguiente sesión, leía con fervor, y durante la semana procuraba ir asimilando y absorbiendo la enseñanza de la última reunión. Cada semana era una revelación. Se me había abierto el mundo de la poesía, los poetas, del hacer literario, del poema. Y el responsable era Marco Antonio. Nos preparaba una clase majestuosa para cada taller; era cátedra pura. Se le veía la vocación de transmitir todo lo que sabía en relación a la poesía. El taller se dividía en tres partes: ver a un poeta a través de sus textos más importantes, acercarnos a la enseñanza teórica de las formas del poema y, al final, la lectura y revisión de los poemas personales. En aquellas dos horas el mundo se detenía para mí. Estaba fascinado de la poesía y sin retorno.

Hubo una época en que los asistentes disminuyeron y sólo estábamos una alumna y yo, y, aún a veces, sólo yo. Marco no dejó de preparar clases completas a pesar de estar uno a uno. Más adelante yo tomaría cantidad de cursos de literatura, asistiría a otros talleres y estudiaría en la escuela de escritores. Pero él fue el primer profesor, quien puso los pilares sobre los que después recibiría más enseñanza. Procuré exprimirle y beber todo su conocimiento, todo lo que aprendió con grandes profesores y poetas, y también en sus años de Letras Hispánicas, carrera que me reprochará toda la vida por no estudiarla. “Jesús María, deberías estudiar letras”. “Jesús María, debiste estudiar letras”. “Jesús María, la escuela de escritores no sirve, debes estudiar letras”.

Aquel muchacho que repartió tarjetas de servicios editoriales en el aula de la prepa 11, por ese tiempo acababa de fundar ediciones el Viaje. Muchos debieron de pensar que se esfumaría pronto como tantas propuestas nuevas. Pero Marco Antonio no estaba jugando al editor, había puesto ahí su vida y se entregó al oficio. Alguna vez me contó que de adolescente trabajó en imprentas y editoriales, incluso sin recibir sueldo, pues él quería aprender, saber todo lo que se pudiera. Él tenía claro algo: quería hacer libros. El camino no ha sido fácil. Marco Antonio no es un editor que montó su editorial con dinero de la familia o con lo que se gana en un trabajo estable. Marco Antonio es de los que vive de su oficio, que paga renta, come, bebe, repara máquinas, se muda, y todo con su trabajo de editor. Esto a lo largo del camino le ha acarreado épocas de finanzas por los suelos, y así enemistades ganadas y rencores. Pero Marco Antonio ha seguido en pie de batalla, siempre con la fe en los libros, con la mirada puesta en un título nuevo y la esperanza de crear lectores que se adentren en el Viaje.

Ediciones el Viaje se ha ido consolidando en el camino. Sus libros, como objeto, han sido mejores cada vez, así como sus contenidos. Su catálogo se ha enriquecido y se ha vuelto sólido; ha hecho ediciones nuevas de títulos como Espantapájaros y En la masmédula de Oliverio Girondo, la fabulosa novela Pasto Verde de Parménides García Saldaña, Los heraldos negros de César Vallejo. Pero lo más importante son sus autores locales, y, los que no siendo locales, son como de casa, gracias a la red que ha creado la editorial, la apuesta que ha hecho por sacar a la luz voces nuevas, así como autores ya con trayectoria que se han unido al proyecto. Quisiera mencionar, por ejemplo, el libro de cuentos de Sergio Fong, Un chango llamado Hemingway. En ese libro he leído uno de los mejores cuentos y de más profunda técnica y sentido literario. Y recordando ahora el estilo de Fong, recuerdo una postura de Flaubert que se cumple en Sergio: “Estilo, más que técnica, es una visión del mundo, una visión total”.

Encontrar uno de los mejores cuentos de literatura en ediciones el Viaje, nos da una prueba de que no hay editoriales pequeñas

Encontrar uno de los mejores cuentos de literatura en ediciones el Viaje, nos da una prueba de que no hay editoriales pequeñas; puede, eso sí, haber editoriales grandes económicamente hablando pero, literariamente, la grandeza de una editorial está en su catálogo.

Creo que ediciones el Viaje no es sólo una editorial. Ha sido un movimiento de arrastre cultural que ha sido indispensable en la vida artística de Jalisco. Cuando uno escucha ediciones el Viaje no sólo piensa en literatura sino en pintores, músicos, escultores. Pienso que el Viaje ha sido centro de reunión. Y maravillosamente una casa abierta para el under y la nata. Incluso me ha sorprendido un poco, que en los últimos años, se estén acercando a el Viaje algunos personajillos que en administraciones pasadas eran dueños de la cultura oficial y los premios literarios, siendo que ellos mismos no daban mucho crédito a la editorial. Pero ahí ha estado el Viaje, recibiendo a todos. Sin duda la gente se acerca a los árboles con buena sombra. Y es que bajo la batuta del que alguna vez escuché que lo llamaron el gurú de la edición, la editorial ha tendido puentes de trabajo y relación con editoriales y autores de Ecuador, Perú, Barcelona, por mencionar algunos que ahora me vienen a la mente. No se concebirá, estoy seguro, la historia literaria de Guadalajara (México) sin ediciones el Viaje. Decir Marco Antonio Gabriel es pensar en el Viaje, y viceversa.

A Marco Antonio como editor lo he admirado y respetado desde la primera vez que lo vi. Pero como poeta, en sus poemas, gracias a lo que aprendí de él, y cómo a través de los años yo he asimilado y entendido la poesía, no me parecía relevante o imperdible. Me gustaban algunos poemas, y claro, siempre bien escritos. Pero no me parecía que fuera una obra que se contara aparte, que tuviera su espacio propio. Sin embargo, los últimos poemas que aparecieron de él, en un libro titulado Salve que publicó miCielo Ediciones, revelaron no sólo una nueva faceta y etapa de su poesía, sino a un autor alcanzando la madurez. Por fin entregado al ritmo, al lenguaje, los símbolos y la variación de los significados, Marco Antonio Gabriel entró en una poesía potente. Pero no pararía ahí, su último trabajo, Negra saturnal, aún inédito y que ha ido mostrando fragmentos en distintos espacios, alcanza lo que sólo los elegidos alcanzan: se ha convertido en maestro. Un maestro muy joven que lo mejor está por darlo.

De modo que así como hoy en día no puede hablarse de la literatura de Guadalajara, dejando afuera ediciones el Viaje, conforme pasen los años, tampoco podrá quedar fuera la poesía de Marco Antonio Gabriel, destinado a ser un referente del siglo XXl. Dicho esto me pongo de pie y punto final.

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