El drama del paro en una extraordinaria película: Los lunes al sol

Fotograma de "Los lunes al sol"-.
Fotograma de "Los lunes al sol". / Productora.

La ambientación abunda en lo frío, en lo oscuro y lo húmedo, en unas viviendas y un bar aquejados de irremisible decadencia. Es el preciso acompañamiento a unos personajes naufragados

El drama del paro en una extraordinaria película: Los lunes al sol

En Los lunes al sol (2002), Fernando León de Aranoa acertó plenamente al construir una historia de proporciones exactas. Lo dramático, su fuerte componente social, el humor, la tragedia, se reparten en su justa medida. No son muchas las películas españolas que hayan explorado tan intensamente la problemática social. Entre las más recientes, ahora recuerdo otra menor, pero sobresaliente, Techo y comida, especialmente por la genial actuación de Natalia de Molina. Aquí son varias las interpretaciones muy valiosas, empezando por la de Javier Bardem, pasando por las de sus compañeros, y destacando aparte la de una impresionante Nieve de Medina.

El escenario de la historia que se plantea es la ciudad de Vigo, en la que está muy presente la ría, la zona portuaria, pero también Asturias, en las imágenes documentales del principio, que recogen los disturbios de una durísima reconversión naval que dejó en la calle a muchos trabajadores. La ambientación abunda en lo frío, en lo oscuro y lo húmedo, en unas viviendas y un bar aquejados de irremisible decadencia. Es el preciso acompañamiento a unos personajes naufragados, excluidos de la posibilidad de una vida digna, que van arrastrando su tristeza, allá donde ociosamente se demoran o en el interior de sus familias.

Santa, el personaje interpretado por Javier Bardem, representa al hombre escaldado, temperamental, enemigo de la resignación, denunciante de la hipocresía y de los falsos papeles estereotipados, amigo de las transgresiones ante el poder, gozoso en sus puntuales insumisiones, para él plenamente justificadas y saludables. Lino (José Ángel Egido) es el hombre afligido, apocado, acomplejado por una edad que sabe ya improcedente, por la falta de estudios, de coche, que se apoya únicamente en una buena presencia que a la postre resulta tan innecesaria como incoherente con la imagen juvenil que se reclama. Jose (Luis Tosar) es el esposo que se siente disminuido por el hecho de que los únicos haberes que entran en casa son los de su esposa, celoso por ese otro contacto con el mundo que le proporciona a su mujer el trabajo, prisionero de un sentimiento de inferioridad que no soporta. Ana (Nieve de Medina), es su esposa, que vive la doble tristeza del alienante trabajo nocturno del que vuelve apestada de pescado, y de encontrarse en casa con un hombre triste, desvalido, sin expectativas, sin fuerza para crearlas. Amador (Celso Bugallo) es el hombre mayor que mantiene engañados a sus amigos, que no les cuenta la verdad de su terrible desolación, que tendrán que averiguar después, demasiado tarde. Consternados, atónitos, sabrán de la vida de abandonado que ha estado llevando en su casa; la incuria, la desesperación, en cada uno de los rincones de esa que ha devenido la pútrida guarida de una incurable soledad.

Aranoa y su coguionista, Ignacio del Moral, hacen bien en no desperdigarse por más personajes adyacentes. Los principales no tienen hijos o apenas aparecen. No tienen esposa o solo es mostrada de soslayo; salvo la de Jose, que es tan importante para dotar de necesidad a ese personaje que es el único endeblemente construido. La historia se centra en ese pequeño grupo de amigos, en sus horas de ocio, en sus viajes y sus licencias en el transbordador, en los partidos de fútbol que medio ven desde un edificio en construcción; o, sobre todo, en el triste bar en el que se reúnen. Las conversaciones revelan las diferentes formas de abordar una situación que sienten como una interminable derrota.

En Lino vemos representada la impotencia del hombre que no renuncia a buscar trabajo, y que lo hace como una obligación moral ante su familia, a pesar de que ve claramente que todas las posibilidades están cerradas a un perfil de candidato como el suyo, ya demasiado maduro y poco preparado para una diversidad laboral que antes no le había hecho falta. Cada día sale a la calle, pertrechado del periódico, de los anuncios a los que se agarra, pese a que exigen requisitos que él ni de lejos cumple. Su necesidad de demostrar ante sí mismo y su familia que está haciendo todo lo posible para reparar su desgracia, le lleva a actos patéticos, como el de tintarse el pelo para parecer más joven en una entrevista. Al final, lo vemos nuevamente compungido, en otra de las salas de espera de las entrevistas de trabajo. A Lino le duele la mirada cada vez que le muestra a sus invencibles competidores. Finalmente, se mira en el espejo y se ve tal como es a los ojos de quienes deberían reclamarlo. Lo llaman. No contesta. Se retira de una realidad a la que al fin reconoce como absolutamente adversa. Se sume en una sincera impotencia.

La historia está hecha de sutilezas, de gestos, de miradas, que indican el verdadero sentir de unos personajes que se pronuncian con una forzada levedad cuando pueden, o con una desesperación triste o enojada. Están sumidos en una depresión insuflada directamente por la falta de futuro, por un presente humillante. Pero el único verdaderamente insumiso, Santa, no es el que busca un trabajo que ve imposible sino el que no se rinde del todo ante el poder aniquilador y de vez en cuando alivia su desgracia con pequeños actos tan reprensibles como liberadores. No se priva de pequeños hurtos, de transgredir las normas sociales, lo que no quita que, sin embargo, finalmente demuestre una gran humanidad en lo esencial. Es él quien acompaña a Amador a su casa, quien se conmueve viendo la total incuria en la que vive, ese reflejo de su alma en ruinas. Y otro día lo descubrirá muerto, en una escena perfecta que le permite a Javier Bardem demostrar uno de los puntos álgidos de su maestría actoral. Santa, con su intrepidez, es capaz de subvertir el orden para poder crear símbolos de su emotividad. En el tanatorio, son los cuatros amigos los únicos que acompañan el cadáver. Santa roba la corona de otra sala y la pone en la de su amigo. Recorta el lema para que pueda ser el de sus amigos. Una infracción sublimada por su condición de valiente homenaje.    

En Ana vemos que las condiciones laborales son pésimas, que no tener trabajo es lo peor, pero tener uno de tantos miserables como hay no mejora mucho la situación personal. De él se deriva el dolor de articulaciones, el olor a pescado en el cuerpo, el turno de noche, y un sueldo insuficiente. Jose necesitaría que ella no fuese la sacrificada. Entonces no se establecería en ellos esa mutua tristeza cuando él la mira marcharse a trabajar, no intuiría que está buscando a otro hombre que pueda borrar su abrumadora tristeza. Pesa la desgracia sobre los dos. La que en Jose se impone es la de sentir las claras evidencias del alejamiento de su mujer. Y no se equivoca. Una noche, ella ha preparado la maleta para irse con el hombre que la libere de tanto oscuro desconsuelo. Cuando llega él, le dice que tienen que hablar. Pero es su marido, el que, cariñoso, le habla. Le expresa su dolor ante la muerte de Amador, el sufrimiento padecido por un hombre cuya vida se vio quebrada por la expulsión del trabajo, pero, sobre todo, por la sima del abandono en la que cayó irremisiblemente. Jose está describiendo un riesgo que le afecta. Sobre él se cierne un agravamiento, un nuevo golpe, el que le puede asestar su mujer. Y ella sería la causante. No podría perdonárselo. Tal vez aún lo quiere. Tal vez está planeando una huida tan acuciante como insolidaria. Disimuladamente, con una manta tapa la maleta que tenía preparada junto al sofá, aborta un plan liberador que la castigaría con una pésima conciencia de su acto.

Con la muerte de Amador, esos amigos tan distintos se sienten más unidos que nunca.  “Somos la misma cosa, como los siameses”. Y nosotros, como espectadores, casi somos uno más entre esos hombres ensombrecidos, y la copa que nos tomamos con ellos, en ese bar desangelado, nos sabe a desgracia compartida y a vida, manchada de muerte, apenas diversa. La escena final, en el transbordador del que se han apropiado, unidos en la respiración de una dispar confluencia, expresa un sentimiento de rendición digna, de presente amenazado, de terrible realidad contemplada desde una derrota impropia. @mundiario

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