Don DeLillo y la crisis de la ciencia en La Estrella de Ratner

La estrella de Ratner./ Seix Barral
La estrella de Ratner./ Seix Barral

La novela de DeLillo indaga sobre la inutilidad de los lenguajes cuando se trata de evitar el final de una especie como la nuestra.

Don DeLillo y la crisis de la ciencia en La Estrella de Ratner

La propia novela de DeLillo, publicada en Seix Barral, es en sí misma un ejemplo del solipsismo adonde puede conducirnos el uso del lenguaje ¿Hasta qué punto un código formal como la matemática es capaz de ser útil en momentos verdaderamente difíciles? Ningún crítico puede estar al margen de la novedosa temática de una obra que cuestiona la finalidad de las disciplinas científicas. Tampoco entiendo bien que  la Crítica se sorprenda con esta novela. Todo lo que escribe el escritor americano es valiosamente nuevo y transgresor.

Vayamos al meollo de la novela: ante un presunto mensaje extraterrestre, la comunidad científica recurre a un adolescente, Billy Twillig, genio de las matemáticas galardonado con el Nobel. Trasladado a una base subterránea, deberá descifrar el código que se ha recibido proveniente de una estrella, un código que, por sus características, parece escapar al grado de comprensión e interpretación de todos los científicos que allí viven.

Pero este argumento es el pretexto para indagar en una realidad mucho más inquietante que solamente se puede resolver a través de interrogantes: qué clase de convivencia existe en ese zulo, hasta qué punto realidad y alucinación son una misma fuente de conocimiento, sobre todo el segundo, pues la observación y la práctica de las matemáticas conducen a los personajes a una clase de locura colectiva,  donde el lector sentirá que está perdido, que naufraga, al igual que los científicos, en un mar de desesperanza.

Cuando se consigue descifrar el código, se descubre también que ese mensaje forme parte de un fenómeno mayor, lejos del simplismo que todo resultaba al principio.

La Estrella de Ratner nos conduce a ese debate que, en los noventa, se desarrolló a propósito del formalismo lingüístico como pseudociencia, donde el barroco del propio lenguaje se quedaba en eso, en puro artificio.

Y aquí los debates parecen llevarnos al nihilismo más absoluto; la Ciencia tiene límites. El lenguaje no puede con todo, el lenguaje no puede cambiar el mundo, las matemáticas no pueden explicar el origen de las cosas. La terminología remite a la propia terminología, dejando a estos personajes atrapados en una fascinación enfermiza donde los instintos más atávicos empiezan a manifestarse.

DeLillo da un golpe en la mesa al poner de relieve nuestra insignificancia, nuestro aislamiento y nuestra soledad ante un Universo que nos devora, que evoluciona, que se amplía, que puede absorbernos, que puede envolvernos y pulverizarnos.

Personajes que no cesan de abrir y cerrar puertas, que dormitan en estancias, que practican sexo, que se miran con intención de herir, fantasmas, alucinaciones, debates y más debates, poca acción y mirarse el ombligo conforman este delirante relato que nos advierte de un peligro. La racionalidad puede volverse irracional, el equilibrio puede ser el enmascaramiento de un problema mayor, la locura, la insatisfacción de un mundo que parece explicarse desde la poesía y no desde ámbitos científicos.

Estamos condenados a la extinción y la única salida parece que es la tecnología, el conocimiento, el formalismo, la matemática. Sin embargo, eso es insuficiente cuando la magnitud del problema avanza de una manera más rápida que el desarrollo de los cálculos.

DeLillo rinde un tributo a lo que, años después, será un ataque fulminante contra corrientes epistemológicas tan controvertidas como el deconstruccionismo.

El escándalo Sokal advertía del abuso de una terminología científica que no llevaba a nada. Y algo parecido sucede en esta novela cuando  cierra espléndidamente así; que un joven escapaba de la base "emitiendo aquella serie de chillidos involuntarios, partículas que rebotaban en el aire que lo rodeaba, el polvo reproductor de la existencia" (pág. 548).

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