Don DeLillo analiza la vacuidad de la vida moderna en su novela Americana

Americana, novela de Don DeLillo./ Seix Barral
Americana, novela de Don DeLillo./ Seix Barral

Esta novela desarrolla una épica inspirada en antihéroes a los que el futuro nada tiene que aportarles, una épica que deja constancia de la necesidad de una moral para superar el aburrimiento.

Don DeLillo analiza la vacuidad de la vida moderna en su novela Americana

En los setenta, muchos intelectuales pensaban que el mundo se iba a acabar. La trayectoria literaria de Bradbury y Orwell, entre otros, dejaba una huella radioactiva de final apocalíptico para una Humanidad harta de sí misma, dejaba la impronta de un milenarismo posmoderno, no exento de una estética pop, psicodélica y futurista que parecía catapultar a la sociedad a un limbo moral y filosófico donde jamás habría respuestas para las preguntas existenciales.

Ese limbo está aquí, con nosotros, y está también en Americana, la primera novela de Don DeLillo, la antesala de una estética singular e inimitable, el calco flaco y suicida de una realidad de la que el autor de Cosmópolis siempre ha visto su lado anestesiante y fratricida gracias a factores como la economía más desigualitaria, los medios de comunicación y entornos tecnológicos que nos han privado de nuestra naturaleza más atávica.

Publicada por Seix Barral, Americana es la historia de un viaje por parte de David Bell, un jefazo de una agencia publicitaria con notable éxito, que le exige a la vida un poco más; estímulos primitivos y poéticos que ya no existen a su alrededor. En ese viaje por Estados Unidos lo acompañan algunos amigos y lo que, en un momento puede ser un viaje iluminador, se convierte en una pesadilla, más que en una pesadilla, en un sueño insulso, a veces calamitoso, donde queda claro tanto para el lector como para Bell que no existe nada extraordinario más allá de los muros de su despacho.

La vuelta a los espacios de su infancia como la recreación de algunos recuerdos son un completo fracaso. El sexo y la violencia gratuitas y la decepcionante mirada hacia un futuro vacío de ilusiones y promesas configuran un paisaje demoledor al que Bell se resigna,al igual que sus acompañantes.

Las voces que se suplantan, los saltos temporales y esa obsesiva manera de describir los actos reflejos y los objetos, aparentemente irrelevantes, que rodean la vida de los personajes, nos advierten del estilo de un autor que se coloca en las antípodas de toda una generación de escritores que no cesan de buscar una novela que narre los orígenes de una nación, como haría Faulkner.

Para DeLillo esa nación no existe, es un eco dentro de un espejo, una intentona estúpida de rescatar a un país entre las ruinas de un estropicio mayor, la tecnocracia. Las fronteras y naciones saltaron por los aires hace mucho tiempo y a David Bell no le queda otra cosa que creer en sí mismo o, como ha hecho hasta ahora, dejarse llevar por el placer de los instintos, reducir su vida a cero, ser un grano de polvo más en esa angustiosa y recalcitrante vida de magnate pijo, porque él no importa a nadie. Y aquellos que alguna vez lo protegieron también fracasaron y, además, están muertos. El espacio puede con el hombre, devora al hombre. Aquí no vale la sentencia de Hobbes. El lobo para el hombre es la propia América, con sus vicios consumados y con su endiosado individualismo.

La superficialidad gobierna el mundo y la democracia ha traído esto: olvidarnos de nosotros mismos.

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