Me dijeron pobrecita, pero seguí... Y aquí estoy, más triste

Obra del francés Edgar Degas.
Obra del francés Edgar Degas. / RR SS

Es como si Galicia fuese un lapsus que te hace perdonar el infierno bajo los pies a cambio de un terreno en el que tú mandes, donde caerán tus esclavos. / Relato literario

Me dijeron pobrecita, pero seguí... Y aquí estoy, más triste

La razón por la que yo creo en este país es que nunca he salido de él. La gente de aquí es gallega igual que un acto reflejo, como cuando tropiezas y te levantas al momento para demostrar que sigues bien: esto es ser gallego, y yo llevo toda la vida siendo gallega.

Supongo que la bienvenida fueron montañas, muchas montañas. Ahora y siempre, habito un valle de tres montañas que me recogen como una cuna, como acotando los límites de mis pies.

Después, señor Dios, de perder mi identidad, vi el mar. Ese montón de agua cuya brisa venida del horizonte te estremece todos los nervios y los sentidos como la evasión que siempre anhelaste, así de inmenso, espacioso, espectacular a los ojos color cielo. “La mar salada”, la que te acaricia los pies, te da la paz de la imperturbabilidad por milenios, habiendo vuelto a nacer; el mar que te ofrecen a saborear tras un largo camino que dura un sueño. El mar sabe a sal. ¡El mar! La palabra mar sabe a sal. ¡El mar! La palabra más escueta para expresar la inmensidad, la tragedia, lo minúsculo de las palabras…

Y supongo que hube de aprender castellano tras aquella agresión, pero quizá fuese verdad que estuviera borracha, borracha y vagamente feliz desde aquella. Pisotones que suenan como un terremoto de Becerreá, y un lindo acento transfronterizo.

Pero, un día, cuando era aún bebé y aún objeto del asombro, papá y mamá me llevaron en coche por muchos caminitos, con baches y maleza en los bordes, muchos árboles y nubes, un poquito de sueño, con la calma de un cachorrito confiado.

Fuimos a parar a una vieja y recóndita aldea con poquitas casas de piedra juntitas, con leña y paja alrededor, ventanucos escasos y abruptas escalinatas.

Entonces, aquel día de 1990, había una anciana que cumplía 90 años. Entramos a su dormitorio, donde yacía en cama. La rodeamos, la arropamos, y no paraba de sonreír. Yo nunca había visto una abuela tan lejana y rugosa, pero me dijeron que era mi familia.

Bromeó, cuando mamá le habló de los suyos─ presentándose para su entendimiento. “¡Carracedo, onde toman o leite cedo!", exclamó varias veces. Y, en cuanto lo dijo varias veces, me hizo reír un poco. No supe nunca más nada de aquello, como tampoco sé dónde y cuándo, ni en qué liturgia a mí me bautizaron.

Está claro que la vieja está más que muerta, guardada en su caja de pino. Aunque siempre subirá la marea a cierta hora del verano, como bien, y duermo como un angelito.

Siempre recordaré que aquella noche dormía como un angelito, pero creo que el demonio me encontró antes que el amor, porque “Dios es amor”─ en la misa decían…, yo cantaba… Pero no me salvó ningún amor, ningún dios, ni nadie. Parece que los demonios acechen en la oscuridad, y Dios en el universo oscuro, tan lejos. Es como si Galicia fuese un lapsus que te hace perdonar el infierno bajo los pies a cambio de un terreno en el que tú mandes, donde caerán tus esclavos. Sí, sí, soy una esclava que duerme hasta un nuevo amanecer, cuando tempranito reine el sol con sus rayos en la cabecita. Liberada, junto a los míos, agradecida como un cachorro… Aullaré. @mundiario

Comentarios