Diario de un poeta - 29 de octubre

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Imagen: Pixabay

El día de ayer comencé la realización de un nuevo libro de poesía; sin embargo, este acontecimiento fue adquiriendo sustancia desde días anteriores.

Diario de un poeta - 29 de octubre

Cabe decir que al paso de los días, la creación literaria no puede darse por sí sola, como si fuera un impulso desesperado por poetizar todo lo que se fragua. Requiere tiempo y que la creatividad se faje, porque escribir en constante desenfreno puede reprimir el buen juicio y no obtener el resultado que como escritor deseas plantear en los textos.

En mi experiencia, puedo comentar que escribir un poema -y más aún, formar un libro- resulta una empresa agotadora, pero reconfortante, porque es un ejercicio intelectual y humano liberador. ¿Las razones? Observo tres, que son: la labor de escribir. Este primer punto es el parteaguas y lo que desempeñará todo el ejercicio consiguiente, porque el tiempo invertido puede ser vasto. Concebir un poemario es difícil, porque debe contener unidad, el tono adecuado, la temática, el mensaje, dominio adecuado de la técnica y, sobre todo, qué se desea.

En cuanto al segundo, después de haber escrito los poemas que considero vitales, el trabajo de edición es fundamental, que va desde pulir las oraciones, revisar la técnica, si cumple o no con la unidad del poema, etc. Otro aspecto importante es la calidad literaria. Y es aquí donde el juicio como autor tiene que ser severo. No solo se trata de escribir por escribir, de soltar la pluma y que el caballo de la creación se despeñe; pienso que un poeta debe apuntalar a la creación brindando una propuesta estética del lenguaje. Esto mismo, en la lectura debe sustentarse con un tema (o temas) que validen la calidad literaria. En este sentido, tener en cuenta el mundo desde el cual un autor nos escribe es cabal, porque no solo se trata de entender un poema, sino comprender qué propone. Eso, a mi juicio -y sin ser de valor- es uno de los mayores aportes que nos puede brindar un poeta. Pensemos  en La Tierra Baldía, de T.S. Elliot, o el Romancero Gitano, de García Lorca. Son libros de poemas cuya composición es integral y si uno lee de cabo a rabo, entre líneas, cada palabra, verso y estructura, se entiende que se pensó mucho, porque eso es lo que un buen libro tiene: pensamiento poético con lenguaje poético.

Ahora bien, en cuanto al punto tercero, elegir los poemas, la cantidad de ellos que estarán en un libro y por qué estarán, son aspectos que quienes escribimos debemos cuestionarnos. La edición nos ayuda en la elección; no obstante, hacer repetidas lecturas de un texto nos ayuda a abrir el panorama y evitar el sesgo. Como creadores, tendemos a dejar lo que para otros no está bien creado. En este sentido, recomiendo pedir dictamen a personas que tengan la preparación literaria para emitir un verdadero juicio y así enriquezcan nuestra obra literaria.

Es vital tener en mente que no todo lo que escribimos es rico y sustancioso. Ser autocríticos es fundamental, porque eso aporta más en el tejemaneje de la creación literaria, la cual, si se ejercita día con día, propicia que seamos más certeros y menos superficiales. @mundiario

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