El desnudo de Harriet Andersson y el mito de las suecas

Harriet Andersson, actriz. / RR SS.
Harriet Andersson, actriz. / RR SS.
Una joven de 20 años se lanza sin ropa al agua en la soledad de un lugar recóndito. Eso es todo, pero fue mucho.
El desnudo de Harriet Andersson y el mito de las suecas

Cuando Harriet Andersson se lanzó desnuda al mar desde una roca del archipiélago de Estocolmo en Un verano con Mónica, estrenada en 1953 cambio el mundo: nació el mito de las suecas y el de Bergman, hasta entonces un desconocido director de cine y teatro. Desde entonces el desnudo femenino en el cine se normalizó y se crearon nuevas tendencias que tuvieron aquí su fuente de inspiración como La Nouvelle Vague o los Road Movies.

El desnudo de Harriet Andersson fue natural, no provocador como los del cine francés, atlético como los del alemán, o vergonzoso como los del americano. Una joven de 20 años se lanza sin ropa al agua en la soledad de un lugar recóndito. Eso es todo, pero fue mucho.

En la película dos jóvenes con trabajos sin importancia, que hace poco que se conocen, se escapan, tras discutir con padres y patronos, en una pequeña lancha, a una isla del archipiélago. El resto es puro Bergman. Los distribuidores americanos retocaron la película, pero no para suprimir el desnudo sino para realzarlo y ayudaron al éxito-siempre relativo- allí de la cinta.

Harriet Andersson continuó su carrera tanto en el cine, hizo tres películas más con Bergman, como en el escenario. Siguió a su mentor desde Malmoe, hasta el Dramaten de Estocolmo, el teatro mas importante de Suecia que Bergman dirigió hasta sus últimos años.

Hizo poco cine internacional y nada destacable en Hollywood. Una de sus últimas películas fue La Sabina, una coproducción hispano sueca rodada en España en 1979 y dirigida por José Luis Borau.

La otra Andersson, Bibi, sin parentesco siguió sus pasos en el teatro y en el cine incluso con mas éxito. Bergman la dirigió en películas emblemáticas como El Séptimo Sello, Fresas Salvajes o Persona, y trabajó en América con John Huston y Robert Altman. Bibi era más rubia, más guapa, y más típica sueca, pero Harriet era el original.

En el verano de 1977 yo estaba destinado como consejero de Información y Turismo en la embajada de España en Estocolmo. Tras la obscuridad del franquismo, España se había puesto de moda en Suecia- unos meses después darían el Nobel a Vicente Aleixandre-. A las pantallas locales llegaban películas españolas, algo exótico en aquellos años, nuestro vino era mas elegante y la paella sabia mejor.

Recibí una llamada de Lola Salvador, que estaba preparando un reportaje sobre el cine sueco para Televisión Española. Me comunicó que iba a venir a Estocolmo para entrevistar a diversos personajes, entre ellos Harriet Andersson. Me pidió que hablara con ella para explicarle el proyecto. Lola era y es una profesional de prestigio que se haría conocida como guionista de El Crimen de Cuenca y por su adaptación de Las Bicicletas son para el verano. En 2014 recibió el Premio Nacional de Cinematografía.

Cualquiera que leyera el periódico sabía que Harriet actuaba en el Dramaten , así que marqué el número del teatro y solicite hablar con ella. Al poco respondió a la manera sueca, identificándose: “Harriet Andersson”. Le expliqué brevemente la propuesta de Lola y se mostró de acuerdo. Me preguntó si podría recogerla en el teatro después de los ensayos, para amplia la información. Dicho y hecho. A las 7 en punto estaba en la puerta del Dramaten nervioso e intrigado. Con puntualidad nórdica apareció la actriz con un vestido amplio y largo, por debajo de las rodillas, la cara lavada, sin maquillaje, y una melena corta. A sus 45 años aparentaba 10 menos. Guapa pero no espectacular, estatura media. En resumen, normal.

Tras saludarme recogió su bicicleta alineada, junto a muchas más y sin candado, como era costumbre entonces. Así que Harriet, la bicicleta y yo fuimos paseando al vecino parque de Kungsträdgarden, el más céntrico y elegante de la ciudad. No sentamos al aire libre. Ella pidió un refresco y yo algo mas fuerte. Estábamos a la vista de los paseantes, la gente más culta y elegante de Estocolmo, pero para mí decepción ni los camareros ni los viandantes parecían reconocer a una de las caras más famosas del país.

Claro que la reconocían, pero allí el respeto a la privacidad es sagrado y el divismo no existe. Todo era natural, como lo había sido su desnudo hacia 25 años. @mundiario

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