Dersu Uzala, de Kurosawa: una emotiva historia de naturaleza y humanización

Fotograma de la película Dersu Uzala, de Akira Kurosawa
Fotograma de la película Dersu Uzala, de Akira Kurosawa. / Autor.

Para él, la naturaleza, el fuego, conforman un imponente, un sobrecogedor hogar. El hombre es un ser ambivalente y mayoritariamente desvirtuado.

Dersu Uzala, de Kurosawa: una emotiva historia de naturaleza y humanización

Dersu Uzala (1975), de Akira Kurosawa, es una de esas películas que nos abren al abrazo de una distinta humanidad. El personaje principal es lo que aquí podríamos llamar, entre la ternura y el sentimiento de superioridad, un “hombrecillo”, un pobre hombre, un ser humilde, tímido y fundamentalmente bondadoso; un hombre mayor, de claros rasgos que hablan de su pertenencia a una etnia siberiana; un hombre exótico, y ridículo a los ojos de quienes se consideran insertados en una cultura más avanzada, de quienes no alcanzan a vislumbrar ningún valor rescatable en una concepción más primitiva pero más adherida a la pura existencia.

Ese personaje, salido de una irrebatible autenticidad, se les aparece a unos hombres que conforman un destacamento militar que tiene por misión realizar un estudio topográfico en Siberia. La simpleza de su lenguaje, esa forma de personificar a todos los elementos naturales, para los que concibe voluntades y sentimientos, y a los que nombra genéricamente con una palabra, “gente”, lo hace parecer, a los ojos de esos creyentes de la ciencia, como un seguidor de leyendas ancestrales o de cuentos infantiles cuya condición alegórica no ha logrado superar al llegar a su madurez.    

Los soldados se ríen de él. Incluso el capitán, aunque este menos festivamente, con mayor respeto, porque, desde el primer momento, podemos constatar una diferencia de calidad humana entre él, un hombre más refinado espiritualmente, y sus subordinados, siempre prestos a la frivolidad, a los gruesos cánticos, a las fáciles alegrías. Llama la atención esa distancia que, a veces, parece excesiva. El capitán no se “mancha” compartiendo canciones, trabajando manualmente —salvo cuando es estrictamente necesario—, sino que se aparta de los demás como para apropiarse mejor de unas sensaciones que no estén contaminadas por la rudeza del pensamiento.

Kurosawa se basó en una historia real que sucedió a principios del siglo pasado, la que el capitán Arseniev narró en sus memorias. La mirada del director japonés es la misma que la que muy pronto fue la del capitán, una tierna aproximación a un hombre sin maldad, sin malicia, sabio en su armoniosa concepción de la naturaleza, inconsciente precursor de la futura preocupación ecológica.    

Dersu, desde su definitiva tristeza, la que arrastra desde que la viruela le arrebatara a su mujer y a su hijo, se afana en ayudar a esos soldados con unos conocimientos prácticos que los sorprenden. Los ha acumulado en décadas de observar, con el empeño de un sobreviviente, la taiga; ese mundo que es el suyo. Pero, a veces, necesita apartarse, beberse una botella de vodka junto al río, iniciar un canto solemne, respetuoso con el temible universo que lo envuelve.

Dersu es un hombre incorruptible, seguro de lo que duramente ha aprendido, obstinado en sus curiosas visiones, firme ante las odiosas bromas a las que solo responde si atentan contra las leyes que él concibe. Su mirada es la de quien escucha el mundo, su palabra es la cautela de un observador que no descansa, el susurro de quien no quiere despertar las camufladas amenazas que no cesan y lo mantienen alerta. Para él, la naturaleza, el fuego, conforman un imponente, un sobrecogedor hogar. El hombre es un ser ambivalente, mayoritariamente desvirtuado, inconsciente de esa necesidad prioritaria que es la armonía con sus congéneres y con la naturaleza. “Los junjús son gente mala, chinos, roban pieles, mujeres, matan”. Lo dice con una indignación triste. No puede concebir la maldad: “El comerciante me invitó a una botella de vodka. Le dejé el dinero que me había pagado por el oso para que me lo guardara. Cuando me desperté, ya no estaba, ni él ni el dinero. ¿Por qué? No lo entiendo”. Pero ahora lo dice sonriendo, es un hecho pasado, así es la vida, hay que seguir.  

Dersu tiene muchos miedos. Se sabe insignificante frente a la grandeza que lo envuelve. Su pesadilla, su fantasma, es amba, que así llama a los tigres, a ese animal que ve como su principal amenaza. Él les habla: “Escucha, amba, los soldados tienen fusiles. Márchate, márchate”. Porque para él temer no es sinónimo de odiar. “Qué te hecho, amba, te he matado”. Se entristece cuando sin querer lo mata, pero también se asusta ante el fantasma de la venganza: “Gangá enviará otro amba para matarme”.

Dersu es el hombre solidario: “En la taiga no estamos solos, nunca. Hay que dejar la carne sobrante para el animal que venga después”. Hoy por ti y mañana por mí, es la única forma de sobrevivir, pero muchos no lo entienden. En el lago helado, el capitán y él están a punto de perecer cuando llega la noche, y con ella el frío insoportable, el viento arrasador. Dersu salva a un exhausto capitán con su experiencia. El lazo entre estos dos hombres se hace aún más emotivo, más fraternal.

Cuando, al cabo de los años, se juntan otra vez, la emoción es grande. Pero Dersu está perdiendo su agudeza visual. Ya no puede sobrevivir solo en la taiga porque se ve incapacitado para cazar. El capitán le ofrece su casa en la ciudad. Dersu acepta, pero pronto se da cuenta de que allí se ahoga, en ese ambiente quieto en el que nada sucede; y no siente como un bien, sino como un vacío, no tener que buscar a cada paso la seguridad y el sustento. De nada le sirven el gran trato recibido por el capitán, por su esposa, y por su hijo, el “pequeño capitán” con el que hace tan buenas migas. “Haré una tienda en la calle”, dice. “Escucha, Derzu. En la ciudad no se puede hacer”. “Aquí en la ciudad no puedo respirar. Tengo que irme porque si no moriré de tristeza”. Y el capitán, a su pesar, lo deja marcharse. Le regala su arma más precisa. Ya no lo volverá a ver con vida. Pero lo guardará en el recuerdo. Habrá sido para él una muestra de una humanidad diversa, genuina, honesta en su vulnerabilidad, respetuosa en la conciencia de su valiosa y relativa insignificancia.  @mundiario

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