Del arte a la paz

Raúl Bañuelos 0
El poeta Raúl Bañuelos. / Achivo personal J.M.

Cuando leí a Raúl Bañuelos con mayor amplitud –tiempo después de conocerlo–, fuera de los poemas sueltos, comprendí lo que muchos decían: es un gran poeta.

Cuando leí a Raúl Bañuelos con mayor amplitud (tiempo después de conocerlo),  fuera de los poemas sueltos, comprendí lo que muchos decían: es un gran poeta. Lo leí como se ha de leer todo libro; despegado de los comentarios buenos que había escuchado sobre la obra y el autor, y decidiendo que cualquier valor, la obra sería la que me lo presentaría; quiero decir: la obra verdadera se sostiene por sí sola. Con obra verdadera me refiero a que sea honesta, trabajada con rigor, de calidad literaria y artística.

Conocí físicamente a Raúl Bañuelos por vez primera en el Rojo Café, un sábado a las doce del día, con motivo de su anti-taller César Vallejo, al cual seguí asistiendo cada mes durante todo aquel año, tomando un curso completo: Los principales fundadores de la poesía hispanoamericana. Después he tomado más cursos con él, pero refiero ese primer curso y aquella primera vez que lo vi, porque como he dicho, lo conocí físicamente, obvio está, pero también fue el comienzo de conocer a la persona que se encontraba detrás de aquel nombre que yo había escuchado tanto y con tan grandes halagos. Si no me equivoco lo conocí en el año 2010, yo tendría veinte años. (Puede ser incluso que esté errando por un año, más adelante o más atrás). El asunto es que tenía nervios de escuchar al poeta, que por fin había visto y con el cual iba a tomar enseñanza. Recuerdo que tenía, además, nervios y temor de pensar en participar o decir algo que fuera a ser tonto; decirlo frente aquel poeta, que yo veía con admiración y respeto. Parece infantil que a los veinte años, uno sienta eso frente a otro ser humano, pero así como mucha gente lo siente incluso a una edad más grande, frente algún artista o deportista reconocido, yo lo sentía a esa edad en la que estaba conociendo a los primeros poetas grandes. Y aún lo sigo sintiendo en ocasiones, frente a algunos poetas y escritores, aunque sepa que después podamos ser estimados compañeros e incluso amigos.

Ante mis nervios, y muy lejos (positivamente) de lo que pensé que podría recibir aquel día, vi el primer gesto que me revelaría una parte del hombre que tiempo después se me seguiría revelando a través de su poesía y más tarde en su amistad. Nos encontrábamos sentados a las orillas de un cuadrado, hecho con varias mesas cubiertas con manteles rojos y blancos. En uno de los lados de aquel cuadrado, y centrado, para dar la clase, se encontraba Raúl Bañuelos. Sobre la mesa había una jarra de vidrio con agua natural y frente a cada uno de nosotros en su respectivo sitio, un vaso de vidrio. Raúl preguntó si alguien quería agua. Y a pesar que eran tiempos de calor, nadie tomó la jarra para servirse, se notó aquello de no animarse a ser el primero. Entonces, Raúl tomó su vaso, le sirvió agua de la jarra, y lo puso frente a uno de los asistentes. Fue tomando el vaso de cada uno, le servía agua y después lo ponía frente a ellos o se los alcanzaba en la mano. El profesor había servido a sus alumnos. Aquel fue el primer gesto que vi de Raúl, y también la primera enseñanza que recibí de él. Para ser honesto no recuerdo a qué poeta vimos aquel día, ni que lección literaria se impartió. Pero lo que he contado, no lo he olvidado hasta ahora, y a menos de perder la lucidez, creo que nunca lo olvidaré.

Cuando entré a la lectura de Bañuelos, descubrí inmediatamente desde los primeros poemas, a aquel hombre que había servido agua a sus alumnos. La sensibilidad inteligente de sus poemas, eran reflejo del ser humano que para entonces ya tenía quizá un año de conocer.

En la sencillez de su verso, encontré el gran trabajo que existe detrás; toda una arquitectura y depuración, una elección de palabras y de sintaxis que hacen de cada poema un ser preciso y único. Lo cual nos hace comprender, que si bien su verso es sencillo para la lectura, no ha sido fácil su elaboración; Raúl ha hecho el trabajo pesado detrás de la estructura de cada poema; al lector le ha dejado el placer de la contemplación y el trabajo de repasar en la mente sus imágenes y los significados de su poesía, a medida que cada uno lo quiera y lo necesite. La sencillez en la poesía de Bañuelos viene de la grandeza. De la grandeza extrae lo más sencillo, ya depurado, para de ahí volvernos naturalmente a la grandeza, ya sin necesidad de mucha búsqueda, pues ese trabajo lo ha hecho el poeta. Ahora ya sólo hemos de entrar a la grandeza para extasiarnos, para salir al mundo nacidos de nuevo.

Raúl depura cada línea, cada verso, de tal manera que es raro, rarísimo, encontrar una palabra que esté de más o que esté de menos. La depuración de palabras en Bañuelos, a mi punto de vista, es radical; quiero decir que no se permite una palabra que no deba de estar, ni siquiera, según mi opinión, por alcanzar o lograr el ritmo, como lo hacen muchos grandes poetas, sin que esto sea malo o bueno. Y en esa depuración de palabras y exactitud de lo que quiere decir, siempre encuentra la melodía y el ritmo. Su verso es melodioso, y esto no es obra de la casualidad, es trabajo inmenso de elección de vocabulario y sintaxis, unido al aliento y siempre apegado a lo quiere decir. Una elección de vocabulario hilada a la sintaxis e hilada a lo que se pretende decir, es un trabajo de honestidad, donde también aparece la calidad artística y literaria, lo cual se logra con el rigor, por tanto estamos frente a algo: una obra verdadera.

La poesía de Raúl, tiene perfección y exactitud no solamente en lo que dice y cómo lo dice, sino también en la estructura de cada poema: cada poema es una casa. Bañuelos se encarga de que jamás le falte una pared; eso sí, puede tener ventanas para enfocar desde adentro el universo. Raúl no nos habla únicamente con palabras y símbolos, sino también con el significado de los números, con los mismos que hace estructuras y casas perfectas; nos habla con la estructura. Para ejemplo el poema titulado: Y todo lo demás.

Lo que se da lo que se queda lo que se fue

         1

El hambre de los pobres

          2                  3               4

Lo que ha sido el fragmento lo total

         5

La soledad del solo

       6                7                 8              9

El olvido las costumbres el beso los cansancios

         10              11           12           13

Las goteras la jícama los soles la felicidad

 

                14

El dolor de los dolientes

        15                16           17

Los decires el silencio las explicaciones lo

              18

     sobrentendido

             19

El pasar del tiempo

     20        21              22          23

El casi lo nunca lo temporal lo arcaico

                 24

El hartazgo de los ricos

         25                   26               27      28

Los equívocos las estaciones el frío la lluvia

        29              30              31                  32

Las bicicletas la tierra la permanencia el pasado

        33             34            35                 36

La negrura la soledad la alegría la transparencia

                   37

La duración de los mortales

       38             39            40

Lo casual el destino las fechas

         41        42            43             44

La música el juego la pureza la inmortalidad

Y todo lo demás.

 

Obviamente el poema original no está a doble espacio ni tiene esos números. Los he puesto para hacer el conteo de las cosas que menciona Bañuelos. El poema se titula “Y todo lo demás”. Comienza con un primer verso que indica cuáles son las cosas a las que se referirá. El primer verso dice:

Lo que se da lo que se queda lo que se fue

Después comienza a nombrar cosas que se dan, que se quedan y que se fueron. ¿Cuántas cosas se dan, se quedan y se fueron? Innumerables, incontables, no se terminaría, pero el poema puede encerrar a todas ellas. La forma de encerrar y nombrar sin nombrar todas esas cosas, es la estructura, los números. El número cuarenta significa (entre otras cosas que pueda significar) un ciclo y un lapso de tiempo contundente, significa un todo. Enumerando cuarenta cosas, Raúl cumpliría con una perfecta estructura basada en los números, pues estaría diciendo todo. Sin embargo, el número cuatro significa el cuadrado, la forma, la construcción solida, la completitud. Y es lo que hace Bañuelos; no solamente enumera cuarenta cosas para decir un todo, sino que expande ese todo al título del poema: Y todo lo demás. Enumerar cuarenta cosas sería decir todo, sin embargo, ¿dónde quedaría el todo lo demás? Todo lo demás, está en enumerar otras cuatro cosas, que juntas, formando cuarentaicuatro, nos dice: Todas las cosas están dichas, y todo lo demás también. Pero está dicho de una manera: ciclo, forma, construcción, solidez, perfección: arte. Nada queda afuera. El poema es perfecto; así como el número cuarenta y el cuatro, así como el cuarentaicuatro. Raúl nos dice en el título: Y todo lo demás. Lo dice enumerando cosas. Lo afianza diciéndolo con la estructura. Y termina el poema repitiéndolo de nuevo  textualmente y con un punto final. Ahí está dicho lo que pretendía. Depurado, con rigor, sin más ni menos.

Éste es sólo un ejemplo del trabajo riguroso e inteligente de Bañuelos. Quien también suele usar el número siete, el cuatro, el tres y algunos otros, siempre que así lo amerite el poema. Algunas veces los números aparecen en la enumeración de cosas, como lo hemos visto. En otros casos en el número de versos y de párrafos o en el número de veces al repetir la misma palabra.

Raúl corta el verso donde lo ha de cortar, sus comas y puntos son melodía y exactitud, sentencia y ritmo. Sus espacios, sus juegos visuales, son por el significado y lenguaje del poema, aquello que el poema en toda su existencia nos quiere decir. Nada es casualidad, es trabajo, y lo que el poeta no quiso poner y está puesto de manera perfecta, ha sido la misma poesía quien lo ha puesto.

La primera sorpresa al leer a Raúl Bañuelos, comenzó cuando me di cuenta que la sencillez y la generosidad con que Raúl había servido aquellos vasos de agua, estaba en su poesía: era honesto. Entrando en la honestidad de sus poemas a partir de la invitación de ellos mismos, pues están abiertos, pude entrar a la lectura de la estructura y los símbolos. Sin embargo mi mayor sorpresa agradable fue darme cuenta de esto: sus palabras, su estructura, su estilo, nacen de lo que quiere decir, nacen de lo que es Raúl, de lo que cree, de lo que siente, de lo que ha sido. Y lo que es Raúl, lo he dicho antes, es un hombre sencillo y generoso; además es un hombre espiritual, un hombre que no ha perdido al niño, un hombre que en su temática va desde el niño hasta lo más alto de la montaña, de lo más alto de la montaña a lo más hondo del hombre, de lo más hondo del hombre a lo más alto del cielo, de lo más alto del cielo a una calle, y de la calle a la canica del mismo niño. Todo esto con favor de la poesía, del poema, que es arte, logró algo en mí: experimentar paz. Cada día que leí a Bañuelos (por vez primera), a lo largo de doce días, experimente paz: un regalo, algo incomprable. Regalo que es obsequiado únicamente por Dios, a través de distintos vehículos. El poeta es uno de ellos.

La paz que experimentaba al leer a Bañuelos, no únicamente era por lo que Bañuelos es y transmite, sino por cómo lo transmite. La depuración estética en la poesía de Bañuelos, de la que ya hablé antes, depura los bordes interiores del que la lee. Su estética depurada nos limpia aquello que nos sobra por dentro. Si Bañuelos fuera el mismo hombre que es, pero sus poemas no tuvieran esa depuración, esa completitud, esas estructuras perfectas, esa elección de lenguaje y sintaxis, entonces la poesía de Raúl, a pesar de cualquier cosa, no podría dar esa paz. Pues la paz a través de la lectura de Bañuelos, no depende únicamente de lo que es Bañuelos y de lo que quiere decir, sino de cómo lo dice: el arte. Por tanto el arte también es vehículo. En la literatura, una buena cosa que decir, dicha sin estructura, sin la elección perfecta, sin buena sintaxis ni sensibilidad precisa, en fin, dicha de mala manera, fuera de causar en este caso la paz, lo que lograría sería angustia.

Cuando una obra es honesta, tiene rigor, calidad literaria y artística, lo he dicho antes, estamos frente a una obra verdadera: una obra de arte. Pero cuando una obra es todo esto y además logra que en un ser humano, aunque fuese uno sólo, se experimente la paz, debo decir que estamos frente a un milagro.

  

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