No dejemos de hablar, el revelador libro de entrevistas a poetas de Ada Soriano

Cubierta del libro No dejemos de hablar, de Ada Soriano
Cubierta del libro No dejemos de hablar, de Ada Soriano. / Mundiario

Una invitación a conocer la obra de estos autores que, en sus respuestas, nos demuestran la consistencia, la autenticidad, el decisivo valor que confieren a sus creaciones.

No dejemos de hablar, el revelador libro de entrevistas a poetas de Ada Soriano

En la librería Códex, de Orihuela, se presentó el 15 de noviembre el libro No dejemos de hablar. Junto a Ada Soriano, su autora, estuvieron presentes el editor de Polibea, Juan José Martín Ramos, así como el poeta José Luis Zerón. Ambos hicieron la presentación de este volumen que recoge las entrevistas realizadas a diecinueve poetas, aparecidas previamente en el periódico digital Mundiario. Son nueve mujeres y diez hombres que van desde la más prometedora juventud de Cleofé Campuzano a la madurez de María Antonia Ortega o Antonio Enrique. En esta cuidada edición, nos encontramos, además, con la excelente idea de la inserción, al final de las entrevistas, de un poema de cada uno de los participantes.

Como comentó Zerón, el género literario de la entrevista no está suficientemente reconocido. Sin embargo, como podemos comprobar en este libro, nos puede aportar una nutrida materia de lectura. Una entrevista no deja de ser una perfecta ocasión para componer lo que podrían ser los más esenciales fragmentos de un posible ensayo. Comentaba el editor que, con el tiempo, había ido variando sus preferencias lectoras, decantándose por ese género, y que en este libro encontraba una muy válida variante del mismo. Y así es. Pero, en este caso, habría que conferirle un valor añadido, el de la sensibilidad poética.

Las introducciones que realiza Ada Soriano consisten en unos apuntes más bibliográficos que biográficos, y en una sucinta pero profunda y precisa visión de la obra del entrevistado. Al leer el libro, asentimos ante esa manifestación suya: “He trabajado con el mayor grado de entusiasmo y autoexigencia”. Tras ese preámbulo, las cuestiones propuestas son de variada índole, pero siempre pertinentes e iluminadoras. Hay algunas que se refieren al panorama general literario, pero la mayoría inciden en las obras, tanto en aspectos concretos de ellas como en la motivación o el origen de sus proyectos creadores. Como se dijo en el acto, hay muchas preguntas que los amantes de la poesía debemos agradecer, pues no provienen de lo simplemente periodístico sino que únicamente son posibles desde la mirada de una experimentada poeta, de alguien que ha vivido intensamente los serios pormenores de la creación: “¿Todavía todo está ahí?” “¿El poeta se distrae del mundo o se aferra a él?” “¿En qué confía el poeta?” “¿Qué le lleva a persistir?” Son tal vez preguntas que se podrían haber hecho de forma genérica, a todos y a cada uno de esos creadores; sin embargo, se perciben dirigidas a alguien concreto, en ese ejercicio de personalización, de acercamiento que trasciende a través de la inteligente inmersión en una obra que, de forma más directa u oblicua, desvela las invisibles intimidades, las raíces más persistentes y las búsquedas enfocadas desde la  intuición apasionada.  

Comentó Juan José Martín que las distintas frases de los autores que, a modo de epígrafe, han sido escogidas para encabezar sus entrevistas, bien podrían configurar, una debajo de la otra, una especie de borrador de poema. Y es cierto. Las respuestas que obtiene Ada Soriano son casi siempre las que pretende, las que resultan de un esfuerzo reflexivo que está alimentado por lo poético. Comprobamos en este libro cuánta enjundia literaria suscitan unas bien orientadas y estimulantes preguntas.

La mayoría de los poetas que intervienen en el libro valoran la oportunidad que se les da y la aprovechan para explayarse. Lo hacen desde sus asentadas meditaciones, pero también, de alguna manera —y aun siendo imposible hacer una pregunta totalmente sorprendente—, se ven obligados a alguna consideración nueva, a añadir un matiz provocado por la perspicaz lectura que se ha hecho de su obra. La agudeza, la pertinacia, lo cabal de las cuestiones planteadas, promueven ese ensanchamiento de la visión que de sí mismos tienen los poetas, y que se retroalimenta con la mirada del diverso lector.

No se trata aquí de explicar los poemas, cuestión solo oportuna cuando únicamente se pretende dar una mínima pista orientadora. Cuando Ada le pregunta a Rosario Troncoso: “¿El hechizo se rompe cuando alguien nos pregunta por las huellas?” Y esta responde: “Siempre. En poesía y en la vida. Hay poemas que no deben explicarse. Hay momentos que no deben descifrarse. La magia es eso”. De lo que sí se puede hablar, y mucho, es del sentido de esa búsqueda incierta que se realiza en la construcción del poema; con cada uno de esas piezas se pretende alcanzar un atisbo —que no tiene por qué ser del todo coincidente—, tanto en el propio autor como en sus conmovidos lectores.

Todas las preguntas van dirigidas al corazón del creador, a su sentir intelectualizado. Pretenden desvelar esos pensamientos que, pergeñados durante largo tiempo, nos hablan de su alma literaria, de su poética como brújula personal, como talante que los expande en sus versos. Pese a la variedad de las perspectivas, de la lectura de este libro podríamos extraer la conclusión de que la poesía sirve para amar, contra sus difíciles avatares, más y más profundamente la vida. “Mundo, eres sórdido; pero te amo”, nos recuerda sus propios versos José Luis Zerón. O cuando María Engracia Sigüenza nos dice: “Cuando pienso en la muerte nace en mi interior un amor a la vida arrebatador; es entonces cuando realmente tomo conciencia del milagro de vivir”. En un hondo proceso espiritual, la poesía, que tiende a hacerse del dolor, ayuda a que este se funda con la belleza, y a que se redima en ella. Pregunta Ada: “¿Ser poeta es un proceso doloroso?” Manuel García Pérez habla de “esa poesía que es enfermedad incurable si te tomas el oficio en serio”.  Aunque luego aclara, en una insoslayable contradicción: “La poesía me permite respirar cuando padezco momentos de terror y ansiedad ante el futuro”. Aún así, no entiende la creación “como un acto de celebración o de dicha”. Pero también hay otros poetas, más iconoclastas, como Javier Cebrián, que se resisten a pronunciarse en conclusiones, por humildes y provisionales que estas sean: “Simplemente escribo porque quiero, pues se trata de una querencia, de un placer o de una expiación de un dolor, de un recuerdo, que sé yo”

Hermosa es la imagen que propone José Luis Zerón: “El poeta es un centinela a la escucha”. O la visión de José Manuel Ramón que, abundando en esa espiritualidad, tan presente en muchos de estos autores, cree en la oculta cualidad del dolor: “La vida es apasionante y cambiante en su crudeza”. Como también se nutre de ese sentimiento trascendente Ilia Galán: “Quien ha vivido hondas experiencias en el Espíritu no puede dejar de ser espiritual y en sus versos ha de aparecer el ángel que para otros es solo un ser perdido, ingenio confuso, ebrio pensamiento”. Dice Esther Peñas: “El poemario no deja de ser también una reflexión sobre lo sagrado; desde ahí, es un poemario que no cree, sabe. Para mí lo sagrado es la respuesta, el asombro, nunca la pregunta. Tampoco el centro”. José María Piñeiro describe el estado del poeta como algo “híbrido, mezcla de hallazgo y estupefacción, canto desolado que insiste”. Alberto Chessa incide en esa característica que señala Carlos Martín sobre su obra, la de “la búsqueda de lo divino en lo semejante”: “¿Cuántas veces —me inquiriría yo— hay que desprevenirse ante todo lo que de taumatúrgico tiene la cotidianidad más banal para que el instante decisivo obre su milagro en nosotros?” Rafael González Serrano ve claramente lo ridículo de una vanidad, que actúa como motor, cuando se instala demasiado tiempo en el artista: “Se escribe para saciar un ingenuo afán de demiurgos, para exorcizar la soledad”. Y así también en el resto de las tan sentidas percepciones del hecho poético que esta sustanciosa recopilación de diálogos acoge.

No dejemos de hablar se nos revela como un libro rico en conceptos, en aproximaciones a los enigmas que concurren en toda verdadera vocación poética, y una invitación a conocer la obra de estos autores que, en sus respuestas, nos demuestran la consistencia, la autenticidad, el decisivo valor que confieren a sus creaciones. @mundiario

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