Cuentos serios de bufones: Gerlando
Érase una vez, hace más o menos equis años y en un lugar en Google Maps, un bufón llamado Gerlando, saliendo bien temprano en la mañana del Castillo, porque se había hartado de intentar hacer reír al Rey y a su Corte día tras día, sin éxito alguno.
En la calle, algunos los pobladores de la aldea se dirigían a sus quehaceres cotidianos, bien serios, ensimismados, taciturnos. El bufón Gerlando entonces los saludaba con una serie de cómicas genuflexiones, pero no obtenía ninguna reacción de la gente. Tocaba en las casas y cuando le abrían les hacía a todos morisquetas, acrobacias y pantomimas graciosísimas y les contaba cuanto chiste se sabía, pero los aldeanos se mantenían sin mover un músculo de sus caras.
El bufón Gerlando no pudo más y se rindió. “El feudo completo está gravemente hechizado”, se dijo y decidió marcharse a vivir lo más lejos posible, en un sitio donde no fuera difícil sacar risas, su razón de ser.
Cargando su bulto amarrado al final de un palo, el cual llevaba apoyado en su hombro, caminó hacia la salida de las propiedades del Rey.
De repente, se cruzó en sentido contrario con un niño que llegaba a la aldea con su familia desde otro reino. Un niño de carita sucia, pero iluminada, que sin detenerse, le dirigió una franca sonrisa.
El bufón Gerlando se detuvo sorprendido. Miró hacia el horizonte y sus ojos fueron tomando de a poco un brillo intenso.
Dio media vuelta y regresó.
Caminaba silbando y cada tres o cuatro pasos aprovechaba para dar una breve pataleta en el aire. Pepe Pelayo en @mundiario