Cuentos serios de bufones: Boquepomo

Caricatura de Alex y Pepe Pelayo. Alex y Pepe Pelayo.
Caricatura de Alex y Pepe Pelayo. / Alex y Pepe Pelayo.
Érase una vez un bufón llamado Boquepomo que después de su jornada laboral iba a casa de los enfermos terminales para alegrarles la vida (lo que les quedaba de ella).
Cuentos serios de bufones: Boquepomo

Érase una vez, hace más o menos equis años y en un lugar en Google Maps, un bufón llamado Boquepomo que después de su jornada laboral —consistente en hacer reír al Rey desde el desayuno hasta la cena—, iba a casa de los enfermos terminales para alegrarles la vida (lo que les quedaba de ella).

Su política residía en que uno se debe morir en paz y con el mejor estado de ánimo posible, porque esperar la muerte revolcándose en el lecho y pensando con tristeza, rabia y desconsuelo en la injusticia de tener que irse de este mundo o tan temprano, o tan deteriorado, hacía que aumentaran los dolores, la amargura, sin contar el daño que les provocaba a sus seres queridos.

Por ese motivo Boquepomo tenía elaborada una lista de “pacientes”, con sus direcciones y visitaba a varios cada noche, haciéndolos reír casi hasta la madrugada.

Pero un día rutinario, mientras contaba chistes e imitaba a algunos caballeros de la Corte para regocijo del Rey, lo interrumpió un paje para contarle al oído que uno de sus enfermos, uno muy especial, lo llamaba con urgencia.

Le mintió al Soberano diciéndole que no podía continuar su espectáculo de sobremesa, porque se sentía mal y corrió como una liebre con ají picante en el traste hasta casa de dicho paciente, que no era otro que el tío por parte de madre que lo había criado. Un tío que era como un padre para el.

Al llegar se enteró que La Parca le había enviado una nota diciéndole que a las doce de la noche lo vendría a buscar.

No faltaba mucho, así que el bufón se puso a pensar cómo lograr que La Muerte no se llevara a su tío.

Pensó en disfrazarlo para engañarla, o en llevárselo a otro sitio bien lejos, pero desechaba esa ideas, porque sabía perfectamente que hiciera lo que hiciera, se llevaría a su tío.

Entonces decidió enfrentarla. Y se sentó incómodamente en la calle a esperarla.

Nueve minutos faltaban para las doce campanadas cuando apareció la señora de negro con su azadón.

Boquepomo fue al grano.

   —Buenas, le propongo lo siguiente: estoy el tiempo que usted quiera haciéndola reír a cambio de que no se lleve a mi tío.

   —No, hijo. Me encantaría reírme con tus cosas, pero es imposible lo que me pides.

   —Entonces lléveme a mí en su lugar, por favor.

   —Mira, bufón, tampoco eso es posible. Iría contra las leyes del universo. Pero quiero explicarte algo. Si tuviera potestad para tomar esa decisión, tampoco te complacería, porque el trabajo que estás haciendo al alegrarle los últimos momentos a estos pobres enfermos, es extraordinario y demasiado importante.

   —Gracias, muchas gracias. Pero eso tiene solución. Mire, yo podría hablar con un bufón muy buena persona que conozco en un Reino vecino, para que se quede haciendo lo que yo hago. Por favor, señora. Usted no sabe lo mucho que quiero a mi tío.

   —Deberías hacer eso y convencer a tu colega para que fueran dos los que hicieran ese necesario trabajo. Pero no puedo violar nada, hijo.

   —Señora…

   —Mira, me has llegado al corazón, Boquepomo…

   —¡Ah, sabe mi nombre!

   —Como te dije, me acabas de conmover y eso no es frecuente, así que te confesaré algo que te dejará tranquilo. Llevarme a un moribundo con el estado de ánimo tan positivo como el que tú logras en él, hace que el paso al Más Allá y su estancia Ahí, sea un premio eterno para él. Esto no se lo digas a nadie, por favor, pero créeme que tu tío estará mejor si me lo llevo ahora.

   —¿En serio...?

Boquepomo quedó mirándola fijamente, pero sin verla, analizando lo escuchado.

   —Entonces está bien —dijo unos segundos después.

   —¿Me prometes que seguirás alegrando esas almas enfermas?

   —¡Le doy mi palabra! Hasta que usted me venga a buscar, claro.

   —Muy bien, Trato hecho.

   —¿Puedo despedirme de mi tío y hacerle el último chiste?

   —Sí, por supuesto. Tienes dos minutos para que den las doce… @mundiario

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