Cuentos serios de bufones: Blonderó

Caricatura de Alex y Pepe Pelayo. Alex y Pepe Pelayo.
Caricatura de Alex y Pepe Pelayo. / Alex y Pepe Pelayo.

Érase una vez, hace más o menos equis años y en un lugar en Google Maps, un bufón llamado Blonderó, bailando solo en medio de muchísimas parejas.

Cuentos serios de bufones: Blonderó

Érase una vez, hace más o menos equis años y en un lugar en Google Maps, un bufón llamado Blonderó, bailando solo en medio de muchísimas parejas que lo hacían en el Gran Salón de Palacio, celebrando el cumpleaños del Príncipe Heredero. De pronto anuncian la llegada de una joven y el Príncipe, al mirarla, quedó hechizado por la mágica, resplandeciente y hermosa sonrisa de la muchacha. Enseguida la invitó a bailar y así estuvieron toda la noche. Bueno, nada más hasta las 12 en punto, ya que en ese momento la joven se retiró corriendo. El Príncipe trató de detenerla y ella sólo le sonrió antes de desaparecer, con la misma sonrisa que lo había cautivado.

   La tristeza del Príncipe fue enorme. Ni las bromas del bufón pudieron alegrarlo.

   —¿Sabes lo que sí puedes hacer por mí para endulzar mi ánimo, querido Blonderó? —le dijo el Real Heredero—. En cuanto amanezca ayúdame a encontrar esa sonrisa y cuando le encontremos, me casaré con su dueña.

   Así se hizo. Fueron visitando cada casa, de cada villa del Reino, en la Carroza Real. El bufón se bajaba a investigar —ya que era experto en risas y sonrisas—, y el Príncipe lo esperaba ansioso en el carruaje. Varios días pasaron de infructuosa búsqueda, hasta que en una triste y bochornosa tarde Blonderó entró a una casa donde vivían tres hermanas con la edad y la altura parecida a la chica de la mágica sonrisa.

   El bufón se reunió con ellas por separado. A la primera, le contó varios chistes y en uno la joven sonrió. Entonces recordó en algo la sonrisa que buscaban. Le preguntó por qué había sonreído así con ese chiste y ella le respondió que le encantaban los chistes bien elaborados intelectualmente. Enseguida Blonderó captó que su sonrisa era falsa, porque el chiste no eran tan profundo como ella decía, por lo le fue evidente que deseaba hacerse la “profunda” para deslumbrar al Príncipe.

   Con la segunda sucedió algo parecido: se le dibujó en su rostro una sonrisa casi igual a la que buscaban, cuando el bufón le contó un chiste bien vulgar y obsceno. “Es que me encantan los chistes bien populares”, le confesó. “Yo adoro y me identifico con el pueblo”. De inmediato Blonderó notó la falsedad de la sonrisa, hecha sólo para congraciarse y dar una imagen de ser humano sensible. Pero ella confundió popular con populachero.

   Por último, llamó a la tercera y al llegar ésta, le dijo:

   —Hola. Te voy a contar un chiste.

   Y la muchacha sonrió exactamente con la maravillosa sonrisa de la noche anterior.

   —¿Por qué sonríes así sin aún no te he contado el chiste? —quiso saber el bufón extrañado—. ¿Deseas impresionarme?

   —¡No! —respondió la joven—. Disculpa. Es que de solo saber que te interesa hacerme un chiste; es decir, que te esfuerzas por hacerme reír, por alegrarme el día, ya eso me pone feliz.

   Blonderó no dudó. La tomó por el brazo y la llevó hasta la Carroza.

   Cuando ambos jóvenes se vieron frente a frente, la sonrisa de ella volvió a brotar, desplazando el bochorno de la tarde; volviéndose ésta luminosa, colorida y acogedora de repente.

   En silencio, el bufón se sentó junto al cochero, para no molestar a la pareja.

   …Y la Carroza Real se fue perdiendo a lo lejos, por el camino… (escuchándose solamente la incontenible risa del cochero, blanco de las mil gracias de Blonderó). @mundiario

Comentarios