La Covid-19 no es culpable de los tabúes que arrastramos

La Covid-19 en el mundo. / C. M.
La Covid-19 en el mundo. / C. M.

Los daños que produce la nula o mala educación que, respecto a su vida sexual, tengan las generaciones de españoles vienen de fuertes prejuicios.

La Covid-19 no es culpable de los tabúes que arrastramos

Los problemas de algunos tabúes es que, a medida que crecen sus distancias con lo que la Naturaleza demanda, son insostenibles y, a menudo, terminan en violencia, dominio y hegemonía imponiendo poder. Sabemos cómo se constituyen las subjetividades  y cómo la supuestamente masculina se expresa con frecuencia en violencia contra las mujeres y sus hijos; sabemos cómo ha sido la invisibilidad histórica de estas y cómo fue la instauración cultural del poder patriarcal desde la Prehistoria; y sabemos de las múltiples maneras en que se puede seguir ocultando la violencia androcéntrica, encubridora del sometimiento y las maneras de ejercerlo inferiorizando a las mujeres. Sabemos incluso del valor simbólico de todo ello y las gravísimas violencias que puede inducir en la vida cotidiana, pero parece que se tratara de saberes para especialistas, pero  inaccesibles a la mayoría de la ciudadanía.

Los daños

A nuestro alrededor, entretanto, son noticia a diario las múltiples fobias y daños que opera de continuo esa violencia institucionalizada. Esta semana pasada ha sido pródiga en desastres de este tipo de Canarias a Cataluña, pasando por Marmolejo (Jaén), como podía pasar por cualquier otro coordenada  o diagonal en han tenido lugar las 1096 víctimas de “violencia de género” registradas desde 2003. En 2020, fueron 45 las mujeres asesinadas y, a 11 de junio de 2021, en lo que va de año, ya fueron 19 las que perdieron la vida; si se añaden las violencias con menores, para hacer más daño a sus madres o para imponer más una superioridad estrictamente animalesca, el problema social crece desmesuradamente; desde 2013, en que hay registros, 39 menores han sido asesinados por sus padres y, si se contabilizan violencias de diverso grado de ilicitud, los datos que mostraba el informe previo del  CES a la última Ley de violencia contra la infancia y adolescencia era terrible, por los miles de ilícitos detectados y que, a lo que parecía, iban in crescendo.  

Es evidente que las condiciones de riesgo que pueden explicar por qué existe el maltrato son múltiples y ninguna es, por sí sola, su causante absoluto. Aspectos sociales y económicos de las familias, más de las propias víctimas, se interconectan siempre y, al final, acaban produciendo maneras violentas de diversa gravedad: desde el maltrato físico al emocional, abandonos de diverso alcance, negligencias y descuidos, explotación y abusos de diverso tipo –en que el de carácter sexual suele ser abundante- y, si las cosas se desmandan, incluso una o varias muertes interrelacionadas. 

Tabúes educativos

No podemos, en todo caso, olvidar que, entre las negligencias que están detrás de cuanto estos días amontona tanto dolor, está la que extiende el tabú a las prácticas habituales de la enseñanza de todos, como si fuera lo que naturalmente se debe hacer. Quienes han vivido de largo lo que fue la educación de la etapa franquista, eminentemente nacionalcatólica, han vivido en directo cómo hasta entrados los años ochenta no se generalizó la enseñanza compartida por chicos y chicas en un mismo centro, y pueden leer en la legislación vigente en toda aqiella época que lo “cristiano” no era la coeducación, sino la separación de sexos (en el BOE está la ley de EEMM de 1938 y la de 1953, y en medio la de Primaria en 1945, a la que tenían más acceso). Otrosí reconocerán estos ciudadanos: el qué y cómo se enseñaban a las chicas sus obligaciones como mujeres en los preceptos de la Economía doméstica, amén de los que les reafirmaban las de Religión y Gimnasia: los libros de texto de aquellos años causan risa hoy, pero sembraron mucho de lo que tiene vigor en las maneras culturales, como si debiera ser así.

Los que no hayan pasado por aquellos rigores de enseñanza, tan propicios para múltiples ambigüedades y culposas respuestas, es posible que hayan visto u oído de algún modo, las sucesivos problemas, censuras y hasta calumnias que han sufrido cuantos de algún modo han intentado abrir esa puerta de la educación a cuanto rozara el simple conocimiento del ser integral, sexuado, de hombres o mujeres. Este tabú, junto con el de que las niñas debieran educarse en centros diferenciados de niños, sigue vivo; ahí están, entre otros avatares, no solo qué pasó con aquella persecución judicial a un libro inocente como el de los daneses –aquí titulado El libro rojo del cole- en 1980, o la forzada dimisión de una directora del Instituto Nacional del Libro Español (INLE) por haber autorizado algo más tarde la un libro no menos incauto; y entre manifestaciones gloriosas, sin ir más lejos, una de noviembre de 2005 –en Colón también-, con obispos incluidos, en que todas estas cuestiones más las clásicamente vinculadas a la confesionalidad y privacidad escolar, andaban en juego. ¿Ya nadie se acuerda de qué pasó con aquella Educación para la Ciudadanía que trató de sacar adelante la LOE al año siguiente? ¿Tampoco tienen nada que  ver cómo se judicializaron de nuevo las cuestiones de los conciertos o concesiones a los colegios que segregaran a niños de niñas hasta que la LOMCE vino a tapar aquel desajuste con una supuesta tradición fetén, que “mejoraba la calidad  educativa”?

Romper la flecha del tiempo

Las circunstancias de la pandemia de la Covid-19 pueden ser una situación de riesgo más, pero no es de recibo lamentarse todos los días, cuando se ponen pegas a cuantos  tratan de suplir las carencias que tiene el sistema educativo para generalizar otra cultura social en que la educación sexual como afecto y cuidado -y no como  posesión dominadora-, sea algo reglado y generalizable. Como otras hipocresías que rondan este territorio, es especialmente hipócrita o farisaico -y muy dañino para el desarrollo de las personas y de la sociedad-, no querer saber cómo es la educación que la mayoría de los niños y adolescentes sigue teniendo en este ámbito, justo cuando el acceso a la pornografía –no a la educación sexual- es muy accesible a chicos y chicas en sus móviles. Será muy rentable, pero es inexplicable y muy peligroso, seguir defendiendo en público como reclamo religioso o político, que los padres y las familias –solo faltaría añadir que también  los que llamábamos poderes “facticos”- tienen derecho absoluto sobre sus hijos e hijas pretextando que los cuidarán mejor.

Bruno Latour recomendaba hace poco que, para orientarse sobre dónde aterrizar si se quiere romper la flecha del tiempo cultural en que andamos inmersos, nuestras redefiniciones de lo humano y de lo que es civilización han de mostrar que nos van en ello intereses más importantes que los de las viejas maneras socioeconómicas de reproducción: “los nuevos conflictos no sustituyen a los antiguos, los despliegan de otras maneras y, sobre todo, los vuelven al fin identificables”. @mundiario

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