La concepción artística de Tarkovski en su Esculpir en el tiempo

El director ruso Andréi Tarkovski
El director ruso Andréi Tarkovski.

Lo que quiere expresar es la esencialidad de la vida, su carácter único, y no conceptos. De hecho, considera que las mejores imágenes ofrecen diversos significados igualmente válidos.

La concepción artística de Tarkovski en su Esculpir en el tiempo

Tarkovski creía plenamente en el cine, lo consideraba la más poética de todas las manifestaciones artísticas. Percibía la poesía como un modo de ser en el mundo: “Una forma especial de relación con la realidad”. Por eso no la circunscribía al verso sino que la veía posible en cualquier arte, e, incluso, en cualquier ser humano. Y el poeta era para él un ser especial: “Una persona con la fuerza imaginativa y la psicología de un niño. Su impresión del mundo es inmediata”. El poeta era un superviviente de “la moderna cultura de masas —una civilización de prótesis— pensada para el consumidor”. El hombre auténtico está amenazado por una sociedad que “cierra al hombre, cada vez más, el camino hacia las cuestiones espirituales”.

Estas ideas están recogidas en su Esculpir en el tiempo, un ensayo que es sobre el cine, pero en el que se elude hablar directamente de ese tema durante muchísimas páginas. Y es que la base del buen cine es la persona, el ser espiritual capaz de captar una realidad oculta tras la banal superficie de las cosas, el artista que debe luchar contra un mundo que aprueba la degeneración del arte en mercancía, en entretenimiento, cuando este debería “explicar por sí mismo y a su entorno el sentido de la vida y la existencia humana”. Y, si no consiguiera explicar esas cuestiones fundamentales, al menos debería enfrentarlo a esos interrogantes. “La vida no es otra cosa que un plazo concedido al hombre, en el que puede y debe formar su espíritu de acuerdo con su propias ideas sobre las metas de la vida humana”.

Más adelante, Tarkovski nos explica su concepto del arte cinematográfico, el que da título al libro: “Del mismo modo que un escultor adivina en su interior los contornos de su futura escultura, sacando más tarde todo el bloque de mármol, de acuerdo con ese modelo, también el artista cinematográfico aporta del enorme e informe complejo de los hechos vitales todo lo innecesario, conservando solo lo que será elemento de su futura película, un momento imprescindible de la imagen artística, la imagen total”.

Insiste mucho en que sus imágenes no son nunca símbolos ni metáforas. Lo que quiere expresar es la esencialidad de la vida, su carácter único, y no conceptos. De hecho, considera que las mejores imágenes ofrecen diversos significados igualmente válidos. Dice que ha visto Persona, de Bergman, muchas veces, y, en cada ocasión, de un modo distinto porque: “Las ideas de las grandes obras de arte – como decía Mann – siempre tienen dos caras y dos significados, son equívocas y pluridimensionales, como la propia vida”.

Tiene claro que hay que huir de las escenas que pretenden ser “bellas y efectistas”, rodadas para conseguir el aplauso del público. Dice no hacer nada especial para gustar a sus posibles seguidores, aunque no ve ninguna contradicción en el hecho de que luego espere tembloroso que su película sea aceptada y querida. Aunque: “El artista no puede entretenerse pensando en ser comprensible, lo mismo que también sería absurdo pensar en ser incomprensible”.

Reconoce que el arte es aristocrático y ya, de por sí, hace una selección entre el público. Pero disculpa a quienes no pueden apreciarlo: “Por cierto, que el espectador solo es responsable en parte de su mal gusto, pues la vida no nos concede igualdad de oportunidades para perfeccionar nuestros criterios estéticos”. El receptor del arte tiene que tener unas concretas cualidades, que son “muy poco”, pero tal vez inalcanzables para muchos: “Basta tener un alma despierta, sensible, abierta a lo bello y lo bueno, capaz de una vivencia estética inmediata”.

El cine se aproximaría más a la música, en el sentido de que ambos son solo fragmentos de la realidad. Sin embargo, la palabra: “Es ya como tal una idea, un concepto, un determinado nivel de abstracción. Una palabra nunca será un sonido carente de significado”. Lo que busca Tarkovski es mostrar vivencias que puedan ser revividas en la intimidad del espectador. Y esas vivencias tienen que nacer de la memoria del autor, corresponder a sus propias impresiones vitales.

“Cuando un hombre se topa con una obra maestra, comienza a escuchar dentro de sí la voz que también inspiró al artista. En contacto con una obra de arte así, el observador experimenta una conmoción profunda, purificadora”. Sin embargo, la obra maestra no está exenta de algunas debilidades o imperfecciones.

Su concepto de la libertad va mucho más allá de la que comprobó que gozaban aquellos que vivían en sociedades menos controladas que la soviética: “Libertad significa aprender por fin a no exigir nada de la vida o de los demás hombres, sino solo de nosotros. Libertad: sacrificio hecho en nombre del amor”. Porque las sociedades más libres no están eximidas de graves insuficiencias espirituales: “¿En qué consiste hoy el sentido de la intercomunicación personal? En gran medida en el interés de conseguir del prójimo todo lo posible para uno mismo”.

Sus intereses a la hora de elaborar una película se corresponden casi siempre con lo que yo busco en ellas, aunque él todavía es más radical: “Debo decir que la acción externa, las intrigas y la conexión entre los acontecimientos no me interesan para nada… Lo que realmente me preocupa es el mundo interior de las personas”. O como cuando dice que, en Stalker y en Solaris, si algo no le atraía eran los elementos más constitutivos de la ciencia-ficción.

El mensaje de sus películas suele ser bastante apocalíptico, o, como mínimo, desde un punto de vista general, seriamente alertador: “Hemos conseguido que el presente se junte ya con el futuro, como se dice en Stalker. Es decir, que en el presente ya están todas las condiciones para una catástrofe irreversible en un futuro próximo”. Aunque, por otra parte, ve en Stalker a una persona aparentemente débil, pero, al mismo tiempo, a un hombre al que, su fe y su deseo de servir a los demás, lo hacen invencible. En última instancia, Tarkovski necesita creer en la redención.

En este ensayo me he resarcido de las casi nulas admiraciones cinematográficas que muestra en sus diarios. Así dice, por ejemplo: “A veces parece que Chaplin estuviera muerto desde hace ya trescientos años. Hasta tal punto es un clásico de grandeza absoluta”. Nos habla de las buenas películas de Bergman. Nos refiere la gran personalidad de autores como: Bresson, Fellini, Antonioni, Kurosawa, Buñuel: “Porque esos artistas son como un microcosmos, cada uno el suyo. ¿Cómo meterlos en los límites convencionales del género?”

Tarkovski busca en los guiones una unidad metafísica. Pretende enfrentarse a las fuerzas del mundo contemporáneo: “Ese amor, esa entrega, es el último milagro que se puede oponer a la falta de fe, al cinismo y al vacío del mundo moderno. Y también el escritor y el sabio son víctimas del mundo moderno”. En sus películas no deja de hablar de sí mismo, de su lucha interior por sobrevivir, aunque sea en las profundidades de su ser, a las constricciones que le impone su entorno: “En las películas siempre he hablado de personas que, dependiendo de otras, es decir, no siendo libres, supieron conservar su libertad interior. He mostrado personas aparentemente débiles. Pero también he hablado de la fuerza de esa debilidad, una fuerza que emerge de sus convicciones morales”. Tarkovski tenía una idea muy precisa de los objetivos que tenía que alcanzar su obra: “Esta es la verdadera misión del arte, que, en esencia, es algo casi religioso, una toma de conciencia sagrada de un alto deber espiritual”.

De todas las bellas teorías que el director ruso compone como verdades incontestables,  analizando su obra, comprobamos que son muy ciertas, pero solo sí se le añaden algunos matices. No está tan claro que en algunos momentos las imágenes de sus películas no pretendiesen significar algo distinto además de lo que ya en sí querían ser; o, al comparar el cine con la literatura, prescinde de la evidencia de que, en el cine hablado, la palabra está insertada en la imagen, en el conjunto. Las cosas que hacemos, aunque se parezcan mucho a la idea que teníamos o tenemos de ellas, nunca responden del todo a nuestra concepción, sino que también tienen algo que decir por sí mismas. Esa es la gran riqueza de unas creaciones, las nuestras, que, si son valiosas, deben superarnos. La obra de Tarkovski así lo hizo con el hombre; y ahí la tenemos, para vivirla, para vivirlo a él. @mundiario

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