Charlas con mi gato: ¿sabe usted incardinarse?

Un gato.
Un gato.

“Nuestra regulación descansa en el consumo: de objetos, de bits, de redes, de sueños, de imágenes. Estamos desquiciados. Nuestras abuelas hablaban de la fe, de los comportamientos morales, de las prohibiciones, del Más Allá”. ¿De qué hablamos nosotros?

Charlas con mi gato: ¿sabe usted incardinarse?

El origen del concepto es medieval, se refiere a vincular de una manera permanente a un eclesiástico a una diócesis determinada. O incardinarse en las tendencias dominantes de la época.

Mi gato dejó de leer y me miró, luego preguntó:

— ¿Cómo nos vinculamos ahora?

— A través del consumo —respondí. Vivimos en una sociedad frágil, de la usabilidad, del intercambio acelerado de cosas. Detrás del consumo está la soledad, el fin del individuo entendido como “alguien incardinado en su comunidad”. Fuera llovía nuevamente, las gotas golpeaban los cristales y al invierno le quedaban quince días pero se quería llevar todo lo que se le resistiera.

— ¿Los gatos tienen comunidad?. Mi gato sonrió, tal vez esa no era una respuesta de su comunidad.

— Los gatos somos felinos —dijo, somos grandes solitarios que viven al acecho. Nunca tenemos crisis, nuestra vida es una continua observación, los humanos al domesticarnos, nos hemos hecho sociables, amables. Los monos, vuestra comunidad, son de ritos, de clan, de jerarquías, de territorios. Le observé y me dije: al desaparecer la comunidad estamos tan solos que carecemos de esa fe en la moral, luego en voz alta agregué:

“Nuestra regulación descansa en el consumo: de objetos, de bits, de redes, de sueños, de imágenes. Estamos desquiciados. Nuestras abuelas hablaban de la fe, de los comportamientos morales, de las prohibiciones, del Más Allá”. El raspó el cristal intentando que la tormenta amainara y dijo:

— Ha muerto vuestra confianza en la moral. Ahora todo es frágil y líquido.

Y por mi parte dije: no sabemos dónde incardinarnos. Me puse de pie, fui hasta la nevera y serví leche en un plato para él, en mi caso la mezclé con café. Fuera el viento barría la calle y no había ni un perro suelto. @mundiario

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