La ceremonia de la vida sin dobleces

Bohumil Hrabal.
Bohumil Hrabal.

En Trenes rigurosamente vigilados, Bohumil Hrabal nos conduce a un excepcional viaje sobre la condición del ser humano. El ferrocarril sirve como telón de fondo del incierto destino que nos espera.

La ceremonia de la vida sin dobleces

DESAFÍO DESDE LA SENCILLEZ LITERARIA.  La escritura comporta por sí corresponsabilidad palmaria entre texto y autor. Esta obviedad nos ayuda a entender las relaciones legítimas a las que ambos se ven abocados hasta culminar en lo que denominamos obra literaria. Coexisten –texto y autor- en la discusión que mantienen más allá del presunto final, y que el lector arbitra en cada nueva lectura, una vez más, para interrogarse sobre sí y la realidad que vive, siente o sueña. Es una pugna salvaje por el carácter atávico que posee. En toda expresión artística pervive la pulsión nueva y el latido antiguo. Es cauce para esa mirada original e inédita que contiene tantas otras que fueron y alumbraron el mundo con su despertar. En la obra  Sin trama y sin final. 99 consejos para escritores, el profesor Piero Brunello, de la Universidad de Venecia, rastrea y profundiza en la correspondencia epistolar que mantuvo Antón Pávlovich Chéjov a lo largo de su vida con amigos, escritores, editores y deseosos de ser escritores. De ella selecciona fragmentos relacionados con el proceso creativo, su sentido y trascendencia, pero también la creación de los personajes, descripción de paisajes terrestres y emocionales. Así, nos dice el autor ruso en una carta dirigida a María Kiseliova el 14 de enero de 1887, “Para un químico no hay nada sucio en la tierra. El escritor debe ser igual de objetivo. Tiene que liberarse del subjetivismo de la vida y saber que en un paisaje un montón de estiércol a veces representa una parte digna de todo respeto y que las malas pasiones son inherentes a la vida, lo mismo que las buenas”. Otros dos aspectos que enfatiza son la claridad y brevedad con los que el registro literario, vivo retrato sin añadiduras desmerecedoras, se consuma y enaltece de sencillez.

Portada de Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal. / Seix Barral Biblioteca Formentor, 2017

Portada de Trenes rigurosamente vigilados, de Bohumil Hrabal. / Seix Barral Biblioteca Formentor, 2017

 

TRENES RIGUROSAMENTE VIGILADOS - Seix Barral Biblioteca Formentor, 2017. Traducida del checo por Fernando de Valenzuela. Presentación de Monika Zgustova- es una obra tan corta en extensión como intensa en el pliego de identidades humanas que dibuja. En sus páginas hallamos, como un efecto personal que de forma espontánea y azarosa regresa milagrosamente a nuestras manos tras su pérdida, un puñal de vida que nos asesta el golpe menos esperado: lo verdadero. Esta apreciación no es baladí si como señalaba Ernest Hemingway, “Para arrancar, limítate a escribir algo que sea verdadero", El comienzo de esta novela es veraz. Una veracidad llovida de llaneza que deja a su paso el reflejo triste de sombríos charcos y el intenso brillo de gotitas que resbalan parsimoniosamente del alero del tejado. Fascinante y seductora la capacidad de adentrarnos en las posibilidades mágicas de la realidad bélica, extraña, descarnada y hostil que nos presenta. Milos Hrma, hijo de antiguo maquinista, es un joven aspirante a factor en una pequeña estación ferroviaria checoslovaca próxima a la frontera alemana. Es el año 1945 y el ejército germano se encuentra en regresión. Con la intención de suministrar contingente militar y municiones, circulan los llamados trenes rigurosamente vigilados. Convoyes con prioridad absoluta y paso directo por las estaciones de la línea hasta su destino, el frente. Ello motiva que cualquier retraso pueda considerarse sabotaje. En la formación de Milos interviene el jefe de estación Lánský y, sobre todo, el factor encargado de la circulación y venta de billetes, Ladislav Hubicka. Acaba de regresar de una convalecencia de tres meses. Motivos sentimentales le encaminaron al suicidio. Ahora empieza todo para él. La estación es un canto al destino de esa nueva vida que, como agujas ferroviarias, le orientan hacia quién sabe qué sentido de aquella a la que retorna. La crasitud del deseo inflama esa etapa en la que el adolescente descubre el mundo. La fragilidad le atropella pero las sensaciones son trascendentales. El amor y la sensualidad están a flor de piel. El apasionamiento por la vida se trasluce en el incontinente propósito de certificar su hombría. Dicho esto como hecho biológico pero también como habilitación adulta. Esta complejidad psicológica con la que libra la batalla de la madurez, no solo consigo mismo sino también con la ocupación nazi, paulatinamente va desgranándose con episodios que le atribuyen ese dominio y control de la circulación ferroviaria, a la par que actitud comprometida ante el desfallecimiento, en el último momento, de su compañero en la resistencia antinazi.

BOHUMIL HRABAL, POÉTICA MUNDANA. Qué elocuencia en esta luz de sótano con la que se contrastan las sombras. Es una escritura al bies. Recorre en diagonal cuanto acontece y atiza ese fondo calcinado, que vuelve a prender en la normalidad vigilante. El autor checo hurga con amor humano y admiración en los personajes literarios con los que los lectores confraternizan inconscientemente. La empatía se libera como por ensalmo. Ese poder seductor es fruto de una elaboración artesanal donde la meticulosidad no está exenta de experimentación. Estilizado sesgo que articula con suma delicadeza en la trama que elabora aparentemente espontánea. Hay un eco popular que discurre en ella, un rumiar de piel, un murmullo de voces interiores, la cotidianidad ejemplificada en lo excepcional. La exaltación del ser humano como contradicción heroica, donde la existencia no está engrosada de hazañas o gestas, y sí de gestos diluidos en su naturaleza, compendio de lo milagroso o tenebroso, de su creer entender o, mejor, de la intuición avivada en la diaria crónica del presente continuo. Las historias que cuenta el autor de Yo que serví al rey de Inglaterra, están ocurriendo a la par que nos narra. Cadencioso, sutil, calzado con zapatillas nos llega esa mezcla sorprendente de anécdotas que descorren el visillo y se asoman para observarnos y dialogar, como en esos buenos ratos entre amigos que se recuerdan en las palabras que hablan con nosotros y de nosotros. La ironía, el desenfado, la violencia, el humor se da la mano con la crítica, la muerte, la ternura y un profundo poso de melancolía que nos embarga del sentido fatal de la vida. Afirmaba Vicente Aleixandre que “La poesía es comunicación. Algo que sirve para hablar con los demás hombres”. En esa distinción refinada del Premio Nobel de Literatura, hay siempre una dimensión hipnótica por esa mirada que, como en el caso de Bohumil Hrabal fideliza la poética –la comunicación- a la soledad del ser humano y su dolor por la vida. En un poema que permaneció inédito hasta el año 2014, titulado Vida, correspondiente a finales de los años 20 y mediados de los 30, el poeta andaluz expresa la conciencia de la disidencia que en el escritor checo se retuerce en esa peculiar mirada del alma sobre la que se baila el runrún de lo aciago, “No te quejes de que los hombres sufran./ No te quejes, al despertar, de que todos los hombres sufran,/ de que el dolor del mundo esté en la tierra, en las palmas de las manos (…) ¡Tú, luz o sombra, esperanza o venganza;/ tú, mar que bajo un cantil nos contempla:/ tú, fiel oído que escucha unas palabras/ con que al abyecto mundo lo maldigo!”

LA ESCUCHA MÁGICA. Ese discurrir de asuntos en los que nos enfrasca la poderosa palabra de quién inició su actividad literaria en Libeñ, un suburbio de Praga, son afluentes de vivencia e impresiones en primera persona. En Trenes rigurosamente vigilados la atmósfera ferroviaria, no solo como cruce de caminos e historias, se describe con conocimiento de causa de esa labor –entre los múltiples y variopintos oficios con los que se ganó la vida se encuentra el de factor de circulación- en detalles de terminología técnica, vestuario, etc, pero más que todo eso, es la idiosincrasia de los trabajadores ferroviarios relacionados directamente con la circulación de los trenes. Este aspecto no es menor y lo subrayo por mi propio conocimiento de esa realidad que circunda a los personajes, y de esas instituciones con carácter propio que fueron las estaciones en pueblos y ciudades, y sus representantes como los jefes de estación, factores, guardagujas, mozos. Un mundo perdido y sin retorno: ahora las estaciones se construyen con estridente funcionalidad y la tecnología de las instalaciones ha sustituido al ser humano. Pero hay otro cauce que se origina como hecho connatural a su escritura, “Me gusta ir a las tabernas; en ellas me siento como en casa. A menudo la taberna es mi soledad demasiado ruidosa; en medio de las conversaciones de la gente puedo estar en silencio, melancólico, soñador. Puedo hablar conmigo mismo, puedo retomar el largo monólogo interior que mantengo desde toda la vida”. Esa soledad invicta le procura la creación más lograda y asertiva, que refrenda su sana curiosidad, “Quien escucha su mal oye”. Nos escuchamos en los demás como altavoz común que nombra la soledad. Y este aspecto es reseñable en el acontecimiento que al principio de la obra protagoniza el abuelo de Milos al enfrentarse a los tanques que se dirigían a Praga. La obra fue publicada en 1965 y nos recuerda visionariamente un hecho posterior. El 5 de junio de 1989, durante las protestas de la Plaza de Tianánmen en la República Popular, un hombre, agarrando una bolsa en cada mano, mantuvo detenida una columna de tanques e, incluso, cuando pretendían sortearlo, volvía reiteradamente a obstaculizar su paso hasta que, finalmente, tuvo el coraje de subir y hablar con el oficial. El hombre del tanque, como así se le llamó, tuvo, en principio, mejor suerte que el familiar de nuestro protagonista. No obstante, en 1992, el secretario general del Partido Comunista chino, Jiang Zemin, preguntado por el destino de aquel hombre manifestó: "Creo que nunca se le mató". Esta es una de las muchas puestas en escena que la obra aborda pero siempre desde el irreductible mohín socarrón, la agudeza en los márgenes humanos del absurdo y la agudeza en la interpretación de lo anodino del día a día. La lección magistral de Bohumil Hrabal se deja sentir hondamente en el lector que se acerca a su obra: la celebración de la vida sin reparos aunque la mirada se haga turbia y la falta de esperanza parezca acuciarnos hasta el mismo límite. Entonces, al encontrarnos con sus personajes empatizamos sin parpadear. Quizás porque como llegó a decir, “Yo en realidad soy ya los demás”. Esos demás, entre ellos los lectores, están de enhorabuena con la oportunidad que nos brinda esta nueva edición de su obra, marchamo no solo de excepcional literatura, también de una forma de entender la vida como ofrenda inmarcesible. Y es que como afirma su biógrafa y traductora, Monika Zgustova, su lectura es imprescindible “por lo que dice, por su sentido del humor, por sus innovaciones literarias, por placer estético y por la suma de todas esas cosas. Es un escritor singular, un género en sí mismo, un mundo”.

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