La central del frío, descenso íntimo a la memoria de Alemania

Portada. La central del frío, de Inka Parei. Acantilado, 2017.
Portada de La central del frío, de Inka Parei. / Acantilado

Inka Parei desarrolla una narración que trasciende por la descripción intimista de la reunificación alemana. La intrahistoria de los personajes nos emplaza a la búsqueda de la identidad.

La central del frío, descenso íntimo a la memoria de Alemania

LA REUNIFICACIÓN ALEMANA. Tras la Segunda Guerra Mundial Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación. En el Oeste, Estados Unidos, Inglaterra y Francia mantenían el control. Mientras que el Este quedaba bajo el régimen soviético. Años más tarde, concretamente en 1949, las primeras constituirían la RFA –República Federal Alemana- y la segunda la RDA –República Democrática Alemana-. Ambos países compartían capital. Berlín también estuvo dividido en cuatro zonas de ocupación. En 1961, en plena Guerra Fría, se construyó el muro bajo el argumentario de la protección de la Alemania Oriental de la malsana influencia occidental. La simbología de esta construcción enfatiza el desatino delirante de los estados cuya actualidad y vigencia se hace más evidente. Su caída el día 9 de noviembre de 1989, fue el inicio de una nueva etapa alemana. En ese momento se contabilizaban en el mundo 11 muros. Actualmente ascienden a 70. La construcción de estos auténticos monstruos de cemento, reflejan el vacío determinismo y el terrible drama humano de las sociedades enfrentadas, cuyas consecuencias poseen rasgos en primera persona.

A CENTRAL DEL FRÍO –Acantilado, 2017. Traducción de Roberto Bravo de la Varga- alimenta esa extraña e inquietante pero gustosa sensación, de enfrentarnos a nosotros mismos. La búsqueda de ese verdadero yo se desliza entre la realidad y el sueño desvelado. Las connotaciones históricas suman en ese proceso de decantación personal. El personaje principal, que es también narrador protagonista, pivota entre el pasado y el presente. El tiempo aparece fragmentado por los recuerdos que nublan su vida y la imperiosa necesidad de enfrentarse a ellos para recomenzar una vez más, incluso a pesar de sí mismo. El título de la obra simboliza ese lugar donde no solo el trabajo que se desarrollaba era invisible e inútil. Permanecía a una temperatura constante que calaba la raíz social de los acontecimientos. Estableciendo un angustioso paralelismo entre la existencia aparente y la que ardía en la mirada perdida de quienes la soportaban como una losa. La intempestiva llamada telefónica de la que fue su esposa, encamina a quien, a modo de testimonio, nos describe las secuelas de la quiebra social que supuso la recomposición del estado alemán, a través del estado psíquico y emocional de un mecánico que trabajaba en la central de climatización del periódico del partido socialista alemán, Neues Deutschland. Movido por ese deseo inconsciente de validar la relación personal, se traslada a Berlín. Martha diagnosticada de cáncer, insta a este a la reconstrucción de los sucesos que en mayo de 1986, parecen tener relación con la enfermedad terminal que sufre y el accidente nuclear de Chernobyl.

INKA PAREI traza con estilo vigoroso e introspectivo la reconstrucción en primera persona, a través de tres líneas temporales, del exilio y sufrimiento interior de los ciudadanos de la RDA. La confrontación inevitable que trajo consigo el resquebrajamiento de su propio país y la apertura hacia un nuevo horizonte tan ansiado como desconocido y desconcertante. La búsqueda de la identidad se transforma en desgarrado fracaso. La autora de La luchadora de sombras nos arrastra hacia ese lugar incómodo con un lenguaje que apela directamente a la conciencia individual y colectiva pero sin moralismos. En su registro literario analiza esa forma de ser y estar ante la decadencia y el sustrato en el que germina ese distinguido halo melancólico que caracteriza esta novela suspendida en la memoria herida y el desencanto. El número de páginas contrasta con la de otros empeños narrativos que se obcecan en engrosar la historia. Este asesinato de la narrativa actual con pretensiones narcisistas se diluye en la escritora alemana. La sobriedad no deviene en lánguido pulso. Más bien lo contrario. Se convierte en un verdadero aliado para el lector: “A la hora de escribir, siempre se plantea la cuestión de cómo provocar una participación en el lector. La diversidad de aspectos no sólo se busca para atraer al lector, sino para hacer justicia a los personajes que enseguida cobran vida propia y uno quisiera encontrar la forma adecuada de representarlos”. En esta representación el lenguaje tiene como fin disponer a aquel ante una historia que se vive al igual que se cuenta y lee. Es decir, la coexistencia de lo escrito y leído como una grabación de cassette que a pesar de las impurezas en el sonido resulta tan auténtica. Los detalles están implícitos en la forma de concebir literariamente la expresión, pero incidiendo en la profundidad de su carga objetiva. En la línea que marcara Antón Pavlovich Chéjov, “el escritor tiene que liberarse del subjetivismo y saber que las malas pasiones son inherentes a la vida, lo mismo que las buenas. Para un químico no hay nada sucio en la tierra. El escritor debe ser igual de objetivo” Acertadísima publicación de Acantilado que, además, sigue favoreciendo ese trato amable y grato para el lector que se congratula no solo con sus escogidos textos. La edición tan sencilla en su continente, guarda la valiosa compostura de cuidar el equilibrio entre la tipografía y los balances aireados de la página que la enmarca. La lectura recupera la sensación de libertad visual y la atención se recrea en la medida que el pensamiento lubrica las ideas impresas. Forma y fondo ensamblados para hacer disfrutar del hecho lector. @mundiario

Comentarios