Carta desde Miami

The Setai (Miami Beach). / The Setai.
The Setai, en Miami Beach. / The Setai

Son las 8:03 pm, es miércoles 6 de septiembre, ya no hay sol, estoy en Miami, ni tan cerca ni tan lejos de los puntos más peligrosos donde puede impactar Irma este fin de semana, y si me pongo estricto, viendo el mapa, creo que estoy muy cerca.

Estoy escribiendo bajo una lámpara de escritorio, da luz amarilla, ilumina lo que voy trazando y, también, tenuemente, lo que tengo en el escritorio: 20 dólares, notas sueltas, la biblia, frascos de homeopatía, un reloj, Ulises de Joyce, Cinco grandes odas de Paul Claudel, un libro de aforismos de Erick A Nolazco, un cargador, y, pobremente, también brilla el cobre de un penny. Son las 8:03 pm, es miércoles 6 de septiembre, ya no hay sol, estoy en Miami, ni tan cerca ni tan lejos de los puntos más peligrosos donde puede impactar Irma este fin de semana, y si me pongo estricto, viendo el mapa, creo que estoy muy cerca.

Después de pasar toda la mañana y parte del medio día buscando vuelos a cualquier lado que me saque de esta ciudad que puede quedar devastada (según los expertos), he cocinado una pasta, le he puesto salsa boloñesa y tostado un par de panes. Una vez concluida esa tarea, salí a dar un paseo por la avenida, en busca de los posibles refugios. Cuando iba saliendo del fraccionamiento vi a un vecino (todos para mí son desconocidos pues tengo dos días en esta ciudad), lo saludé con un buenas tardes y me respondió lo mismo con acento cubano. Le pregunté si ellos irían a un refugio, o qué se hacía en estos casos. Me dijo que no, que ellos se quedarían y que tenía ya todo preparado. Le dije que yo estaba solo pues la persona que me rentó el cuarto estaba de viaje. Le señalé un segundo piso en dirección de mi cuarto. Dijo que eso sí era peligroso pues podían volar los techos, pero que ellos estaban en un primer piso y hasta habían puesto tablas con silicón por si subía el agua. Me dijo que si la cosa iba mal, me pasara a la escuela de a un lado, él creía sería refugio. Cuando llegué a la escuela, dos mujeres me dijeron que no sabían si sería refugio, que buscara en internet. Seguí caminando bajo un cielo nublado y con truenos amenazantes. Después lloviznó y mi playera gris comenzó a llenarse de ligera brisa. Encontré otra escuela más adelante, cerrada. Crucé la calle para regresar en autobús, pues había caminado más de media hora. Cuando llegué a mi cuarto, vi que los vecinos de enfrente estaban asegurando con tablas las ventanas. Pensé en decirles si me prestaban su herramienta y dónde podía comprar tablas. Pero decidí buscar más vuelos. Por fin encontré uno a Las Vegas. Barato. Qué maravilla, el destino me sonreía. Ya me imaginaba por aquellos lugares y diciendo bye bye a Miami. Pero nada. Después de terminar de poner todos los datos y dar un click en comprar ya no estaba disponible el vuelo.  Entonces busqué lugares de refugio en internet; he anotado dos que parecen ser los más cercanos. Una vez terminada mi búsqueda por la sobrevivencia, ahora sólo queda esperar el día del desastre o del milagro.

Pensé que debía escribir. Eso se debe a que tengo paz, pues sin ella no podría. Eso lo celebro. Recordé que hace años en Guadalajara, México, de donde soy, tenía una lectura de poesía con mi gran amigo Braulio Mayoral. Faltaban unas horas para salir de casa cuando anunciaron en las noticias que había narco bloqueos, carros incendiados, balas y balas. Tenía tantas ganas de leer aquel día, y lo había esperado, que no pensé en cancelar. Renegué de la posibilidad de que Braulio pudiera acobardarse y entonces no hacer nada. Cuando lo llamé y le pregunté si él iba, pues yo sí iría, me respondió esto: “hoy más que nunca hay que leer poesía para apagar los incendios”. Le dije que pasaba por él, a la hora acordada. Colgamos. Entonces supe con certeza, quería aquella amistad para toda la vida. Aquello confirmó para mí lo que yo ya pensaba, pero que sólo a la hora de la verdad se confirma: Braulio era un poeta. Incluso por sobre la vida, estaba la palabra.

Recordar en estos momentos a personas valientes, y me jacto de conocer unas cuantas, es estimulante en un lugar lejano donde no conoces a nadie, donde los pronósticos dicen que el huracán será devastador. He imaginado que el techo de este lugar vuela, que las calles se inundan, se va la luz, los servicios, los carros flotan. Y he aceptado el destino de la catástrofe pero también el del milagro, pues siempre es un buen día para que sucedan. Pero eso sí, ya sea que me quede en este cuarto o vaya a un refugio, conmigo llevo la biblia, los tres libros, la pluma, la libreta, mi mejor camisa (pues las grandes cosas se reciben de gala). Y muy pegados al corazón mis grandes amigos y hermanos, que ellos saben bien quiénes son. Y pronto los veo para brindar, reír y aventar al aire, ese penny que guardaré de recuerdo.

Comentarios