Buenos Aires, su esplendor

Buenos Aires. / Ignacio Vera de Rada.
Buenos Aires. / Ignacio Vera de Rada.
Una metrópoli que, pese a las oleadas de los movimientos y grupos progres que han caracterizado la política de las últimas décadas, suspira todavía una nostalgia romántica.
Buenos Aires, su esplendor

Hace unos días regresé de una estadía de algunas semanas en Buenos Aires, una metrópoli que incluso en este siglo XXI, tan afecto al internet, las redes sociales y la comunicación instantánea, le sigue rindiendo culto al buen teatro, el libro y el café. Parece que no ha cambiado mucho desde aquel tiempo en que el esplendor de Europa (concretamente de París) se replicaba fielmente a miles de kilómetros más allá del Atlántico, en esa capital que quería romper definitivamente con su vieja y anticuada tradición urbanística colonial, para convertirse en una ciudad cultural, moderna e ilustrada.

Pese a la decadencia crónica que la asfixia desde hace mucho tiempo y para bien de los que en el siglo XXI quieren hallar oasis de ilustración, orden y buena cultura citadinos, Buenos Aires sigue siendo Buenos Aires (una noche, un taxista me dijo: “Pese a la corrupción y la decadencia, Buenos Aires todavía funciona…”). Ése que proyecta lo mejor de las sociedades urbanas modernas y cultas. Aquél que acoge con los brazos abiertos al extranjero que busca nuevas imágenes, un trato cordial y baños de cultura humanística. Una metrópoli que, pese a las oleadas de los movimientos y grupos progres que han caracterizado la política de las últimas décadas, suspira todavía una nostalgia romántica por aquellos tiempos en que se miraba con cariño y hasta admiración los resabios de las aristocracias europeas que le imprimían aires de solemnidad arquitectónica, artística y cultural.

Mis padres y yo nunca habíamos caminado tanto. Sus anchas avenidas surcan la ciudad entera. Las más importantes y largas la atraviesan de norte a sur y de este a oeste; 9 de Julio, Juan B. Justo, Dorrego, Corrientes, por ejemplo… Ésta última es una de las que más actividad cultural y artística acogen. En sus dos veredas hay anuncios y letreros iluminados de cines y teatros, los cuales tienen funciones todos los días de la semana, durante todo el año. También se encuentran librerías de libros nuevos y usados (sobre todo usados). Para mí, estas librerías son mucho mejores que las de libros nuevos, pues en ellas se hay escondidas verdaderas joyas para el cazador de ejemplares raros o antiguos. Quienes escriben reseñas sobre las librerías de la capital porteña, usualmente recomiendan las de libros nuevos, como El Ateneo o Guadalquivir, pero hay otras muchas no tan comentadas cuyo olor de papel viejo y sabiduría rezuma hasta en la calle en la que están: las de Corrientes. En una de mis visitas, verbigracia, conseguí la colección completa en ocho tomos de la Historia universal de Charles Seignobos, la colección completa de las Grandes Biografías de la Biblioteca Salvat, la Historia de Inglaterra de David Hume en dos tomos (en una edición de 1873) y la Historia de los girondinos de Alphonse de Lamartine en tres tomos (en una edición de 1877)…

Sin embargo, el mejor hallazgo se produjo el día de mi cumpleaños. El jueves 1 de septiembre —un día lluvioso y gris— decidimos con mis padres salir a caminar por la avenida de Mayo y allí encontramos la librería El Túnel. Unas escaleras daban a un profundo sótano iluminado y abarrotado de libros, todos usados… El Túnel era una biblioteca antigua puesta a la venta, un repositorio de papel viejo para vender, una librería de libros no solo usados, sino añejos. Además, había algunos incunables a la venta, y en la vitrina había un pequeño busto de Borges esperando la atención y el interés de algún fanático suyo que lo pudiese llevar a su biblioteca personal para adornar el ambiente. Aquél era el lugar perfecto para el cazador de joyas bibliográficas… Como los libros eran tantos, me puse a ver sus lomos rápidamente, y en un rincón, en el estante más alto, vi aquella obra que había estado buscando desde hacía tantos años. Eran los tomos del Goethe: Historia de un hombre de Emil Ludwig…, en una edición de tapa dura editada en 1932 por la casa editora Juventud de Barcelona. Fue una serendipia sencillamente hermosa y que nunca olvidaré.

Luego, esa misma tarde, ingresamos en un café de esa misma avenida, la de Mayo. Llovía no a cántaros pero sí constantemente, y ese paisaje brumoso y gris, con los edificios (casi todos con balcones de hierro forjado) bajos tan similares a los de París, los grandes buses que minuto a minuto transportaban a cientos de personas, las estaciones del metro (el “Subte”, como lo llaman los bonaerenses) y la elegante vestimenta de los viandantes que van de un lado a otro, se parecía mucho a los de las más solemnes y esplendorosas ciudades europeas.

En el café vimos que al lado de nuestra mesa había dos personas que se hallaban sumidas y abstraídas en la lectura de un libro, tan sumidas que parecían no sentir el ruido ambiente de las conversaciones que había en el salón. Eran dos personas nada más, pero probablemente en otros cafés sucedía lo mismo en ese mismo instante, y ésa es la diferencia de sociedades que leen y compran libros (de otra manera, Buenos Aires no tendría tantas librerías y cafés-biblioteca) en comparación con otras en las que esa imagen de personas sumergidas en un libro no existe casi nunca.

Al salir del café vimos los locales y negocios ya iluminados; aunque no era de noche todavía, muchos escaparates tenían lucecitas o focos que adornaban los restaurantes, bares y cafés. Cerca estaban los cafés El Molino (donde solían reunirse los políticos y que alguna vez tuviera como comensales a Leopoldo Lugones, Ramón Gómez de la Serna y la mismísima Madonna) y Tortoni (donde los artistas y escritores departían y donde alguna vez Albert Einstein se tomara un café). Cerca de la Plaza de Mayo está la calle peatonal Florida, llena de tiendas de golosinas y alfajores y de quioscos que venden flores, discos de vinilo, revistas, llaveros y suvenires. Cuando nos aproximamos a uno de ellos para comprar algo, salió una vendedora hermosa, de unos 25 años quizás, la piel clara, finos los rasgos faciales. Ojos color miel…

Ese jueves nublado, ya casi al caer la noche, fuimos a la Plaza de Mayo, que, curiosamente, parece ser el lugar menos pulcro de todo el centro bonaerense: jardines con el césped a medio morir, las plantas pisoteadas por los manifestantes, los arboles descuidados… Pero al cuadro de desolación le añaden esplendor los edificios que lo rodean: la Casa Rosada, la Catedral Metropolitana y el edificio del Banco de la Nación Argentina, todos antiguos y de proporciones enormes…

Un día antes de regresar a las montañas de los Andes, quisimos entrar a un show de tango, como para cerrar con broche de oro aquella estadía de tantos días maravillosos. El boletero de aquel teatro situado en la 9 de Julio nos dijo que la cena comenzaría a las ocho de la noche y el baile de tango a las diez, para concluir todo a las once y cuarto. No pudimos asistir, sin embargo, porque había que estar en el aeropuerto menos de dos horas después de concluido el evento; asistir hubiese sido imprudente. Bueno… Que ese tango no visto, todavía pendiente, sea la excusa para un pronto retorno a la París de América. @mundiario

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