Bibiana Collado, intimidad y simbolismo en una poesía de intrahistorias

Bibiana Collado Cabrera./ Twitter
Bibiana Collado Cabrera./ Twitter

El recelo del agua es un poemario que analiza las heridas de un pasado que solo los símbolos logran cicatrizar.

Bibiana Collado, intimidad y simbolismo en una poesía de intrahistorias

El recelo del agua, en Ediciones RIALP,  es un poemario ecléctico, donde la voz de Collado Cabrera busca una forma de prevenir el dolor cuando los ausentes y la nostalgia que producen en nosotros comienzan a involucrarse en nuestra forma de mirar al mundo.

Opacidad, hermetismo y una sombría deleitación por los símbolos ocupan la mayoría de los poemas que conforman el libro. No es nada malo. Ni mucho menos. La autora de Burriana necesita encontrar el repertorio suficiente de imágenes y recursos que le permitan expresar con dureza, con una significativa amargura, esos retazos de la infancia y de la adolescencia; retazos que son herencia de un pasado ancestral y telúrico, en el que los emigrantes, los rudos trabajadores y las inagotables mujeres que regentaban la calma y el afecto en el interior de las casas sobreviven en la voz de la autora: "Eso es lo que queda./ El tacto de la breve superficie/ rugosa y el obcecado recuerdo/ de un padre que sostiene a una hija/ en brazos, sin soltar el puro/ de la mano derecha." (pág. 15).

Hay una meditada injerencia en ese pasado del que Collado se siente responsable y testigo, como si las palabras fuesen una manera de hacer justicia, de advertir del sufrimiento, de la soledad del sufrimiento de esas mujeres que trazaron una intrahistoria tan desgraciada como elogiable.

Por esa razón, cuando uno lee el poemario tiene la sensación de bascular entre ese tono elegiaco, imprescindible en alguien que reivindica la memoria de los ausentes, y esa devoción íntima que le procura la heroicidad anónima, la servil ignorancia de los que se afanan sin esperanza alguna por construir un próspero futuro: "Pero un aciago rubor le entorna los ojos/ mientras siente el leve tacto en la mejilla./ Y la mirada nos tiembla al comprobar/ cómo lo humano se abre paso: / es Dios y tiene miedo" (pág. 29).

La resonancia de madres y abuelas, de María, a lo largo de varios poemas se fusiona con versos mucho más personales donde el inconformismo ante el mundo pasivo, aparentemente feliz que la rodea, se revuelve en un encierro particular, en un frustrado intento de explicar dónde sucede la felicidad: "Repaso baldas y mesillas, / busco la seguridad de sus puntos/ ciegos. Y doblo una y otra vez/ sobre sí mismos/ los bordes que sellan nuestra huida" (pág. 26) 

Pero nada de eso ocurre. Solo la tristeza, la funesta tristeza, la aspereza incombustible de quien necesita escapar de la incomprensión del resto de seres humanos a través de la palabra poética y de un hipnótico regreso a los orígenes: "Y un temblor hondo que ata/ cada vez que miro a mi madre/ que también se llama María/ y aún recuerda a qué edad/ bajó del cerro" (pág. 48).

Enhorabuena, Bibiana.

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