Benjamin Itaspes (I)

Benjamin Itaspes
Benjamin Itaspes.

Algunos decían cuando nació que era un superdotado, pero todo lo que decían de él  no tenía la menor importancia para el alegre infante... / Relato literario.

Por aquel entonces el niño Benjamín Itaspes vivía contiguo a la iglesia de San Francisco en León de Nicaragua, tenía  cinco años y ya sabía leer y escribir.  Le gustaba mucho platicar con las monjas y con los sacerdotes y le daba terror escuchar las agonizantes campanas cuando alguien del lugar fallecía y el sonido chirriante de las carretas cuando pasaban por la empedrada calle a medianoche.  Vivía en una enorme casa colonial de adobe propiedad de una tía maternal, cuyas paredes estaban descascaradas, pero la tía se encargaba mandar a repararlas cada vez que era necesario hacerlo, la tía le ordenaba al indio Goyo que hiciera lodo y zacate para repararlas.

Le gustaba mucho en las tertulias escuchar cuentos de aparecidos, del padre sin cabeza, de la carreta nagua o del caballo de Arrechavala acostado en las piernas de su tía en donde se quedaba dormido, mientras unos vecinos daban rienda suelta a los relatos y leyendas de seres fantasiosos. Cuando era conducido a la habitación el aleteo de una lechuza que permanecía en el alero del techo de teja de la habitación muchas veces lo llenaba de pánico, y en otras ocasiones miraba imágenes calidoscópicas en toda la habitación que terminaban con una explosión de sus sentidos que le devolvían la serenidad y el sueño perdido.

Pero donde realmente nació Itaspes fue en un pueblo chiquito y pintoresco del norte del país. En ese lugar su madre para escapar del murmullo y la deshonra se refugió un mes antes de nacer él, la vergüenza llenaba la dignidad de aquella honorable dama que se lamentaba al cielo por haberse casado por conveniencia con el padre de Benjamín. En ese lugar había mucha pobreza, los niños lloraban de hambre y los chocoyos abundaban por todo el lugar. Benjamín a temprana edad  tenía el vago recuerdo de una gente muy humilde que pasaba mucha hambre y de unos pájaros conocidos como chocoyos que pasaban todo el día haciendo algarabía en los árboles. Y la imagen de un niño somalí en estado de inanición y con  un chocoyo en la boca  venía a su memoria cada vez que miraba pobreza. Tenía recuerdos vagos de su nacimiento y hasta recuerdos lejanos del momento en que se encontraba en periodo de gestación y a veces hasta podía saber que le podía suceder en algún lugar.

Algunos decían cuando nació que era un superdotado, pero todo lo que decían de él  no tenía la menor importancia para el alegre infante, porque para él todo era algo natural y espontaneo.  A veces escuchaba una voz que le decía cosas,  que le aconseja, que le guiaba. Como la voz que escuchó un día cuando su  madre se lo llevó a vivir a un villorrio en Honduras por vergüenza de regresar sola a su hogar y con un niño en brazos. En una casita bien pobre ahí recordaba Itaspe a su madre atendiéndolo con unos indios, de repente la voz lo llevó un día a un potrero metido entre unos matorrales y le dijo, ¨bebe y se feliz¨, sin importarle el peligro que significaba para un niño hacer eso se acomodó debajo de la ubre de una vaca y comenzó a tomar de aquella leche que realmente le llenó de felicidad, mientras el rumiante mascaba un jugo de coyol.

Esa fue la primera vez que su madre le castigó, le dio un par de nalgadas y lo mando a dormir. En ese momento tenía vagos recuerdos del villorrio, de lugares montesinos, de plantas olorosas y exóticas, de animales raros y mitológicos y rostros que se le perdían sin sentido, aunque el rostro de la india y del obeso compadre Guillén, quienes eran fieles sirvientes de su madre permanecía claro.

Su  madre era una mujer joven, bonita y muy delicada como una rosa que casi siempre estaba llorando por las noches por la mala suerte que le había tocado vivir con su padre, un consuetudinario y mujeriego comerciante que nunca la quiso en realidad, porque solo se había casado con ella por conveniencia y antes de nacer Itaspe ya se habían separado de él.

Siendo todavía un infante  se trasladó a vivir a la casa de su tía Bernarda cuyo esposo llegó a Honduras a traerlos y a la vez recordó unos juegos artificiales por el lado de la iglesia el Calvario como una asociación del pensamiento ante la alegría que sintió en su momento cuando lo trajeron de nuevo a su país. Pero el rostro de su madre desapareció en su vasta memoria y solo le quedó el recuerdo de la india cargándolo en sus fornidos brazos, aunque a veces le parecía más bien que era una mulata, la misma que lo acompañó cuando lo sorprendieron debajo de las ubres de la vaca en el villorrio de San Marcos de Colón.

El esposo de su tía era un militar bravo de los tiempos del General Máximo Jerez quien luchó para la época  unionista de centro américa y que el invasor William Walter lo mencionaba en sus memorias cuando llegó a ser presidente e instauró la esclavitud. El coronel Ramírez lo cuidaba mucho y para él ese era su verdadero padre. El coronel era esposo de su tía Bernarda y lo llegó realmente a rescatar en donde se encontraba recluido, porque según Itaspe aquel lugar era muy desolador y triste a pesar de toda la naturaleza ahí existente. - Es extraño decía - pero a veces tengo la impresión que cuando me suceden ese tipo de estados emocionales siempre los atribuyo no al lugar en sí, sino más bien a un estado espiritual que no armoniza con mi ser- .

El coronel Ramírez tenía una boca bien grande, los hombre de confianza le gastaban bromas asociando su boca con la fruta tropical de nombre ¨guayaba¨, pero la mayoría le decía ¨el bocón¨, no sé si por el tamaño de su boca o por hablar mucho.  El  coronel era un hombre fornido, moreno, barba azabache, buen jinete y era además alto y le gustaba leer mucho. Casi siempre andaba sudoroso y armado y gracias a sus destrezas ecuestres Itaspes aprendió andar a caballo, conoció el hielo en una nevera que fue traída por Máximo Jerez desde México y que él ponía a funcionar a veces; aunque en realidad casi siempre la mantenía apagada para que no se dañara. Por medio del coronel conoció también los cuentos pintados para niños, las manzanas de California y el champaña de Francia.

Benjamín llegó  a querer mucho a este hombre como si fuera su verdadero padre y fue criado como hijo del coronel Ramírez y de su tía Bernarda Sarmiento de Ramírez. El coronel  cuidó de él  como un  padre y nunca recibió de Itaspe ningún tipo de desobediencia o enojo. A veces le decía que cuidara su corazón, - porque de tu pecho sale de repente una luz como una estrella y eso no es cualquier cosa hijo en realidad- . Además -le aseguraba- que tenía una misión muy grande en la vida, que debía estudiar mucho y que por eso él debía de cuidarlo hasta su último suspiro a como realmente lo hizo. Cuando Itaspes se acordaba del coronel Ramírez siempre decía. - estoy seguro que Dios le dio un buen sitio en su paraíso. @mundiario

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