Benjamin Itaspes (III)

Playa de Las Catedrales. / Pixabay
Playa de Las Catedrales. / Pixabay
Itaspe rememora sus viajes con su tía Rita al mar, sus amores con una santimbanqui y sus escritos en el diario hasta llegar a ser conocido como el poeta niño. / Relato literario

En casa de la tía Rita los domingos se daban bailes de niños y su primo Pedro, considerado el señor de la casa, ya tocaba el piano con mucha destreza. Era pedrito realmente un virtuoso del piano, pero Itaspes a pesar de su pobreza material era el que se ganaba las sonrisas y halagos de las muchachas con sus versos. En algunos momentos de reflexión Benjamín evocaba aquella época como recuerdos suaves de Fidelina, Rafaela, Mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis todas ellas unas delicias de recuerdos suaves, suaves- me decía muy melancólico.-

En otras ocasiones los tíos realizaban viajes al campo o a una hacienda en pesadas carretas jaladas por bueyes cubiertas con toldo de cuero crudo de vaca y guiados por los sirvientes con unos varejones. A lo largo del viaje, los tíos cuando llegábamos a un río – me decía - al calor de los tragos se ponían a cantar canciones de campo y otros se iban en toscos camisones a bañarse por separado.

En otras oportunidades realizan viajes en las chirriantes carretas al mar, principalmente a Poneloya, y a él una de las cosas que más le gustaban de Poneloya era la fabulosa ¨Peña del Tigre¨ al borde de un enorme acantilado en donde según la leyenda un hombre hechizado al querer suicidarse por la furtiva amada quedó hecho piedra cuando la miró con otro en el acantilado.

Los hombres adultos iban en caballo y los niños y mujeres en las carretas en donde además llevaban la comida lista para ser calentada y cuando pasábamos los ríos en el mero bosque salían los pollos asados, los huevos cocidos, los frijoles, el arroz y el tiste que es una bebida a base de maíz y cacao. También salía a relucir el aguardiente de caña y los hombres se ponían a tocar las guitarras y cantar, se daban disparos al aire y unos gritos estentóreos de felicidad que todavía los tengo grabados en mi memoria- me decía Itaspe con nuevos bríos-.

Muchas veces se vivía días en el bosque o el mar bajo enramadas hechas de juncos, hojas verdes y cañas verdes para protegerse del implacable sol de verano. Las mujeres se bañaban por separado de los hombres, pero Itasque atraído por la curiosidad lograba a veces mirar ¨ Venus Anadiomenas en las ondas¨- decía él.- Por las noches todos se reunían bajo una fogata a ver el infinito lleno de estrellas, jugando, corriendo tras los cangrejos en las peñas y la arena o persiguiendo a las enormes tortugas y comiendo sus huevos, conocidos como huevos de paslamas.

En aquellas alegres noches  Benjamín se desprendía de todo para soñar, mostrando desde temprana edad su carácter triste y meditabundo.  Se retiraba a imaginar cosas en el cielo y el mar, hasta que una noche de ensueño fue testigo por el lado en donde se encontraban las carretas cerca de un pantano a dos carreteros que se peleaban con filosos machete en mano y de pronto miró salir una mano con todo y machete por los aires. Aquella escena le impactó mucho, porque pasó semanas soñando lo mismo. Otras veces por la tarde- me decía- cerca de las enramadas pasaban hombres borrachos y vociferando a caballo, amenazando a la gente y los soldados descalzos y vestidos de azul se los llevaban presos. Y cuando la luna iba menguando retornaban las familias a sus hogares para continuar con su rutina.

Por influencia de su tía Rita comenzó a frecuentar la casa de los padres jesuitas en la iglesia de la Recolección. En realidad desde niño había tenido mucho influjo religioso de sus familiares que muchas veces rayaba en superstición-me decía- , porque por ejemplo cuando el cielo se ponía negro y caían aguaceros con truenos y relámpagos la tía sacaba las palmas bendecidas y se ponía hacer coronas para todos los de la casa y todos coronados rezaban el coro trisagio y otras plegarias. Otro ejemplo de religiosidad con ribetes supersticiosos era la fiesta de la Santa Cruz, porque aquello se convertía en verdadero martirio para Itaspe. Todos frente a las imágenes realizaban un rezo que concluía después de varias jaculatorias diciendo ¨vete de aquí satanás porque en mi parte no tendrás, porque el día de la Cruz dije mil veces Jesús…¨ y se iniciaba a decir Jesús mil veces y si la cuenta se perdía se volvía a comenzar. Se dan cuenta a lo me refiero, aquello era un martirio para nuestro joven poeta.

Los jesuitas lo halagaban mucho, pero nunca lo trataron de retener con ellos, posiblemente porque se dieron cuenta que nuestro novel vate no tenía la vocación para ser uno de ellos. Entre los jesuitas habían hombres eminentes como el padre Koenig un austriaco y afamado astrónomo, el padre Aruble era otro de buen ver e insinuante orador, el padre Valenzuela Colombiano y conocido como poeta en su tierra, entre otros.

Itasque perteneció a la congregación de Jesús y usó en las ceremonias la cinta azul y la medalla de los congregantes. Aunque Benjamín siempre cuestionó el hecho que los jesuitas tuvieran un buzón en donde la gente depositaba las cartas para la fiesta de San Luis de Gonzaga y de esa forma los feligreses tuvieran una comunicación directa con San Luis y con la Virgen Santísima eso no les importaba a los jesuitas, hasta el  día cuando salieron quemando las cartas en público y una señora les gritó- pues claro que las queman pero no sin antes haberlas leído, por eso es que cuando uno se va confesar el confesor adivina todas tus cosas-. Itaspe luego de este incidente abandonó la congregación no sin antes asistir a los ejercicios de San Francisco de Loyola, ejercicios que los disfrutaba más que todo por el delicioso chocolate y las sabrosas vituallas, mientras el gobierno decretaba la expulsión de los jesuitas en León.

Por aquellos años florida era la adolescencia de Itaspe, ya había escritos muchos versos de amor y había padecido algunos desaires de sus musas, apasionado precoz, pero nunca nadie había robado sus sentidos como lo hizo la saltimbanqui Hortensia Buislay.

El circo había llegado a León y en el parque central se instalaron. Itasque paseaba aquella tarde por los alrededores cuando fue atraído por los leones y elefantes y caminando en derredor de la carpa llegó a un camerino en donde se encontraba la fresca saltimbanqui estirando sus músculos y ella al verlo le sonrió. Desde ese primer encuentro Itaspe inició sus furtivas visitas a la musa que embriagaba sus sentidos. Y para poder ver la función se hizo amigos de los músicos para lograr entrar a ver el espectáculo con un rollo de papeles, una caja de violín, un tambor o lo que fuera. Itaspe llegó al extremo de querer ser payaso para estar cerca de Hortensia, pero su inutilidad para hacer reír fue reconocida, así que no había más remedio que resignarse a dejar ir a la inocente voluptuosidad, no sin antes entregarle un montón de papeles llenos de versos dedicados a su amada Hortensia.

El día que el circo tiene que abandonar el parque central de León para irse hacia Honduras Itasque la acompañó en un gran trayecto hasta llegar al cementerio en donde se quedó sollozando por la musa de inocencia y erotismo. En el cementerio lloró desconsoladamente en la tumba del coronel Ramírez hasta que el bermejo ocaso de la tarde lo condujo de nuevo a casa de su tía Rita.

Itaspe  tenía apenas trece años de edad y ya escribía sus versos para el diario ¨El Termómetro¨, que publicaba en la ciudad de Rivas el historiador y político José Dolores Gómez. Muchos versos de él se publicaban y de pronto se le llamó en su país y todo Centro América ¨El poeta niño¨. Ante tal apelativo Itaspe comenzó lucir una cabellera larga, a divagar y lo peor a  descuidar sus estudios de colegial, tanto así que en un examen de matemáticas fue reprobado.- con innegable justicia fui reprobado- decía él.- Todo parecía indicar que era el nacimiento de un verdadero poeta y la alarma entró en su casa. – ¿un poeta?, cosa rara en la familia, ¿para qué nos puede servir un poeta?, mejor que aprenda el oficio de sastre para que pueda salir adelante en la vida, porque un poeta es cosa desdeñable y sin importancia.- decía la anciana protectora con sus dos bufones  y añadía- o que se le busque cualquier otro oficio práctico y útil, ya por último mándenlo a darle vuelta a una caja de música al parque central para que aprenda que la vida no es cajeta.

Como Itasque tenía la fama de tener innegables éxitos románticos con las damas y tenía la aprobación de grandes personalidades de la sociedad leonesa esto le valió  a la hora que la tía lo sopeso con los jóvenes robustos, cultos, ricos y sin iniciación apolínea como -decía él - para seguir con su vida de aeda escribiendo versos para los diarios y leyendo todo lo que llegaba a sus manos.

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