Benjamín Itaspes (II)

Ejemplares de Soño de infancia. / Mundiario
Ejemplares de Soño de infancia. / Mundiario
Itaspe rememora el casamiento de su madre, la muerte del coronel y su traslado ahora con la hermana de su padre entre otros hechos relevantes de su infancia.. / Relato literario

Los padres de Itaspe contrajeron nupcias por conveniencias un domingo de ramos en la catedral de León. Su padre quien era un comerciante que llegó a realizar negocios con el apellido patronímico de la familia por tener vínculo consanguíneo con la bella madre de Itaspe era además un mujeriego y consuetudinario.

Como sus padres se casaron por conveniencias como era de esperarse esa unión no duró mucho. A los pocos meses se estaban separando y un mes después nacía Itaspe en una aldea o provincia del norte del país, en donde las imágenes de su sufrida madre y la marginalidad venían a su memoria. Por eso, gracias al coronel Félix Ramírez,  Itaspe regresó de nuevo a su León querido, y el día de su bautismo le pusieron hasta el primer nombre del coronel  Ramírez a quien nunca Itaspe dejó de quererlo como su verdadero padre. Su padrino fue nada menos que el citado Máximo Jerez quien murió como ministro en Washington.

Cuando el coronel falleció su educación quedó a cargo de su tía abuela. Con la muerte de su padre de crianza al que consideró hasta su muerte su verdadero padre, la casa se fue quedando sin atención,  y la salud y bienestar de la tía abuela fue disminuyendo dramáticamente, luego, llegó la escasez, y se tuvieron que vender los mejores ejemplares que el coronel tenía en el establo, las manzanas californianas dejaron de llegar, al igual que el champaña de Francia,  y  la nevera, la misma que el coronel le había mostrado para que conociera por primera el hielo fue vendida a un precio realmente irrisorio a un familiar del General Máximo Jerez.

La casa colonial se fue deteriorando y en sus corredores y cuartos podía sentirse la fatal ausencia del coronel. Hasta que un día en el asoleado patio logró ver Itaspe al coronel  Félix Ramírez sacando agua del pozo y bajo la sombra de un jícaro lo llamó con las manos diciéndole.- dentro de poco hijo ya no podrás venir a  leer debajo de este mítico árbol- , luego ambos  se quedaron mirando el granado y el árbol perfumado de mapolas y el coronel tomándolo de la mano desapareció. Misteriosamente Félix Benjamín Itaspe no tuvo el menor miedo aquel día y plantado en medio del patio se quedó sollozando en silencio.

Con la ausencia del coronel las noches se le volvieron temerosas  y lúgubre, llenas de misterios y  soledad. Ahí anidaban también lechuzas en sus aleros que le provocaban pánico por las noches. La Serapia y el indio Goyo  al verlo tan melancólico  le contaban cuentos de aparecidos. Y la madre de su tía abuela que todavía estaba viva lo metía en miedo por las noches para distraerlo.  Era una anciana blanca y temblorosa que  le infundía terror cuando le contaba lo del fraile sin cabeza, lo de la mano peluda que te perseguía como una araña. Y le mostraba por una de las ventanas señalando el estrellado cielo  en donde Juana Catina una mujer loca de su cuerpo y alma se la habían llevado los demonios por los aires, llevada por los mismos diablos- le decía- que hacían unos sonidos horribles y dejaban una estela de hedor a azufre en el ambiente. También la abuela lo metía en miedo cuando le contaba lo de la aparición del difunto obispo Viteri entre otras narraciones que le llenaban de espanto y de terribles pesadillas por la noche.

Cuando llegó a vivir contiguo a la iglesia San Francisco en donde existía un convento, ahí su tía asistía con el alba a misa, era una mujer extremadamente religiosa y con el primer canto de los gallos ya se encontraba lista y sentada en la catedral para recibir la misa. Y cuando ocurría la muerte de algún provinciano sonaban un pausado toque de agonía de las campanas que lo llenaban de terror y todos los domingos –recordaba- venían un platero y un cura a jugar y él solo observaba todo lo que pasaba en su derredor. Pasaba el tiempo- decía- , era consciente de eso y de manera furtiva ya escribía algunas ideas o expresiones poéticas que consideraba muy importantes.

Por la noche había por lo general tertulias en la puerta de la calle. Las calles empedradas le traían unas percepciones espirituales extrañas. Entraban políticos y hablaban mucho de revoluciones, y él se iba quedando dormido en medio de aquella gente, escuchaba entre dormido y despierto el pregón del vendedor de arena, el grito del panadero y el crujir de las ruedas de los coches al pasar por la empedrada calle, y poco a poco se iba deslizando hasta quedarme totalmente dormido. Y ya en la habitación era que miraba aquellos círculos concéntricos y calidoscópicos que estallaban en su febril mente y por la mañana tenía la nariz llena de sangre, de una hemorragia nasal incontenible.

Itaspes asistía a una escuela pública en su pueblo, y el joven  maestro de apellido Ibarra utilizaba la palmeta para corregir a los más necios, el profesor tenía la fama de poeta,  Felipe Ibarra era su nombre y él aprovechaba para hablar con él y poder de esa forma saber cómo pensaba un verdadero poeta. En esa escuela se servía el Catón cristiano, la cartilla, las cuatro reglas y otras primarias nociones religiosas. Luego tuvo otro profesor que le inculcaba nociones de aritmética, geografía, gramática y religión, pero quien realmente le enseñó el alfabeto fue la profesora Jaboca Telleria quien hacía unos ricos bizcochos, pestiños y alfajores que eran una delicia para su gusto. Esta profesora solamente lo castigó una vez por sus furtivas bellaquerías detrás de la puerta con una inocente niña.

En un viejo armario de la casa se encontraban  los primeros libros que Itaspe comenzó a leer  a la edad de tres años: el Quijote, la obras de Moratín, Las Mil y una noche, La Biblia, los oficios de Cicerón, la Corina de Madame Stael, un tomo de comedias clásicas españolas y una novela terrorífica ¨la caverna de Strozzi¨. Pasaba horas entregado a la lectura hasta que entrada la tarde llegaba su tía a sacarlo de su encierro y ella al verlo leer aquella literatura lo regañaba y le decía que no era aconsejable que un niño de su edad anduviera leyendo cualquier cosa.

Itaspes no sabía con exactitud a que edad comenzó a escribir, pero me decía que fue a corta edad. Le gustaba hacer pequeños versos.  Cuando pasaba por la casa la procesión de la semana santa las cuatro esquinas- me decía- se adornaban de arcos de ramas verdes, cocoteros, corozos, matas verdes y papel china picado con mucho esmero. Y el suelo se tapizaba de alfombras coloreadas expresamente con aserrín rojo, amarillo, trigo reventado, con flor de coyol. Del centro de uno de arcos que estaba cerca de la casa colgaba una granada dorada y los domingos de ramos caían los versos salidos de la granada. Una lluvia de versos, y la gente los recogía y a muchos les encantaba leer aquellos pequeños pensamiento de su todavía temprana edad. Muchos le conocieron de esa forma y cuando había  velorio o entierro lo mandaban a buscar para que les pusiera su duelo en estrofas. Así cuando se encontraban en la vela muchos comenzaban a compartir las diferentes estrofas escritas para la ocasión e Itaspe recibía muchos halagos de la gente que lo motivaban a seguir escribiendo.

El recuerdo de su madre desapareció por completo con la llegada de la adolescencia y en la casa en donde vivía con su tía llegó a vivir una prima que le despertó la libido. Esa prima sería la musa que le inspiró a escribir unos versos tropicales que tuvieron mucha importancia.  Con el correr de los años ella le reclamó diciéndole que porque  en sus escritos  afirmaba que entre ella y él había pasado algo y él le aseguraba que era así y ella muy enojada decía que no era cierto. Aunque en su lecho de agonía Itaspes le confesó al doctor Pallais que lo de su prima con él había sido algo netamente espiritual.

Su familia para ese momento estaba conformada por su tía Doña Rita Darío de Alvarado hermana de Manuel García, quien aprovechó el apellido patronímico  cuando se casó con la  madre de Itaspe  para hacer más dinero y se hacía llamar Manuel Darío, a quien Itaspe consideraba su tío, estaba también  la tía excéntrica de Josefa quien el día de la muerte su madre apareció calzada con unos zapatos rojos y un traje de loco, otra era la tía Sara casada con un gringo y cuya hija era toda una inspiración para el joven poeta. Pero la tía Rita era la adinerada de la familia en realidad, era casada con el cónsul de Costa Rica y poseía hasta dos enanos o bufones como los reyes medievales con tintes velazquescos. Eran una pareja que a Itaspes le causaba mucho miedo  e inquietud, eran una pareja de fealdad, uno se hacía llamar capitán Vílchez y ella  decía que era la madre del capitán Vílchez. Ambos se ponían hacer retratos de cera. El capitán Vílchez decía que era sacerdote y pronunciaba sermones que causaban risa, pero para el joven vate, Vílchez eran un demonio haciendo cosas de brujos.

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