El asesinato de Abraham

Restos mortales de Francisco Franco.
Restos mortales de Francisco Franco. / Mundiario
Con su pétrea voz, Dios le pidió al fiel Abraham sacrificar a su hijo. A papá algo le tocó en el pecho, ante su hija, una bárbara incorregible.

Mi padrastro es un criminal de guante blanco. Aliado de la autoridad y el narcotráfico, siempre tuvo fácil su maltrato, puesto que soy débil a las mentiras y obedecí como un corderito. Pero no era la bondad lo que trasladaban a la calle, sino un fuerte abuso con el que, desde el primer día, fui insultada bajo sus indicaciones como una cabeza de turco de la política internacional.

Él sabe que es un "delincuente", ante lo cual aduce ser un hombre. Mi madre biológica- sospecho- le concedió un favor sexual antes de morir. Desde entonces, yo he sido su esclava.

Bajo un presidio entre político y discreto, todas las veces que me hice consciente de la opresión, la injusticia, intenté suicidarme.

Esta ciudad es su cómplice, lugar de nacimiento, y el suplicio de mi soledad.

Gracias a mi popularidad (mi fuerza de superación y la corazonada de la fama), el pueblo y mi humildad me vienen protegiendo del descuido según el cual él estaría dispuesto a matarme. Él aprovecha los momentos. A veces había llegado drogado cuando me arrinconaba. Muchas otras veces, en casa, me amenaza en su deseo descontrolado, puesto que la dominación que ejerce sobre mí le excita.

Yo soy el cordero extraviado del Señor, al que rezo, al que a veces pido muerte para acabar con este sufrimiento. A pesar de todo, mi ternura les hace felices. Creo que fueron felices todos los años en que creí que era su hija. Aunque los juegos a los que me prestaban eran humillantes: este pueblo se reía de mí.

Reconocido y orgulloso franquista, solicitó "mano dura" a mis educadores, formó a mi hermanastra en la manipulación, se ganó la simpatía de la guardia civil y disfrutó los placeres del derecho y la permisión de mi sumisa juventud.

Y yo, que espero a la revolución que me devolverá a la vida, he de permanecer callada a la mesa escuchando sus planes y deliveraciones, y los mítines falangistas del convencido papá cuya mente vive en una dictadura en la que él se expresa como un abominable tirano.

Endiosado, consentido,-paisano, me hizo conocer una historia de nuestro Dios- firme y combativo. Con su pétrea voz, Dios le pidió al fiel Abraham sacrificar a su hijo. A papá algo le tocó en el pecho, ante su hija, una bárbara incorregible. Gracias a su primogénita, el cordero pastó en su prado, se llenó de ternura. Con la bestia japonesa en su regazo, caminó sus tierras hacia el laureado sacrificio que daría victoria al fascismo.

"Abraham, ¿estás loco?", le dijo el estallido de Dios en un burdel; sintiéndose pecador, papá corrió a los brazos de mamá y lloró con compasión. "Es nuestra hija", le dice a diario.

Franco murió para dar venganza al diablo, de modo que papá planea su feliz entierro con satisfacción. Francisco Franco es para él como un padre, como un argumento consentidor.

"Mano dura", decía golpeando la mesa.

Todo aquello que yo significo es lo que no entiende. La pandemia le ha favorecido: estamos ahora a solas en casa, es el cabeza de familia que puede excretar en cualquier rincón.

Yo estoy rezándole a Dios que me dé fortaleza; ambos estamos peleándonos por Dios, pero, de momento, no ha pregonado respuesta: el cordero yace con candor, viene la navidad. Por favor, trabajador, no sacrifique al cordero... @mundiario

  

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