Albert Camus y Jean Paul Sartre, la libertad empuñada en la escritura

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Albert Camus, durante una visita a Londres.

La concepción de la libertad desarrollada por ambos escritores en su creación literaria, plantea para el lector un interesante desafío. Acometerlo significa indefectiblemente tomar partido y desprenderse de ligaduras.

Albert Camus y Jean Paul Sartre, la libertad empuñada en la escritura

"No se es escritor por haber elegido decir ciertas cosas, sino por la forma en que se digan". Hace 55 años Jean Paul Sartre declino la posibilidad de recibir el Premio Nobel de Literatura. Su nombre aparecía entre los candidatos. El 14 de octubre de 1964 remitió una carta en este sentido a la Academia Sueca: “Por razones que me son personales y por otras que son más objetivas, no quiero figurar en la lista de posibles laureados y ni puedo ni quiero, ni en 1964 ni después, aceptar esta distinción honorífica”. A pesar de ello, le fue concedido el 22 de octubre, “por su trabajo, rico en ideas y lleno del espíritu de libertad y de la búsqueda de la verdad”. Al día siguiente el periódico Le Figaro publicaba una carta del autor de La náusea, abonada por él, en la que expresaba sus motivaciones para este rechazo. Aunque aclara que lo hubiese aceptado años antes cuando mantenía su objeción a la guerra de Argelia: “Lo habría considerado un acto político”.

En esta indagación no es solo recurrente la propia afirmación del autor, “El hombre está condenado a ser libre”. La condición humana, el sentido de la existencia y la propia libertad conjugan una premeditada consigna, en la que el pensamiento se rebela para constituirse en resistencia, no solo intelectual.

En el capítulo LVIII de la segunda parte de El Quijote, el protagonista señala a su escudero, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Sartre activa en esta decisión una provisión de fundamento ético, consecuente con su interpretación del papel del escritor.

En el año 1957 Albert Camus recibió el Premio Nobel de Literatura “Por el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de la actualidad”. En el discurso pronunciado en Estocolmo el 10 de diciembre de 1957, se expresaba de esta manera: “El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo hacia los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual. Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren (...) el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio a la verdad, y el servicio a la libertad. Y puesto que su vocación consiste en reunir al mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la mentira ni a la servidumbre porque, donde reinan,  crece el aislamiento. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia ante la opresión”.

La libertad y la corresponsabilidad del escritor

Ambicionar otro mundo es legítimo. En la literatura la construcción de otros mundos son formas conscientes de estar en este que pisamos. La verdadera función social del escritor es el encuadre: lo que se cuenta, como se cuenta y para qué se cuenta. Sobre esa mirada aposenta su libérrimo oficio. En todo caso, su capacidad o incapacidad narrativa no le absolverá de la vana pretensión de quizás, solo quizás, querer cambiar el mundo. Tampoco condenará a quien caprichosamente ambicione las galas y ornatos de un héroe clásico ansioso ante la ceremonia triunfal. Ni tan siquiera si la aparente intelectualidad de la que se reviste es solo tinte diluido de yoísmo.

La escritura es un disparo en la madrugada que nos inquieta y solivianta. El escritor apunta y el lector aprieta el gatillo. Este fundamento es reconocible en aquellas obras que se mantienen incólumes por más que la neblina del olvido, las modas pasajeras o el favoritismo estacional de una época, las esquine en la balda más alta de la biblioteca. La concepción de la libertad por los dos escritores galos, fueron sendos desafíos librados desde posicionamientos ideológicos contradictorios. En la decisión de rechazo o aceptación del  Premio Nobel de Literatura, la trama no solo es el hecho literario en sí. También la consideración de este como punta acerada o sólido aldabón. El primero con la férrea determinación de hundir su verdad en la conciencia del lector. En el segundo con la llamada que la invoca –a la conciencia- y reclama su respuesta.

En todo caso la intencionalidad de una u otra es manifiesta. Tomar partido es imprescindible pero ese compromiso no puede ser causa de ceguera o necedad ante la realidad. Albert Camus no dudo en aceptar el reconocimiento otorgado a través del Premio Nobel y Jean Paul Sartre tampoco en su renuncia. ¿Qué diferencia estriba entre ambos? Sencillamente la literatura que empuñaron con alma o como arma. Quizás como inquiría el autor de El extranjero,  “La gente espera demasiado de los escritores”. Incluso más que de ellos mismos.

De este asunto abordado como falsa expectativa, en uno u otro sentido, podamos concluir que nada es lo que parece salvo si los lectores desentrañamos el trasunto implicándonos desde nuestra verdad. Y esta es fundamento inalienable que no puede confundirse con nuestras propias limitaciones. Y menos desde la utopía investida de libertad. “Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”. El testimonio de Sartre clarifica la medida y justicia de la libertad que se impone como catarsis. @mundiario

 

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